“Historia de la H”, de Héctor Hernández Montecinos: La vida en tres suspiros

La primera parte de [guión] -que se analiza en este texto- corresponde al relato mítico de un mundo inaccesible y fundador de lo que será el resto de la poética del autor, lo cual equivale a sumergirse en un delirio encausado por sus propias leyes, por su propia historia, por sus propios dioses y personajes, en un espacio-tiempo posible a través del ejercicio del lenguaje literario que el creador ha venido cultivando desde sus primeras publicaciones. Así, este jueves 19 de julio se lanza por la editorial LOM el último libro de esta trilogía: [y punto].

Por Francisco García Mendoza

Publicado el 18.7.2018

El poeta Héctor Hernández Montecinos (Santiago, 1979) tiene cierta fascinación con el número tres. Un mar de piedras (Fondo de Cultura Económica, 2018) es el título de una compilación de entrevistas realizadas a Raúl Zurita entre 1979 y 2017 que Hernández organiza en tres grandes apartados divididos a su vez en tres partes conformadas por tres capítulos cada una. Lo mismo ocurre con su anterior publicación, Buenas noches luciérnagas (RIL, 2017), un compilado textual que huye de cualquier clasificación posible y cuya organización interna igualmente abraza al número tres.

La totalidad de la obra poética del autor está organizada en una gran trilogía textual: La divina revelación (LOM), Debajo de la lengua (Cuarto Propio, 2009) y OIIII (volumen en preparación). En Chile es la editorial LOM la encargada de la edición del primer volumen. Este está dividido a su vez en tres partes cuya totalidad alcanza las 680 páginas aproximadamente. Cada uno de estos libros recurre también a una organización interna que apela al simbolismo numérico del tres. [guión] (LOM, 2008) abre con un apartado titulado “Historia de la H”, seguida de “Historia de la N” e “Historia de la Z”.

Leer a Héctor Hernández es acercarse un poco al origen de la palabra. En las páginas de la trilogía la letra fluye incontenible y ajena a los límites impuestos por el análisis posterior, su escritura está apenas limitada por la materialidad de la hoja y del libro mismo. Leer “Historia de la H” es adentrarse en el origen del universo, cuando el todo era un fluir constante sin clasificación posible. El mundo que sugiere su poesía es un espacio simplemente inaccesible desde los parámetros actuales, hay un evidente despojo de los marcos convencionales poéticos. Terminología académica-escolar como verso, estrofa, hablante, motivo o rima no calzan en este río desbordante de significaciones y tratar de subordinar su escritura a ese análisis es una labor más bien ridícula.

En [guión], suerte de espacio cero de su poesía, se presenta un mundo que se construye en la medida en que la palabra va surgiendo. En ese sentido, mundo y palabra son parte de una totalidad que se construye recíprocamente. Esta historia mítica va dando origen, por supuesto, a un panteón diverso de personajes que parecieran ser omnipresentes y etéreos en ese espacio poético en construcción. Aparecen, por ejemplo, las hermanas carnívoras, representaciones antropomórficas del origen, de la maternidad total, son seres que deambulan por lugares físicos, mentales y espirituales, a ellas está ligada la vida y el nacimiento. Más adelante aparece Ajún, un dios terreno-divino que nadie pareciera querer reconocer, un padre ausente a metros de distancia, alguien que observa, que no interviene, que está ahí cargando con culpas y responsabilidades que nunca podrá asumir. Las Tres Marías son tres seres habitantes de La Manicomia, representación de los márgenes, hogar de los locos, travestis, enfermos, huérfanos, niños desamparados, los abandonados y los tristes. María Thalía, María Lynda y María Paulina Rubio conforman el triunvirato divino de la marginalidad absoluta del mundo narrado por el poeta.

En “Historia de la H” la vida se plantea como un ensayo de creación. Somos apenas un prototipo del universo inaccesible, lo creado siempre está muriendo y todo eso va quedando registrado en el Libro de la Vida. El origen está siempre ligado a la destrucción de la obra. En la narración de Hernández aparece el incendio como metáfora del gran diluvio universal. El fuego asume el papel del agua en la tradición judeocristiana y maya-quiché. Aniquilar la tradición es también comenzar a construir a partir de los mismos materiales del escombro: “MI FIN ES MI COMIENZO/ TODA MI VIDA HE SIDO UN EXTRAÑO” (275) es la última de las sentencias aparecidas en [guión]. La palabra es la que va llenando ese vació dejado por la aniquilación del fuego: “Salí caminando lentamente de allí y busqué una calle que desembocara en una película de moda y me dieron ganas de querer fundarlo todo nuevamente para volver a dudar” (34). Cuando se ha alcanzado un punto culmine en la civilización es inevitablemente necesario volver a construir sobre las ruinas (los relatos míticos de la creación o la misma historia de la civilización occidental remiten a esta idea del ensayo y el error, cuántas son las historias de pueblos y ciudades arrasadas por la locura del fuego).

Una de las tesis en la que se sostiene la propuesta de Héctor Hernández es que la Historia es un gran sueño colectivo cuya importancia radica en la individualidad del soñador/poeta: “Tu sabes que yo estoy en otra parte Aunque esta historia sea tan triste Y si ahora estoy obligado a soñarla Y estoy obligado a morirme Los sueños no tienen nombre Los sueños no significan Los sueños Los sueños existen” (19). Vivimos porque somos parte del gran sueño de alguien inabordable, alguien que excede las corporalidades terrenales en las que estamos enclaustrados. Héctor Hernández propone con su poesía abandonar esa cárcel que nos aferra a la materialidad para volver al origen del todo, al flujo de la palabra, a ese lugar mítico visible (pero inaccesible) a través de la lengua. Solo se nos permite acceder a sus vestigios, a la huella, el espectro de esa posibilidad: “El sordomudoniño comienza a escribir cartas como de tarot para rebelar lo que permanece en sueño Entonces tiene que escribir sus cartas con un lenguaje secreto aunque coincidimos en que todos los lenguajes son secretos” (20).

Otra de las tesis de su poética, estrechamente relacionada con la anterior, es que la historia universal es también la historia nacional y la historia nacional es también la historia familiar y personal. Todas las narrativas y sus niveles de realidad forman parte de un mismo plano en donde la superposición va configurando una gran y total historia que es a la vez colectiva e individual: “Una anciana que arranca de su cuello una víbora nos mira a través de unos prismáticos y nos grita que ya nos había visto en un sueño nacional” (44-5). En su ejercicio poético la relevancia de la palabra es fundamental porque está inexorablemente ligada al origen/destrucción. De ese modo, el poeta deambula entre la creación y la palabra, entre la palabra y la obra, materializando así una relación inverosímil con el autor. Para Héctor Hernández es la vida la que imita a la literatura y no al revés: “Eres lo único que en este momento quisiera estar haciendo Y si es que he llegado hasta ti en estas condiciones no es porque yo esté libre pues junto a ti me hago más ausente que nunca No escribo lo que vivo sino todo lo contrario” (53), sentencia.

Mucho se dice sobre Héctor Hernández, mucho se lo nombra, poco, nada casi, se habla del valor y las posibilidades que ofrece el despliegue de su obra poética. Esta primera parte de [guion] es el relato mítico de un mundo inaccesible fundador de lo que será el resto de su poética. Leer a Héctor Hernández es sumergirse en un delirio encausado por sus propias leyes, por su propia historia, sus propios dioses y personajes, un espacio-tiempo posible a través del ejercicio del lenguaje poético que el autor ha venido cultivando desde sus primeras publicaciones.

 

La portada del poemario publicado en 2008

 

 

 

Crédito de la imagen destacada: El poeta chileno Héctor Hernández Montecinos por Poetas del fin del mundo (https://poetasdelfindelmundo.com/)