La novela de la escritora catalana es un viaje interior -el cual mezcla documentación histórica en su discurso-, y que ofrece variadas hipótesis y enigmas relacionados valiéndose de las exploraciones a regiones gélidas en tanto metáforas: y también hay dolor, hay críticas a la familia, hay angustia y miedo, pero asimismo existe mucha ternura, madurez y sabiduría.
Por Nicolás Poblete Pardo
Publicado el 22.11.2018
La artista catalana, que ha hecho exposiciones individuales y también es autora de un volumen de relatos, Modos de (no) entrar en una casa, deslumbra en su debut como novelista con esta asombrosa propuesta que recuerda a las novelas de W.G. Sebald.
“Yo también busco algo en mi estudio iceberg —blanco y sin calefacción—. Un punto imaginario absolutamente desconocido y por ello absolutamente magnético”, nos dice la voz narrativa de Hermano de hielo (2016), un estudio sobre la comunicación, las relaciones interfamiliares y el complejo lugar que significa la relación con el autismo de un ser querido.
En esta novela destaca el tono de Kopf, a veces con tintes de desenfado y una visionaria perspectiva, como cuando imagina los destinos de la gente que visita la tienda en la que la narradora trabaja en ese momento (tendrá muchos trabajos y oficios): “El chico castaño de facciones clásicas proviene de un suburbio belga, fue captado por un agente a los veintiuno cuando trabajaba en la barra de una discoteca; ahora gana mucho más de lo que habría soñado en su vida. A veces le ofrecen acompañar a señores o señoras a fiestas o cenas. Será violado una vez por un director de casting. Al final lo adoptará un empresario veinte años mayor, un hombre que, inesperadamente, lo hará feliz”. En otros momentos la voz adopta tintes poéticos y una clara noción de universo literario. Hay una conciencia de tradición por la que pasan Carson McCullers, Clarice Lispector, Virginia Woolf con su cuarto propio, Tolstoi, Julio Verne, Stephan Zweig.
La escritura nos lleva por distintas investigaciones; una de ellas son las bolas de nieve, ese peculiar adorno con una caparazón de vidrio y nieve artificial flotando en un líquido. La voz rastrea estas informaciones que son fascinantes y nos permiten ser parte del proceso que se despliega acá: “… la historia de las bolas de nieve está poco documentada, pero parece que las primeras se empezaron a fabricar en Francia durante el siglo XIX. Tal vez aparecieran como sucesoras del pisapapeles de vidrio —otro objeto fascinante—, que llegó a ser popular en épocas anteriores”. Datos mágicos como éstos abundan en la novela y la transforman en un bello trabajo de experimentación narrativa. En el capítulo “Nieve artificial” nos enteramos del joven físico nuclear Ukichiro Nakaya y su investigación en torno a los cristales de nieve: “Estando en su laboratorio, el científico encontró un copo de nieve blanco sobre la punta de un pelo de conejo de su abrigo. Como si se tratara de una extraña variante de la persecución de Alicia, un conejo —aunque estuviera muerto y cosido a un abrigo—señaló el camino hacia la creación de la nieve artificial. Siguiendo su pista, el joven científico imitó las condiciones de temperatura y humedad de su laboratorio en el momento de la casualidad. El 23 de marzo de 1926, Nakaya creó el primer copo de nieve artificial, de nuevo, sobre una piel de conejo”. Estas documentaciones se mezclan con otras observaciones que revelan introspección cerebral: “La representación del hombre en entornos hostiles puede entenderse en clave romántica; los paisajes sublimes son el telón de fondo de una épica masculina que no se enfrenta a más enemigo que los rigores climatológicos”.
Pero el trasfondo sigue ahí y toma la forma de una angustia frente al permanente temor de lo que pasará con el hermano, quien “sobrevivirá a mis padres, que temen por su futuro”. Y nos confiesa su rol dentro de la estructura familiar: “Tengo la sensación de haber empezado mi vida justo cuando nació M, siete años antes que yo”, para luego agregar: “Mi aparición no estaba prevista. Cuando mi madre supo que estaba en estado, lloró. Después —me dijo veinte años más tarde—, pensó que M necesitaría una hermana”. Pero su mirada nunca es jerárquica ni lastimera. En un momento, la voz confiesa: “Una de las ventajas de tener un hermano con un grado de dependencia alto es que no puedes abandonarte”, para luego hacer una incisiva crítica al mercado que se genera en torno a esta subjetividad: “A diferencia de los niños con síndrome de Down, que tienen cierta autonomía, una esperanza de vida más corta y una diferencia visible y por lo tanto apropiada para las campañas publicitarias y puestos de trabajo en empresas que quieren hacer gala de su solidaridad, los autistas tienen una apariencia normal y viven tantos años como cualquier otra persona”.
En Hermano de hielo hay dolor, hay críticas a la familia (“cuántas familias se sustentan en los fundamentos de lo no dicho”), hay angustia y miedo, pero también hay mucha ternura, madurez, sabiduría. El emotivo posdata encapsula las emociones con las que se gestó la narración: “Hermano de hielo, pienso en si recrearte aquí nos hará bien. Mamá ha querido protegerte, y por eso te ha rodeado de silencio. Yo sólo creo imágenes, ficciones, nadie más que tú sabe lo que has vivido…, que en general debe ser bueno, porque estás en buenas manos”. Y también hay un mensaje que vale la pena recordar: “… pienso que es mucho más fácil llegar al Ártico que a ciertas regiones de uno mismo”. Sí que es bueno recordarlo, especialmente hoy, donde el contacto virtual tiende a suplantar al real. Este es otro aspecto que se destaca en la narración: el rol de las redes y de “nuestro propio márketing de la personalidad, convertidos todos en seguidores y seguidos (amantes y amados), estrellas y stalkers a la vez”.
Hermano de hielo es un viaje interior que nos comparte un imaginario único, que mezcla documentación, ofrece varias hipótesis y enigmas históricos, valiéndose de las exploraciones a regiones gélidas como metáforas. Estas exploraciones, más los viajes a la investigación temática en la que Kopf se embarca, donde vemos diarios de travesías, fotos, gráficos, imágenes, me hicieron recordar a mi extrañado W.G. Sebald, quien innovó en la escena literaria con un proyecto de estas características.
Nicolás Poblete Pardo es escritor, periodista y PhD en literatura hispanoamericana por la Washington University in St. Louis, Estados Unidos. En la actualidad ejerce como profesor titular de la Universidad Chileno-Británica de Cultura, y su última novela publicada es Concepciones (Editorial Furtiva, Santiago, 2017). Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Crédito de la imagen destacada: El País, de España (https://elpais.com/).