Para los amantes de un lenguaje propio del baile y de la danza, el nuevo montaje coreográfico del Ballet Nacional Chileno (ideado por su director, el francés Mathieu Guilhaumon) y en cartelera hasta el próximo fin de semana, es un espectáculo sugestivo por anudar con esmero el brillo nocturno del teatro y el cine, en una propuesta ecléctica y contemporánea.
Por Deysha Poyser
Publicado el 7.5.2019
Hasta este fin de semana; los días 9, 10 y 11 de mayo a las 20.00 horas, se presentará en el Teatro Universidad de Chile la pieza inaugural 2019 del Ballet Nacional Chileno, el montaje Hats Off!, de Mathieu Guilhaumon: La propuesta coreográfica es un trabajo en conjunto. Para el director del Banch, tal como ha señalado a los medios, resultó una idea natural colaborar con el famoso dúo Power Peralta. La idea detrás es el diálogo producto del encuentro de dos estilos y tradiciones diferentes; el baile urbano y la danza contemporánea.
Esta actitud frente a las puesta en obra de Guilhaumon no es nueva; desde que asumió la dirección en 2013, se ha caracterizado por optar por matrices colaborativas, incluir lenguajes contemporáneos para establecer un trabajo interdisciplinario que considere música, espacialidad, escena y colorido. Como buen ejemplo y para los asistentes de buena memoria, podrán revisitar su obra de arribo, Añañucas (2013) donde para contar la leyenda nortina tras esta flor, una historia de infortunio amoroso, recurrió a Las cuatro estaciones de Vivaldi de Max Richter.
El atrevimiento que exige esta actitud sugiere una compenetración y una claridad del global. Es efectivo: la existencia de diferentes cerebros a lo largo de Hats Off!, el diseño coreográfico de Guilhaumon y Power Peralta a ratos pareciera turnarse y así, la estructura de teatro de variedades resultó ser una buena forma de ensayar una narrativa común. Dicha narrativa en todo caso no presenta el vigor de sus números, de hecho parece quedar relegada a un segundo plano por la espectacularidad de cada uno de ellos.
Uno se queda con instantes, como una sucesión de hiatos, inflexiones muy coloridas. No obstante, al reparar en la sensación de conjunto resulta necesario el rol de ella para intuir el ánimo con que se visitan los arquetipos clásicos de Ginger Rogers, Fred Astaire, Frank Sinatra o Charles Chaplin. Narrativa que intenta una profundidad que no se capta sino como alusión a lo decadente, a lo tras bambalinas, al instante que sigue a la espectacularidad, esa suerte de añoranza por permanecer en la fantasía, la ilusión que el escenario provoca.
Finalmente, una manera de montar que sugiere los ánimos de tributo al cabaret, el music hall, o los vodevil de antaño, pero también a ritmos como el hip hop o el jazz -con la impronta corpulenta de Power Peralta-, a ciertas retóricas del teatro y del cine mudo como el estilo de encuadre y la ornamentación de las tablas a través del tiempo, sin olvidar las vistosas revisiones a imágenes icónicas del circo como el hombre forzudo o los freaks.
Sin embargo, este acierto a veces se percibe como un desequilibrio; muchos bailarines, si no es que la totalidad del cuerpo se mantiene en escena realizando los diferentes actos con energía frenética, desarrollan transiciones locales con ademanes de agilidad circense, mientras que los momentos de engarce narrativo mayor, son guiados por un personaje solitario, de movimientos sutiles y emocionales. Este contraste a veces se percibe aparatoso. En este sentido, destaca la música escogida (dj Bitman) por subsanar con eficacia la continuidad de una visión de conjunto. La oscuridad de las mezclas ofrecen resolución allí donde el brillo desborda.
Es interesante mencionar que, además de la música, un elemento que aligera la tensión acumulada en el escenario es el ingenioso uso de los diferentes planos a lo largo del espectáculo. Muchas dimensiones se visibilizan con ello, robusteciendo y ayudando al público a seguir el hilo imaginario entre todas las escenas. Establecer un teatro, una pantalla y los camerinos dentro del escenario puede ser pesado para la concentración, pero oxigena el uso de nuestra dimensión, la del espectador como una activa. Abre el escenario que a ratos se hace pequeño. Notablemente, nuestra dimensión, nuestro espacio de butacas es el relativo a la técnica, al mecanismo desnudo, a la observación, a la inmersión y a lo íntimo. Los bailarines fuera del escenario hacen de tramoyas, espectadores o de solitarios individuos de un mundo intersticial que atraviesa el tiempo del espectáculo con la ayuda de un sombrero negro.
Para los amantes del lenguaje del espectáculo, Hats Off! es un panorama entretenido por anudar con esmero el brillo nocturno del baile, el teatro y el cine, en una propuesta ecléctica y contemporánea.
Deysha Poyser es licenciada en ciencias biológicas de la Pontificia Universidad Católica de Chile, y actualmente es tesista de la misma casa de estudios a través de su programa de licenciatura en estética. Sus intereses e investigaciones académicas y personales se enmarcan en una preocupación por una reflexión fenomenológica consistente sobre lo vivo, la vida, la subjetividad y la experiencia. Cultiva su amor por las artes en su tiempo libre.
Tráiler:
Crédito de las fotografías utilizadas: Centro de Extensión Artística y Cultural de la Universidad de Chile.