El objetivo de este artículo es contribuir a insertar la categoría del término “carto-corpo-grafía” dentro de la discusión literaria amplia, desde una perspectiva feminista que enfatiza y resignifica las implicancias que la configuración de la corporalidad posee para la construcción subjetiva de las mujeres, y que vincula tales aspectos al quehacer escritural de estas y al gesto subversivo de “empuñar la pluma” como acto político, literario y por último biológico.
Por Jessenia Chamorro Salas
Publicado el 19.12.2018
La propuesta del presente ensayo es delinear una teorización analítica en torno al concepto “carto-corpografía” acuñado por la académica chilena Lorena Amaro [1], y de donde se desprende que las carto-corpo-grafías son discursos que problematizan al cuerpo femenino como constructo, tensionando sus representaciones y asociándolo al texto y al territorio con el fin tanto de evidenciar la opresión a la que está sometido, como para expresar una resistencia contra-hegemónica ante aquello. Este concepto me parece fundamental, pues contribuye a problematizar la configuración de la subjetividad femenina e ilumina las prácticas literarias realizadas por las escritoras chilenas y latinoamericanas durante los últimos treinta años, las que se caracterizan por tener como eje articulador el cuerpo femenino, el cual puede ser analizado desde una perspectiva biopolítica foucaultiana, además de vincularse a otras aristas, tales como la identidad y la subjetividad femenina y el territorio entendido como materialidad sociopolítica e históricocultural atravesada por la dimensión sexogenérica.
En este sentido, el objetivo del artículo es contribuir a insertar la categoría “carto-corpo-grafía” dentro de la discusión literaria, desde una perspectiva feminista que enfatiza y resignifica las implicancias que la configuración de la corporalidad femenina posee para la construcción subjetiva de las mujeres, y que vincula tales aspectos al quehacer escritural de las mujeres y al gesto subversivo de “empuñar la pluma” como acto político, literario y corporal. Para ello revisaré investigaciones que vinculan el cuerpo femenino con el texto y con el territorio, entendidos los tres como zonas de disputas y de imposición del poder heteropatriarcal, con el fin de llegar a una teorización del concepto. Por último, analizaré sucintamente algunas obras literarias representativas en que el concepto de “carto-corpo-grafía” potencia la comprensión y significación de aquellas.
En primer lugar, me parece imprescindible comprender las relaciones entre cuerpo y subjetividad, debido a las implicancias que adquieren en la conceptualización de la “carto-corpo-grafía”. Resulta fundamental recurrir a los planteamientos de Michel Foucault en donde sostiene que el cuerpo, entendido como materialidad, está sometido a la biopolítica, tanto individual (anatomopoder), como colectivamente (biopoder), la cual despliega distintos dispositivos de poder que operan en los sujetos, a través de relaciones de normalización, vigilancia y disciplinamiento. Tales planteamientos permean las discusiones en torno al cuerpo y, por extensión, la corporalidad y subjetividad femenina, pues tal como señala en Los anormales, los dispositivos de poder operan también en el ámbito de la psicopatología, normando los discursos sobre los cuerpos “normales”, afectando de este modo las subjetividades. Por lo cual pretendo seguir estas líneas teóricas, ya que me permitirán analizar las narraciones atendiendo a las dinámicas de poder que subyacen en las carto-corpo-grafías.
La propuesta que Ángela Neira y Ángela Rivera han desplegado en su recientemente publicado libro Mujeres de puño y letra, genera una perspectiva de análisis que considero cartocorpográfica pues analizan la producción poética femenina reciente desde una óptica que denominan “cartográfica” y “corpopolítica”. Asimismo, las investigadoras Mónica Barrientos (Sujeto, cuerpo, texto) y María del Carmen Castañeda (El cuerpo grita lo que la boca calla) aluden en sus respectivas investigaciones a una configuración de la subjetividad marcada tanto por su corporalidad como por el ejercicio escritural, subrayando que aquella siempre estará atravesada por los dispositivos de poder foucaultianos, tal como afirma la también intelectual W. Harcourt, quien en Desarrollo y política corporal, sostiene que el “esencialismo biológico” ha sometido la subjetividad femenina a lógicas falogocéntricas. Dispositivos los cuales éstas intelectuales proponen subvertir, del mismo modo en que lo plantea la investigadora Lorena Garrido cuando (en Hacia una estética de la discapacidad…) sostiene que es necesaria la emergencia de una nueva estética que de voz al cuerpo como acto político, y que, siguiendo a la crítica María Inés Lagos (Cuerpo y subjetividad…), permita redescubrir la individualidad y la experiencia femenina, es decir, re-configure su subjetividad, en el entendido de que la configuración de la subjetividad está en directa relación con el cuerpo y los parámetros normativos socioculturales e históricos que se le imponen.
En este sentido, cabe destacar que la subjetividad es el eje articulador de las carto-corpo-grafías, pues no solo individualiza la experiencia corporal de lo femenino, sino que también sitúa socio-históricamente dicha experiencia, tensionándola en tanto constructo, con el fin de posibilitar su reconfiguración y generar nuevos discursos sobre sí mismo y en vínculo con el cuerpo, entendido como materialidad y territorio.
Dentro de la experiencia de subordinación del sujeto latinoamericano, debido a nuestro género las mujeres nos encontramos en una posición de mayor subalternidad que el hombre, incluso en el ejercicio mismo de la escritura. Helena Araujo sostiene que la escritora latinoamericana es una “Sherazade criolla”, una mujer marginalizada por el falogocentrismo, aludiendo a una interesante paradoja de la literatura planteada por Hélene Cixous, quien sostiene que la escritura es paradójica en tanto posibilita la subversión, a la vez que reproduce la opresión. En este sentido, Cixous (La risa de la medusa), Gilbert y Gubar (La loca del desván), y Woolf (El cuarto propio) coincidieron en lo problemático que ha resultado para las mujeres el acto de “empuñar la pluma” y enfrentarse al sistema patriarcal, así como también en la relevancia que este acto político-literario posee en la configuración de la subjetividad femenina y en la desarticulación de las normas impuestas. Acto que resulta aún más complicado en el caso de nosotras, mujeres latinoamericanas, por ser doblemente marginalizadas, debido a nuestra condición cartográfica y genérica. Por esto, para Laura Beard (Subjetividad femenina en la metaficción…) –quien subraya la emergencia de una re-conceptualización del género para reconfigurar la subjetividad femenina– el rol de la escritura en este proceso es esencial pues entrega las estrategias de disensión crítica que posibilitará a las mujeres desafiar los convencionalismos y posicionarse contra-hegemónicamente.
Entonces, teniendo en consideración las reflexiones teóricas precedentes, el concepto “carto-corpo-grafía” se evidencia como un concepto permeable y fronterizo que reúne problemáticas atingentes al cuerpo y subjetividad femeninos, permitiendo analizar representaciones literarias y artísticas que tensionen ambos aspectos y los resignifiquen en diálogo con las propias tensiones que el territorio genera, en tanto lugar de enunciación desde donde se posicionan –problemáticamente o no– narradoras, poetas y artistas, según sea el caso.
Ahora bien, en relación al corpus de análisis, debo señalar que las escritoras seleccionadas evidencian el carácter normativo impuesto al ser-mujer a través de los contextos en donde se insertan sus protagonistas, analizando reflexivamente sobre las tensiones que tal carácter produce en la interioridad de éstas, quienes, en mayor o menor grado y a través de resistencias pasivas o activas, se cuestionan sobre el rol femenino y su posición en el mundo.
Por ejemplo, en primer lugar, en el caso de la novela Muérdele el corazón (2006), de la mexicana Lydia Cacho, su protagonista comienza progresivamente a cuestionar su situación familiar y social en tanto mujer, desde el momento en que se entera de que su esposo la contagió de VIH, hecho que resulta catastrófico para ella y desarticula todas sus creencias y enseñanzas sobre lo que significa ser mujer y estar contagiada en la sociedad latinoamericana contemporánea. En este proceso existencial que la protagonista experimenta, se producirá una deconstrucción de su subjetividad que la llevará a un proceso de reconfiguración a partir de su autoconciencia subjetiva y la vivencia de su enfermedad. Muérdele el corazón puede ser analizada desde el punto cartocorpográfico ya que, por un lado, el tema del cuerpo es transversal en la novela, así como también las problemáticas éticas, médicas, psicológicas e incluso existenciales en torno a él, por ser la materialidad tangible afectada por la enfermedad VIH. Por otro lado, el tema cartográfico es sumamente importante, pues la protagonista es mexicana y vive en un suburbio, su posición geográfica es tensionada en la misma medida que su posición en tanto sujeto de enunciación, es una mujer mexicana, latinoamericana, que escribe un diario de vida sobre su experiencia siendo seropositiva. El cruce entre cuerpo, cartografía y escritura se hace evidente, y patentiza además, la implicancia que posee respecto a la representación y problematización de marginalidades y cuerpos disruptivos.
En segundo lugar, en el caso de la célebre novela Óxido de Carmen (1986) de Ana María del Río la situación es similar, pues se explicita un contexto sumamente opresor, normativo y patriarcal que somete a Carmen al punto de destruirla, sin embargo, el proceso de subjetivación que ella experimenta adquiere el carácter de resistencia pasiva, pues ella sucumbe ante el sistema y se suicida, como única escapatoria de su condición subyugada. En este caso además, su padecimiento –anorexia– es resultado de una somatización de los dispositivos de poder, y no genera en ella necesariamente un cambio en su autoconciencia subjetiva. Esta novela manifiesta una perspectiva abierta al análisis cartocorpográfico pues en ella el cuerpo femenino es tensionado y sometido por el poder heteropatriarcal, además, la problemática cartográfica es representada en la casa señorial, espacio sobre el cual se podría profundizar siguiendo La poética del espacio de Gastón Bachelard. En tanto que la escritura también resulta un eje relevante pues Carmen escribe en un cuaderno que es incautado por sus autoritarias tías. De este modo, queda de manifiesto que una perspectiva cartocorpográfica resulta sumamente atingente para analizar esta novela, permitiendo la articulación de criterios y enriqueciendo la lectura que no se agota.
En tercer lugar, la novela Fruta podrida (2007) de Lina Meruane también posibilita a mi parecer un análisis cartocorpográfico ya que, como dice la investigadora Mónica Barrientos, representa la “fisura del espacio y la toxicidad de los cuerpos”, pues se trata de una narración que critica ácidamente el sistema neoliberal imperante, problematizando el cuerpo femenino y el cuerpo de trabajo –entendido como un colectivo, masa– en el marco de una tensión cartográfica y espacial que sirve de metáfora para la crítica socioeconómica desplegada en la novela. Desde una perspectiva se evidencia abiertamente foucaultiana, Meruane entrecruza cuerpo, territorio y escritura en disrupciones que demuestran la patología del contexto actual, marcado por lógicas neoliberales y cuya herencia falogocéntrica no ha terminado.
De este modo, mi propuesta radica en un acercamiento a la categoría “cartocorpografía”, con el fin de demostrar la riqueza que posibilita en el análisis y reflexión en torno a novelas en donde cuerpo, territorio y escritura resultan relevantes. Se trata, por tanto, de una categoría de análisis que permite articular tales conceptos en función de una discusión en donde lo biopolítico y lo literario dialogan prolíficamente, tal como en el caso de las tres novelas revisadas someramente a modo de ejemplos, en donde se evidencia la productividad que posibilita tal categoría, pues en las tres la corporalidad femenina es tensionada, se presenta un contexto espacio-temporal e incluso geográfico con características particulares, y la escritura juega un rol importante al ser el catalizador de las subjetividades de las protagonistas, quienes intentan realizar el acto subversivo de “empuñar la pluma”, aunque sin un desenlace reivindicativo para ellas.
Citas:
[1] Lorena Amaro acuñó el concepto en función de su proyecto FONDECYT Regular, como Investigadora Responsable (con la Dra. Fernanda Bustamante como Coinvestigadora): “Carto(corpo)grafías: narradoras hispanoamericanas del siglo XXI”.
Jessenia Chamorro Salas es licenciada en lengua y literatura hispánica de la Universidad de Chile, profesora de lenguaje y comunicación de la Pontificia Universidad Católica de Chile, magíster en literatura latinoamericana de la Universidad de Santiago de Chile, y doctora (c) en literatura de la Universidad de Chile.
Imagen destacada: La escritora inglesa Virginia Woolf (1882 – 1941).