La realizadora japonesa presenta un bello filme de gran sensibilidad, con una cuidadísima fotografía de Arata Dodo en la cual destacan las imágenes de la luz solar en el cielo, en el paisaje y en los rostros. El guión lo firma también Kawase, mujer que en sus obras muestra una visión zen que busca dar un sentido trascendente a la vida. El reparto lo encabezan la expresiva Ayame Misaki (encarnando a Misako) y el veterano Masatoshi Nagase, quien está espléndido como Masaya. La película se estrenó en 2017 siendo premiada en el Festival de Cannes y en otros certámenes.
Por Jordi Mat Amorós i Navarro
Publicado el 2.1.2019
La pérdida
«Me superé a mí mismo, el que sufre. Llevé mis propias cenizas a las montañas, inventé una llama más brillante para mí».
Friedrich Nietzsche
Masaya es un prestigioso fotógrafo que casi ha perdido la visión, y conoce a Misako una joven muy sensible que perdió a su padre siendo niña. Ella trabaja como narradora de películas para invidentes, él acude a una sesión de opinión junto a otras personas con su discapacidad. Misako explica lo que ve y lo que siente al ver el filme, es una poeta: “su rostro se ilumina inundado por la esperanza de la vida”, comenta en una escena. Pero Masaya es muy crítico con ella: “¿no son sensaciones subjetivas?, la verdad es que así molesta bastante”. Ambos están marcados por sus pérdidas pero en la joven hay esperanza y en el hombre anida la rabia.
Y la película que los ha puesto en contacto también trata de la pérdida. Misako habla con el director y actor principal quien confiesa que su personaje tiene mucho de él mismo. El protagonista es un hombre ya anciano que tiene a su mujer muy enferma: “nada es más bello que lo que desaparece ante tus ojos” y “mi amor es interminable” son dos frases que pronuncia y que conmueven a Misako.
Vemos a la joven visitando a su madre en el que fue su hogar de niña, una casa en plena naturaleza, la mujer ha perdido facultades y ha olvidado que su esposo ya no está. En una bella escena con la luz solar entre el verdor reinante Misako se maravilla de los sonidos de la naturaleza y cierra los ojos diciéndole a su madre: “al cerrar los ojos se oyen aún mejor”, está metida de lleno en su papel de percepción invidente. Y la joven mira la cartera que su padre dejó, observando la fotografía en la que están juntos con el fondo del paisaje del entorno de la casa familiar en un espléndido atardecer.
Masaya tiene en su casa muchos dispositivos de ayuda para poder ver mejor y comunicarse. Tiene muchas dificultades para trabajar y hacer las tareas más simples; lo vemos contando las perchas de su vestidor para encontrar qué ponerse y creyendo que aún es de noche cuando en realidad ya amaneció. Acude a un parque con su vieja cámara que palpa para poder usarla, fotografía a unos niños que apenas ve (la realizadora nos muestra cómo ve), y allí está precisamente Misako que le observa en silencio.
El filme muestra a personas que han sufrido pérdidas que les afectan. Una madre que perdió a su esposo y que ahora en su demencia senil cree que sigue con ella. Un director-actor que en su película pierde a su mujer enferma y la quiere conservar haciendo una escultura femenina en la arena que acaba deshaciéndose. Un fotógrafo que casi no ve pero que no quiere aceptar su condición y siente una justificada rabia por la pérdida de su bien más preciado. Y una joven bella en el sentido amplísimo de la palabra que, “a pesar de” la pérdida de su amado padre tiene esperanza. La esperanza vital que la libera de anclarse en el dolor de la pérdida, dolor que en los otros sí está muy presente y que bien expresa una mujer invidente en las sesiones preparatorias de descripción de la película: “he lamentado que no fueses capaz de describir la belleza y la tristeza de las cosas perecederas o la dificultad de desprenderse de lo que se pierde para siempre, todo eso le da su peso-gravedad al filme”. Y allí entiendo que se plantea una disyuntiva, la de qué opción tomar ante la pérdida, hundirse en el peso del dolor y quedarse en la belleza de lo que pasó o bien superarlo y salir de nuevo al mundo con la esperanza de lo que está por venir. La esperanza que, a mi entender, es una manifestación del amor con mayúsculas. La esperanza que transmite Misako cuyo amor será determinante en la superación de la rabia-dolor que siente Masaya.
Amor
«El amor es la respuesta duradera a nuestros problemas humanos. Solamente hay amor, pero a menudo esta cercado por diversas barreras».
Jiddu Krishnamurti
Misako se interesa por Masaya, probablemente pueda haber en su interés por él (una persona bastante más mayor que ella) la búsqueda del padre que perdió siendo niña. La vemos ojeando un libro sobre el fotógrafo, de todas las obras que lo ilustran a Misako le llama la atención una puesta de Sol. El Sol del atardecer que tanto la vincula a su padre, a la fotografía que conserva de él y ella siendo niña.
La joven visita a Masaya para traerle un equipo y este le convida a tomar un té. Ella ve una invitación para una boda y le habla bien del hotel donde se celebrará: “está adaptado para discapacitados”. Pero a él no le gusta su comentario (no acepta su realidad), ella juega a que le pega para comprobar hasta qué punto ve, él intuye que hace algo y cambia su enfado por un sonreír. Esa sonrisa es el primer atisbo de complicidad, Misako se queda a comer, le ayuda a marcar los condimentos para que no se confunda (él es quien cocina a pesar de su limitación). Su piso tiene muchísima luz natural, lo escogió así al ver que perdía visión. Ella le habla que es preciosa la luz del atardecer (el atardecer nuevamente) que entra en el piso. La realizadora nos muestra una esfera facetada de cristal creando bellos reflejos, una sencilla forma de transmitir la riqueza de la luz. Misako relata lo que ve y siente al verlo como hace en las películas y le pregunta qué le parece, “es precioso”, contesta el fotógrafo. Masaya ya no se muestra crítico-distante con ella, habla de su discapacidad explicándole que solo ve algo cuando agacha la cabeza. La cabeza gacha como gesto de humildad, humildad (la auténtica) que entiendo siempre necesaria en las personas “reconocidas” o que tienen ciertas “ventajas” para relacionarse en mayor igualdad con todos los demás. Y Masaya se muestra más cercano, le explica su realidad personal, la invitación es de su ex que vuelve a casarse.
En una nueva sesión sobre la película, Misako ha cambiado su descripción siguiendo la opinión inicial del fotógrafo. Masaya comenta: “en la última escena, tras el atardecer ¿decidió no decir nada?”, a lo que ella responde que se lo pensó mucho y prefirió que fuera el público quien se formara su propia opinión: “me preocupa que les influyese de forma incorrecta”, y él le suelta: “¿Así que ha huido? Pues yo no he sentido nada”. Entiendo que es su forma de expresar que la necesita para sentir (en la película y en su vida). Pero Misako ya tocada por otros comentarios le responde de forma poco afortunada: “ese es el problema de su imaginación”, diciéndole que se fija en las caras de todos los asistentes a la prueba y que su cara es siempre inexpresiva. Masaya se marcha de la sesión y ella le devuelve su pregunta: ¿Está huyendo?
Misako, siempre interesada por el fotógrafo, lo encuentra en la calle cuando este acaba de pasar una dolorosa experiencia: un compañero de profesión le robó su preciada cámara, resbaló en la calle por su discapacidad tras reunirse con él y el hombre en vez de ayudarle se la apropió creyendo que no le veía. Se nos muestra cómo Masaya y Misako van juntos caminando y en el metro. Allí Masaya deja de ver lo poco que veía, él destrozado con lágrimas en los ojos, ella sintiendo su dolor, él busca su mano y se agarra con cariño a ella confesando “no veo”. Y nuevamente la imagen de su visión de tonos anaranjados sin definición alguna con la voz de ella: “Ya hemos llegado” a su barrio.
Camino a su casa la realizadora nos ofrece una bella escena; él le pide permiso para tocarle la cara, ella le acompaña con dulzura una mano al rostro, él lo resigue con ambas manos mientras ella cierra los ojos, ojos que abre cuando él toca sus labios (los labios del beso de amor), él conmovido coge su cámara y le hace una foto (su última obra, como reconocerá más adelante), ella con los ojos llorosos le pide que la lleve donde hizo la foto del atardecer que tanto le gusta.
Van juntos, los vemos caminar con gran protagonismo de la luz solar, él apoyándose-entregándose-confiando en ella. Y la luz solar se nos muestra espléndida en la cara de Misako, en sus ojos se refleja nuestra estrella vital, los cierra y dice: “sabía que no podía alcanzarlo pero me encantaba perseguir al Sol del atardecer. Ojalá hubiese alguna manera de alcanzar esa luz cegadora. Correría tras ella hasta que desapareciese”. Masaya conmovido confiesa: “yo también, yo hacía lo mismo hace mucho tiempo”, añadiendo que a veces oye el chirrido del corazón de Misako. “Me enfadé cuando vi cosas que no quería ver”, el fotógrafo reconoce su antigua rabia por la no aceptación de su dura realidad (reconocer, el primer paso para el cambio). Y coge su cámara palpándola con detenimiento (lo ha hecho otras veces, pero ahora se entretiene más como cuando le palpó la cara a ella) para lanzarla con fuerza a la mar. La cámara era para él su corazón tal y como explica al colega ladrón, un corazón artificial que ya no le sirve. Se desprende de ella, acepta pues su condición de invidente. Y Misako le besa, se besan pasionalmente con la omnipresente luz solar de fondo. La cámara entiendo que era su forma de captar la luz y la vida desde la protección-distancia del observador; ahora Masaya utiliza su propio corazón que puede sentir (a pesar de su ceguera) sin intermediario a través de todo su cuerpo, un corazón herido por una relación que no funcionó, un corazón que tiene la oportunidad de sanar y revivir gracias a la luz de Misako.
Soles
«Hasta el más pequeño de los seres lleva un Sol en sus ojos».
Antonio Porchia
El sol, la estrella más cercana, la energía de la vida ahora y aquí. Tal y como ya se ha comentado la luz solar está muy presente en la película, concretamente la luz del atardecer. La luz que muere con fuerza para renacer al alba. La luz de tonos naranjas y rojos que inunda espectacularmente el cielo con su calor.
Misako recuerda a su padre en un maravilloso atardecer vivido siendo niña y su madre en su enfermedad se va de casa y le espera precisamente allí. Nadie en el pueblo la ha encontrado. La joven siguiendo su intuición se adentra en el bosque donde se oye a sí misma de niña hablando con su padre: “papá hay una montaña muy grande allí” y ve un árbol “el árbol de papá”, se dice oyéndose nuevamente. “¿Sacamos una foto para no olvidarlo? ¿A dónde se va el Sol cuando se pone?”. Y siguiendo al Sol encuentra a su madre mirando la montaña por donde se pondrá en otro bello plano cara a nuestra estrella. La mujer le dice que está esperando a su padre: “cuando el Sol se ponga tras la montaña, tu padre vendrá a casa”, momento en el que se nos muestra a Misako de niña abrazada a él: “esas nubes parecen humo, me dan miedo papá”.
En el estreno de la película, entre el público hay invidentes. Masaya acude y Misako como siempre lo observa todo. Vemos la escena en la que el protagonista sube una duna hacia el Sol. La realizadora nos muestra simultáneamente a Masaya camino de casa y Misako esperándolo, él le dice: “estoy bien”, y le pide que no es necesario que le ayude, que puede ir hacia ella gracias a su bastón. Y nos vuelve a mostrar el ascenso a la duna con la audio-descripción. “Se detiene en lo alto de la duna, mira hacia el cielo totalmente inmóvil”, momento en el que Masaya en su butaca cierra los ojos. “Hacia donde le alcanza la mirada, allí brilla la luz” , los abre en la oscuridad de la sala. Un mensaje final de esperanza, la esperanza de Misako que es la expresión de su gran amor. El amor que se refleja en la vivacidad de sus ojos, dos bellos soles que iluminan y que alumbran la oscuridad de Masaya.
Jordi Mat Amorós i Navarro es pedagogo terapeuta por la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
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