¿Qué es lo nuevo en este esfuerzo intelectual? Desde luego la incorporación de fuentes primarias para Frei y su cohorte generacional, tanto civil como eclesiástica. Una visión más interdependiente de la cultura y de la política. Muchos archivos nuevos, especialmente estadounidenses, en la parte internacional. Una mejor comprensión de los aspectos eclesiales, culturales y educacionales en pugna. Como resumen, hoy podemos discurrir que el ambiente de esa generación fue esencialmente discursivo: los cambios eran formales, la violencia anidaba como telón de fondo, pero no como acción reiterada y cotidiana.
Por Cristián Garay Vera
Publicado el 21.10.2018
Esta es la segunda entrega de un proyecto que aspira llegar hasta 2010. Hasta el momento se habían entregado los tomos 1 y 2, correspondientes a Jorge Alessandri, y si bien hasta aquí pareciera que el relato toma la forma clásica de historia por casilleros presidencial, resulta que en los hechos de cada presidencia queda descrita en múltiples aspectos y no solamente en el ámbito político como podría pensarse. De hecho hay capítulos seriados y bastante fuertes respecto de la Iglesia Católica, la educación, la cultura, la economía, la vida cotidiana, junto a otros de talante más canónicos como presidencia y partidos políticos, o al examen pormenorizado de las relaciones exteriores.
Otro aspecto sustantivo es que este relato se hace en forma coral de modos que los restantes colaboradores Ángel Soto, Myriam Duchens, Gonzalo Larios, Milton Cortes y José Manuel Castro, se suman a un relato en que para tener una escritura homogénea se leen los capítulos para alcanzar un estándar unificado. De modo que todos y cada uno son mutuamente responsables de los capítulos. No obstante lo anterior, los capítulos de relaciones internacionales deben más a Milton Cortes que otros, lo de economía más a Angel Soto, los de cultura más a Myriam Duchens, los de educación a José Manuel Castro, los de Iglesia Católica a Gonzalo Larios, y así unos y otros dejan su huella en los informes que conforman la obra.
Sin embargo, está claro que la interpretación del periodo corre de manera más discursiva y más integral a cargo del editor, Alejandro San Francisco, y ello incluye también lo político. No es una historia puramente política, ya que la actuación y las ideologías partidarias se sitúan en un contexto cultural y societal, donde los actores y los fenómenos se entrecruzan.
De este modo que hay una cuestión que resalta en estos dos tomos dedicados a Frei. Este es que contradice el aserto que un gobierno de centro y reformistas sea gradual y moderado. Si algo nos demuestra la presidencia Frei es que fue el ascenso de un grupo que había caminado bajo el sol del desierto con votaciones inferiores al 4% durante muchos años y que se fortaleció gracias al derrumbe de radicales y de conservadores y el riego de militantes desde el agrario laborismo y el conservadurismo. Si hay un telón de fondo de este crecimiento es el cambio de óptica de la Iglesia Católica y la consideración acerca del voto “útil”, contaminado por el anticomunismo. Para 1961 el Partido Demócrata Cristiana ya era una opción muy potente y sepultó en el futuro al Partido Conservador.
Decimos que el carácter revolucionario, excesivo para las derechas liberal y conservadora, insuficiente para la izquierda marxista, define la actuación y la cultura de una época que se caracteriza por dejar los moldes del statu quo. Un periodo anunciado por el entusiasmo teológico, y tan bien, de sectores de la Iglesia (ejemplificados en Manuel Larraín y Raúl Silva Henríquez) que dan su apoyo a los democratacristianos. Pero también fervor nacional por Eduardo Frei y su mirada transformadora. Si hay algo inobjetable fue que Frei se vio presidiendo un proyecto de 30 años, y una “nueva civilización” al modo que los proclamaba la Democracia Cristiana en su programa político. En este libro la épica de esa época se retrata mejor que en cualquier otro texto, que haya leído al respecto. De modo que los cambios no eran ni cosméticos, ni “comunistas”, sino simplemente democratacristianos. La Reforma Agraria se profundizó con una prédica que ligó a sectores de avanzada democristiana con la izquierda más marxista. Aunque no se hizo propietarios, dejó una huella perdurable. También la construcción de un entramado social intermedio como juntas de vecinos, y de sindicatos agrarios cambiaron para siempre la faz de la población chilena.
El entusiasmo, sin embargo, partió de un axioma falso, que Frei era el anticomunismo. Si bien aprovechó en la Marcha de la Patria Joven y en la votación ese impulso, y casi sepultó a conservadores, liberales y radicales, Frei superaba esa visión. Por eso recibió el apoyo entusiasta de los estadounidenses y el apoyo de su Alianza para el Progreso, como también del Vaticano y de la Europa Occidental y democrática. Fue una opción liberal en sentido anglosajón, de cambios y de progreso no-comunista.
No obstante, esa impostura de representar la contención anticomunista, fue frágil y temporal, apenas en 1966 ya la derecha estaba reorganizándose, y la votación democratacristiana empezó a desdibujarse hasta un tercio, abandonado su mayoría absoluta en 1964 y su ventaja en las elecciones parlamentarias posteriores. Peor aún, la eclosión de relatos revolucionarios competitivos al interior (el tomicismo) como al exterior en las disensiones de la Izquierda Cristiana y luego el MAPU, desmembró al PDC. También la sensación que el proyecto no iba tan bien, hizo mella en la rearticulación de la izquierda marxista que vio su camino propio que pronto caricaturizaría los cambios freístas.
La fragilidad del proyecto de Frei, bien urdido teóricamente desde el progresismo religioso (Vekemans, etcétera), se percibió en aspectos como la educación (las tomas de la UCV y de la Universidad Católica de Chile, dando origen a la reforma universitaria), el avance de la Reforma Agraria, y la relación civil-militar con carencias materiales y actos de insubordinación y de protesta gremial. Frei en su correspondencia, obtenida de su propia Fundación, relata estos aspectos como amenazas directas a la democracia.
La cultura y la sociedad dialogaban con una economía que recibía pocos impulsos, con lo que aparecieron los primeros críticos del modelo del desarrollismo hacia adentro. La Revolución devoraba a sus hijos, pero ella misma no se asentaba más que como un contexto difuso siempre coactivo para las fuerzas políticas, a tal punto que la oposición derechista se reinventó en un partido “nacional y moderno”.
La discusión sobre la modernidad nos dice mucho. El intento de un Chile moderno, cristiano y civilizacional fracasa. Peor aún hay concesiones a la mirada liberal en los esquemas sobre antinatalidad, que se ofrecen como condiciones previas al desarrollo, y que en verdad nada tienen en conexión lógica y empírica. La promesa del desarrollo se vuelve etérea, y el gobierno no crea un régimen como se había pensado, peor aún Tomic no solo es el tercero en 1970, sino la antítesis de la postura de Frei Montalva.
Sobre lo anterior, hay que preguntarse qué es lo nuevo en esta historia. Desde luego la incorporación de fuentes primarias para Frei y su cohorte generacional, tanto civil como eclesiástica. Una visión más interdependiente de la cultura y de la política. Muchos archivos nuevos, especialmente estadounidenses, en la parte internacional. Una mejor comprensión de los aspectos eclesiales, culturales y educacionales en pugna. Como resumen hoy podemos discurrir que el ambiente de esta generación fue esencialmente discursivo: los cambios eran formales, la violencia anidaba como telón de fondo, pero no como acción reiterada y cotidiana. Todo lo que se podría denominar el contexto de “movimientos sociales” estaba restringido a los estudiantes y sindicalistas agrarios. Los estudiantes forjan en esta época movimientos disimiles. Son los primeros a los que Violeta Parra (muerta en 1967) elogia en Me gustan los estudiantes:
¡Que vivan los estudiantes
que rugen como los vientos
cuando les meten al oído
sotanas o regimientos.
Pajarillos libertarios,
igual que los elementos.
Caramba y zamba la cosa
¡vivan los experimentos!
Ellos representan la vanguardia, la inconformidad, pero lo demás estaba rigidizado y controlado por los partidos desde la política sindical hasta las preferencias musicales.
Hay aquí un trabajo que complejiza nuestra visión de Frei y de su época, como debió haberse llamado el volumen. Pero estamos de acuerdo en que el adjetivo revolucionario es el principal, pero veo más a las instituciones evolucionando que creándose de la nada y en antinomia, antes que creaciones originales y nuevas estructuras “liberadoras”. Son cambios dentro de los cambios, no una revolución de verdad, y aquí cabe que se invoca el adjetivo por proximidad, no por identidad. Fue la antítesis de la Revolución Cubana, pero también quiso destrabar el pasado y generar cambios reales. Por lo tanto, es justificado tratarla como una época revolucionaria, siguiendo el hilo de sus discursos, con cambios que fueron más profundos que los de un clásico gobierno de centro. Centro aquí no fue una palabra neutra, un cambio gradual, sino una apuesta divisoria entre el antes y el después. Y sin embargo solo quedó la promesa: la historia siguió su rumbo. Una época de encendidos discursos, cambios culturales y de vida (la angustia por Vietnam, la revolución de las flores, y la píldora anticonceptiva) pero también de esterilidad en los esfuerzos. Un Chile que se hacía y deshacía, sin encontrar rumbo.
Alejandro San Francisco, editor. Historia de Chile 1960-2010. Las revoluciones en marcha. El gobierno de Eduardo Frei Montalva (1964-1970), Tomos 3 y 4. CEUSS / Universidad San Sebastián, Santiago de Chile. Tomo 3, 585 páginas. Tomo 4, 602 páginas.
Cristián Garay Vera es el director del magíster en Política Exterior que imparte el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile, casa de estudios de la cual además es profesor titular.
Crédito de las fotografías utilizadas: Universidad San Sebastián.