En sus obras se ocupa de la sumisión, de la hostilidad y de la violencia en las relaciones de poder en Sudáfrica más allá de todo militarismo político. La expresión del escritor, así, es retenida y circunspecta, el reflejo de un país dividido hasta en sus lenguas.
Por Ana Arzoumanian
Publicado el 30.5.2018
«Porque en múltiples artificios describe la implicación sorprendente de la alienación», eso dijo la Academia Sueca cuando en el año 2003 otorgó el premio Nobel a J. M. Coetzee.
Frente a la catástrofe de la opresión en un África negra donde el idioma es un instrumento viciado, la salida es violenta. El racismo hunde en su desquicio tanto al poder entendido como gobierno, como a los sujetos en sus odios íntimos. J. M. Coetzee muestra el malestar que sentimos o el fracaso que somos a través de una construcción que es belleza. Los cuerpos como lugar de deseo y de vulnerabilidad, como lugar público de exposición se preguntan una y otra vez: ¿Qué soy sin vos?
Así, las formas narrativas desafían la versión de uno mismo. El propio yo es puesto en cuestión por su relación con el otro. El escritor cuenta una historia acerca de las relaciones que elige sólo para mostrar el modo cómo esas relaciones se apoderan del lector. El relato vacila. Algo se desintegra en el lector. Algo es arrancado, se liga a otros, se transporta, se involucra en otras vidas.
Cuerpos colonizados, ocupados en su dimensión invariablemente pública. ¿Habrá una distribución geográfica de la vulnerabilidad corporal? Sudáfrica, Afganistán, Los Balcanes o Argentina. ¿Qué vidas son reales? La insurrección del relato se produce cuando habla de vidas que ya estaban perdidas, negadas desde siempre. Coetzee escribe la dimensión ética del ser en común, de manera tal que un nosotros encuentra ese camino que lo liga al lector.
El texto no sólo propicia ser otro que uno mismo sino también la experiencia de lo otro que el texto es, y de aquella posibilidad de compartirlo. El texto es, según Paul Ricoeur, el lugar en que acontece el autor. El autor es sus personajes, y éstos están penetrados del deseo de abismarse en una obra sutil y violenta; corrosiva.
M. Coetzee nace en 1940, Ciudad del Cabo. A comienzos de 1960 se traslada a Londres y en 1969 obtiene el doctorado en lingüística por la Universidad de Austin, Texas. Se inicia como novelista en 1974 con Tierras del crepúsculo y adquiere prestigio internacional cuando se publica Esperando a los bárbaros. En 1983 recibe el Booker Prize por su novela Vida y tiempo de Michael K. y en 1999 se le vuelve a otorgar el premio por Desgracia, convirtiéndose así en el único autor que logra recibirlo en dos ocasiones.
En sus obras Desgracia, Infancia, Juventud, Las vidas de los animales, El maestro de Petersburgo, La edad de hierro, En medio de ninguna parte se ocupa de la sumisión, la hostilidad y la violencia en las relaciones de poder en Sudáfrica más allá de todo militarismo político. La expresión de Coetzee es retenida y circunspecta, reflejo de un país dividido hasta en sus lenguas. La infancia en una sociedad sudafricana feudal atiborrada de crímenes es el marco de las historias sangrientas y desencarnadas cuando lo enfermo invade la vida cotidiana. El extranjero, el bárbaro, es aquel que pone en cuestión la noción de víctima y verdugo. De manera que revisita a Konstantin Kavafis en su poema Esperando a los bárbaros cuando dice: “¿Y qué será de nosotros sin bárbaros? / Quizás ellos fueran una solución después de todo”.
A lo largo de sus novelas recorre la relación padre- hijo instalándolos en la escena cruel de la venganza o la impotencia. En Elizabeth Costello utiliza a la ficción como medio para reflexionar en torno al arte de escribir. El debate sobre el Holocausto está presente en sus libros desde la perspectiva de la responsabilidad entendiendo que escribir es un acto ético.
Ha sido galardonado con el Jerusalem Prize y con el The Irish Times Internacional Fiction Prize; en España le ha sido concedido el Premi Llibreter en el año 2003.
«¿No habrá algo en mi interior que mantiene su apego por lo lúgubre, lo repugnante, lo funesto, algo que se escabulle de su nido oculto para arrastrarse hasta un recóndito rincón lleno de excremento de rata y huesos de pollo, en vez de resignarse a la decencia? De ser así, ¿de dónde proviene? ¿De la monotonía que me rodea? ¿De todos estos años que han transcurrido en el seno de la naturaleza, a siete leguas del vecino más próximo, jugando con palos y con piedras, con los insectos? No lo creo, aunque no soy quién para decirlo. ¿Procederá de mis padres? ¿De mi padre colérico e incapaz de amor? ¿De mi madre, ese óvalo desvaído tras la cabeza de mi padre? Puede ser. Puede ser que proceda de ellos, por junto y por separado, e incluso de mis abuelos, a quienes he olvidado, si bien podría invocarlos en caso de verdadera necesidad, así como a mis ocho bisabuelos y a mis dieciséis tatarabuelos, a menos que haya incesto en línea sucesoria, y a los treinta dos anteriores, así hasta llegar a Adán y Eva y por último a dios, mediante un procedimiento cuya aritmética siempre se me ha escapado».
Habla de vos y de mí, de cuando nos vimos desnudos, y nos avergonzamos.
Crédito de la imagen destacada: J. M. Coetzee, por AFP