Este montaje dramático es el relato doloroso de una madre cuyo hijo muere en un confuso incidente en el que se ve envuelto durante el asalto al Banco O’Higgins del Faro de Apoquindo en el año 1993. Maternidad, muerte y transición se entrecruzan en la presente obra, la cual es interpretada magistralmente por la actriz Paula Zúñiga, quien sobresale tanto en términos corporales como vocales.
Por Jessenia Chamorro Salas
Publicado el 5.1.2018
La cartelera veraniega del Teatro UC trae de vuelta Hilda Peña, obra dirigida por Aliocha de la Sotta y escrita por Isidora Stevenson, aclamada por la crítica durante su montaje del 2016.
Hilda Peña es el relato doloroso de una madre cuyo hijo muere en un confuso incidente en el que se ve envuelto durante el asalto al Banco O’Higgins del Faro de Apoquindo en el año 1993. Maternidad, muerte y transición se entrecruzan en Hilda Peña, interpretada magistralmente por la actriz Paula Zúñiga, quien sobresale tanto en términos corporales como vocales.
Una madre que no quiere ser madre pero que lo es por una casualidad a la que se resigna desde una sabiduría e ingenuidad sobrecogedora, que va asumiendo desde la cotidianidad, esta maternidad que le ha llegado a través de este niño sin nombre, de este niño marginal que se va quedando en su casa poco a poco, transformándola en hogar. Misma casualidad que pone a su hijo en aquél sitio el día de su muerte, en que ella ve por televisión aquella bolsa que le recuerda a su hijo y su nuera.
Hilda Peña, contiene una poética que se proyecta a través de su montaje, tal poética es la de la desesperación, ya que el monólogo que realiza Hilda Peña transita entre la desesperanza, el recuerdo, la resignación y la búsqueda infructuosa por saber, por tratar de entender cómo y por qué ocurrieron los hechos. La desesperación de la madre cuyo hijo prestado ha sido arrebatado. La desesperación de la mujer cuya (des) composición se va construyendo a través de una memoria dolorosa y corporal.
Esta poética de la desesperación se materializa a través de la (des) composición, debido a que es la fragmentariedad el eje articulador de esta producción escénica. En este sentido, la desesperación radica en “la crueldad de constreñir al cuerpo para intensificar la mirada de lo muerto” (280), es decir, en cómo los distintos encuadres de las diferentes partes del cuerpo van evidenciando no solo su fragmentariedad, sino también su gestus, a través de una performance que permite vislumbrar la fragilidad y fortaleza del personaje, comprender su historia, y por tanto, conmoverse con las implicancias que la muerte de su hijo ha tenido para ella. De este modo, no puede comprenderse Hilda Peña sin comprender el trabajo sobre el cuerpo que Paula Zúñiga realizó en torno a su figura, el cuerpo es la base de la producción, cuerpo y voz como materialidades esenciales. En este sentido, vale decir que la “poética de la desesperación” desde donde propongo comprenderla obra, se instala en la corporalidad de la protagonista.
En esta poética que se desprende de Hilda Peña el cuerpo resulta fundamental, no solo en relación con despliegue performático que realiza la actriz, sino al cuerpo inerte de su hijo muerto, al cual el relato de Hilda va configurando desde la fragmentación y descomposición, procesos de los que ella misma forma parte cuando señala que ahora se come las uñas, que antes ella no era así, que antes era distinta, que ahora está deteriorada. Ella dice constantemente respecto a su hijo muerto que está “fresco, hinchado, putrefacto, seco”, aludiendo al proceso de descomposición natural de los cuerpos y del cual ella obsesivamente desea ser testigo en las visitas que realiza al nicho.
Hilda Peña, no es azaroso que su abreviatura sea precisamente HP, mismo nombre de la obra escrita por Luis Barrales, abreviatura, a su vez, de Hans Pozo. Historias que pese a ser distintas, son similares en cuando a la marginalidad a la que aluden, al anonimato, a esa historia cualquiera que encuentra en cualquier calle. Dos niños, el abandonado por su madre, y el recogido por una madre que no quería serlo pero que se fue transformando en ella. Hilda Pena, la mater dolorosa que llora y recuerda a su hijo muerto.
Cabe considerar además, que la fragmentación que realiza la iluminación hacia el cuerpo de Hilda, la va recortando en pequeños trozos de sí misma: manos, pies, piernas, torno, rostro; de la misma forma en que ella va recordando trozos de su historia y la del hijo, trozos representados por cosas que van adquiriendo significancia al ser recordadas, cosas que van dando coherencia a su relato, configurando una memoria sobre las cosas. Una de estas es la bolsa, porque “no hay dos bolsas iguales”, objeto que se transforma en el llamado de alerta respecto de lo que estaba ocurriendo en la televisión. El vaso es otro objeto fundamental, pues ella señala que su hijo muerto es como un vaso, frío y vacío, nombrándolo entonces “mi niño vaso”. Por último, el ataúd como objeto contenedor del cuerpo inerte es trabajado simbólicamente en la obra, pues el cuerpo constreñido de la actriz sugiere el cuerpo dentro de aquél.
Hilda Peña requiere un espectador atento a cada palabra, a cada gesto e impostación vocal, un espectador que se vuelva testigo del relato de Hilda y que la escuche, porque es eso lo que ella necesita, ser escuchada por alguien que empatice y se conmueva con su historia y la de su hijo, hasta el estremecimiento.
Ficha técnica:
De Isidora Stevenson, dirigida por Aliocha de la Sotta
Desde el 3 hasta el 6 de enero de 2018
Miércoles a sábado, a las 20:30 horas
Sala: Teatro UC, Sala 2 «Eugenio Dittborn»
Dirección: Calle Jorge Washington Nº 26, Plaza Ñuñoa, comuna de Ñuñoa, Santiago
Elenco: Paula Zúñiga
Diseño integral: Rocío Hernández
Música: Fernando Milagros
Crédito de las fotografías: Diego Carrasco