El escritor y juez chileno realiza su cuarta entrega como columnista cinematográfico, en un texto que comienza a dar forma al volumen que durante el presente año lanzarán en conjunto el Diario «El Heraldo» de Linares y «Cine y Literatura», con la integridad de estos artículos una vez ya publicados en su totalidad.
Por Víctor Ilich
Publicado el 29.1.2020
No es exagerado decir que Historia de un matrimonio es una película útil y reveladora para quien piense en el matrimonio como opción a escoger; otros dirían memorable, para quien esté casado, y necesaria e inevitable, para todo aquel que sufre con la pesadilla del divorcio o atormentado por su sombra.
Es cierto decir que no hay recetas mágicas, pero sí existen pautas a considerar para un matrimonio constructivo. Es relevante destacar la palabra constructivo, ya que los vínculos se construyen sobre la base de la mayor o menor apertura de los involucrados; es decir, de la mayor disposición o no para darse a conocer en el tiempo. Mientras más tiempo y esfuerzo en el ejercicio de darse a entender y conocer, mejor es la construcción, ya sea sobre roca o arena. Lo básico como común denominador: ambos deben cantar o querer cantar la misma canción.
Me dijeron que el matrimonio es esfuerzo: desgaste, deliberación, responsabilidad, compromiso, lealtad y disposición, en especial, buena disposición, pero no explicitaron que también puede ser placer a raudales, gozo, satisfacción, realización, equilibrio y estabilidad.
Es cierto, el día de la boda es una declaración de intereses. Intereses en común: un proyecto de vida en común, un propósito colectivo que no tan solo afecta a los novios (que recién empezarán a ver lo que no vieron antes), sino también a sus respectivas familias. Es errado o derechamente una mentira eso de que uno no se casa con la familia, se casa incluso con aquello que no ve: todo lo que hereda o arrastra una persona, aun esas pesadas cadenas invisibles. Dicen que en el camino del matrimonio no es posible un vínculo matrimonial sano (sin peleas ni recriminaciones) sin el respeto básico a los padres de la esposa o esposo. Y quien crea que puede decir cualquier cosa de los padres o hermanos de ella o de él, conocerá el cáncer que repercutirá dónde más duele para él, en la intimidad sexual, o para ella, en la intimidad emocional. Es cierto también que hay excepciones, pero solo confirman la regla general: la naturaleza humana sigue siendo la misma de ayer, hoy y siempre.
Vi la película de Noah Baumbach junto a mi esposa. Ambos nos emocionamos, nos salieron un par de lágrimas por lo que vimos y volvimos a declarar: “No me gustaría terminar así…”, “a mí tampoco”.
Es así como puede nacer otra declaración de intereses en común: debemos cuidar nuestro matrimonio. Dicen que establecer un círculo de confianza es prioritario, un círculo exclusivo y excluyente, que a su vez funcione como verdadera frontera; conocer además los factores esenciales de toda atracción: la búsqueda de similitudes, la cercanía que se traduce en tiempo invertido, el riesgo de abordar temas íntimos y estar conscientes del sex appeal o atractivo físico, unido a componentes emocionales, ayudan a caminar con cautela por la senda estrecha y angosta de la lealtad.
Crecí escuchando a mi padre que una vez que yo saliera de casa –casa que compartíamos–, terminaría su tarea. Hoy reconoce, ya abuelo, que lo que decía era un error. Si la tarea de un padre –entre otras– es acompañar a sus hijos en todo el proceso de la vida, ese proceso continúa hasta la tumba y el que muera primero es quien deja la antorcha. Si la tarea de un novio es acompañar a su novia, y luego esposa, en el proceso de la vida con todo lo que eso implique, ese proceso a ratos puede resultar abrumador. Por eso cobra sentido reflexionar sobre la declaración de intereses que se hizo frente a una nube de testigos: permanecer unidos en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, y debiera explicitarse… en los momentos cómodos y en los incómodos, cuando aparezca la ceguera o la niebla, cuando sea difícil ponerse de acuerdo, cuando las expectativas no se cumplan, cuando les cueste cambiar, cuando crean que no lo lograrán, cuando atraviesen las tormentas y un largo etcétera de dulce y agraz. De lo contrario, la acusación por inconsecuencia o falta de coherencia estará interpuesta en el epicentro del jurado familiar: es que él nunca va a cambiar; es un egoísta, sustentado en que me dijo que haría esto y hace esto otro; solo piensa en él. Y otro largo etcétera inconmensurable de realidad, fantasía, prejuicios y autoengaño. Otra vez la naturaleza humana en su máxima expresión.
Es cierto, divorcié a mucha gente. Y siempre me llamó la atención esa frase que aparece en las demandas de divorcio: “diferencias irreconciliables”. Toda diferencia por naturaleza es irreconciliable, por algo son diferencias, por algo uno no se casa con un clon. Quizás es un eufemismo para decir: “diferencias imposibles de superar por falta de amor”.
Y el egoísmo tiene ese atributo de ahogar al amor y restringir el espacio de confianza matrimonial. ¿Que levante la mano todo aquel que reconoce su egoísmo? Ese será el que esté más cerca de ser generoso y desprendido que aquel que no lo identifica en sí mismo.
Estar dispuesto a morir por la esposa es loable, pero, como dicen, del dicho al hecho hay un largo trecho: el tiempo lo dirá; no obstante, en lo próximo, lo medible y verificable sería estar dispuesto a dejar morir aquellas cosas que ahogan o tratan de obstruir el cordón umbilical en el nutritivo vínculo matrimonial.
Tampoco está de más decir una precisión aparentemente evidente: que la individualidad en el matrimonio nunca debe ser conculcada, disminuida, sofocada ni menos destruida; por el contrario, debe ser potenciada y desarrollada, pero no desde la lógica del egoísmo: yo primero, yo segundo y las papas fritas también son para mí.
En otras palabras, ayudarse mutuamente a desarrollar el máximo potencial como principio rector es útil para materializar el amor. Finalmente, es posible advertir que muchos aspectos o temas del matrimonio, los conflictos que surgen, las diferencias que afloran guardan relación con estrategias mejor o peor trabajadas.
Es decir, el matrimonio también está sujeto a la gestión del conflicto, por ende, a una buena o mala estrategia para el cambio.
A lo largo de los años de matrimonio, he escuchado a algunas personas decir: “tengo derecho a ser feliz”, pero es sabido que no se tiene el derecho a ser feliz a costa del resto, dañando o causando dolor a otros, por ende, un enfoque equilibrado sabe que un derecho mal usado manifiesta a un abusador y a un abusado.
Advertirán, entonces, que la raíz de muchos males en una realidad compartida como la matrimonial es el egoísmo, y que este es hábil para disfrazarse de derecho o de reivindicación.
Muchos preguntan sobre los requisitos para el divorcio, otros conocen sobre el plazo del cese de convivencia para solicitarlo, pero nadie o muy pocos hablan de cómo evitar un divorcio. ¿Es posible de evitar?
El divorcio es una realidad, pero no es una realidad inevitable: siempre se pueden tomar precauciones que aminoren el riesgo o la posibilidad del dolor de una ruptura.
Evitar un problema es mejor que solucionarlo, al menos, es menos costoso, en lo emocional y en lo económico.
Sobre lo económico, llama la atención el rol de los abogados en este filme, quienes además de defender los intereses de sus representados, también buscan ganar algo más: prestigio, dinero o no ser vencidos. En otras palabras, no estamos hablando de ayuda desinteresada. No hay nada condenable, por cierto, en cobrar por el trabajo que se realiza, dicen que el obrero es digno de su salario.
Lo cuestionable es hacer creer a las personas que quien cobra por algún servicio puede llegar a ser un real amigo íntimo, ya que al existir un vínculo comercial y económico, lo que subyace es el cálculo del provecho personal que se puede obtener. En definitiva, la empatía o simpatía pasan a ser un recurso de marketing para algunos. Ni más ni menos.
No nos engañemos, la boda pudo haber sido costosa, pero el divorcio puede llegar a ser un acto expropiatorio para algunos.
Por eso, antes de engañar a su esposa, es necesario detenerse y reflexionar si se está dispuesto a pagar el precio de dar rienda suelta al aparente beneficio personal o al egoísmo en una de sus modalidades más básicas: necesito a alguien que me entienda de verdad. ¿Qué verdad? ¿Que también el divorcio se puede evitar, incluso no casándose?
¿O necesita otra verdad? Que la distancia entre intención y resultado es una ecuación en la cual hay que aprender a despejar y despojarse de toda máscara de la XY, para concentrarse amorosamente en la XX. El que quiera oír, que oiga.
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Víctor Ilich (Santiago de Chile, 1978). Egresado del Instituto Nacional «General José Miguel Carrera» y de la escuela de derecho de la Universidad Finis Terrae (Chile), en la cual estudió becado. Es abogado y juez titular de un juzgado de garantía en la Región de O’Higgins.
Es autor de más de una docena de obras literarias, tanto reflexivas como poéticas, entre ellas se pueden destacar La letra mata, Disparates, Cada día tiene su afán y El silencio de los jueces.
Durante el año 2018 dirigió el taller literario “Ni tan exacto ni tan literal”, impartido a otros jueces penales y como fruto de ese trabajo se editó el libro Duda, un conjunto de relatos breves escritos desde la perspectiva de la duda, que buscan la reflexión en el ámbito judicial.
Actualmente, es columnista en el Diario El Heraldo de Linares, de la Séptima Región del Maule.
Imagen destacada: La actriz Scarlett Johansson en Historia de un matrimonio (2019).