El inmenso autor versicular de la generación chilena de los 60, ha emprendido la última de sus búsquedas, y es hora de festejar el valioso legado del creador literario, al culto y generoso profesor en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Santiago, y al militante comprometido con una causa política improbable.
Por Edmundo Moure Rojas
Publicado el 21.12.2024
Murió Hernán Miranda Casanova (1941 – 2024), amigo en los días juveniles de La Cisterna, paradero 27, compañero de la célula Ho Chi Minh, junto a Manolo Garrido, la Mona y Chico Yáñez. Camarada activo en las campañas presidenciales de Salvador Allende, en 1964 y 1970, poeta integral e íntegro, las veinticuatro horas del día, renovador de la lírica nacional, bien reconocido fuera de Chile (menos dentro de nuestra aldea letrada).
Temprano madrugó hoy la madrugada: me llamó su hija, Paloma Miranda, en este 21 de diciembre, albor del verano austral, para comunicarme la infausta noticia, el pasamento —tránsito a la otra orilla—, de Hernán, desde su casa en la comuna de La Florida.
Uno de los escasos poetas chilenos que desarrolló y mantuvo hasta el final su originalísima producción poética, despegándose del arrollador cauce nerudiano y de la pegajosa impronta antipoética y artefáctica de Parra, para encantarnos y sorprendernos con su registro particular, derrochando fino humor, la sátira amorosa frente a la vida y a la muerte, regalándome el permanente fulgor, mediante un rico lenguaje que expresa de la mejor manera el habla de la tribu.
Asimismo, su visión social progresista de la humanidad (integró el equipo de prensa del Palacio de La Moneda durante el gobierno de la Unidad Popular), hizo que jamás cayese en descalificaciones ni resentimientos pueblerinos, tan abundosos —ay— en la fauna letrada nacional.
Un cirujano fiel a su juramento
Desde hace seis años, al calor de nuestra cofradía de las letras, Unión del Sur Editores: Víctor Escobar, Luis Hachim, Gamalier Bravo y este cronista, hemos venido proponiendo al gran poeta Hernán Miranda, como candidato indiscutible al Premio Nacional de Literatura. No se dio. Ya no importa, quizás nunca fue trascendental para él su obtención, menos desde la proverbial sencillez del poeta.
Mientras escribo esta crónica del adiós al vate de Quillota —Premio Casa de las Américas de poesía 1976, y también exprofesor de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Santiago—; sentado en un vagón del Metro, escucho la melodía «El cóndor pasa», interpretada bellamente por un músico callejero en su zampoña.
No quiero asociar la imagen del manido vuelo de los muertos, sino sentir el entrañable canto andino que resuena en los versos de Hernán Miranda Casanova.
—Una gran pérdida para la poesía chilena.
Escribió hoy, temprano, el poeta José María Memet.
Yo he perdido a un viejo amigo que regresa a la madre tierra con el eco de su voz inmemorial, recitándonos, como despedida y reencuentro, uno de sus notables poemas:
A nadie daré una droga mortal
Aquí estoy solo con mis pócimas, mis escalpelos,
mis uñas rotas, mis salpicaduras.
Aquí con mi intranquila conciencia.
Aquí con mi mundo perturbado.
Aquí, con mi cadáver desnudo sobre el mármol
y el tiempo que aquí debería ser abolido.
Somos los mismos. Los que tuvimos un día
la capacidad de asombrarse.
Cartílagos sólo hay, sólo huesos.
Debo suturar desgarros que yo no produje.
Debo hacer coincidir las piezas de un cráneo.
Soy demasiado humano para vivir en paz.
Pero quién se sonreirá por ti algún día.
Pero quién repetirá después las cosas que tu dijiste.
Pero quién cometerá tus mismos errores.
Pero quién heredará tu desencanto.
Morirse pero contemplar tu propio funeral.
Pero huir y ser testigo de tu fuga.
Pero perderse y participar en tu propia búsqueda.
Pero se trata de estar aquí y en otras partes.
Pero yo soy un cirujano fiel a su juramento
y seguiré cortando tendones, removiendo las vísceras
sin lograr ver en ellas el futuro
y a nadie daré una droga mortal.
***
Edmundo Moure Rojas (1941), escritor, poeta y cronista, asumió como presidente titular de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) en 1989, luego del mandato democrático de Poli Délano, y además fue el gestor y fundador del Centro de Estudios Gallegos en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile, casa de estudios superiores en la cual ejerció durante once años la cátedra de Lingua e Cultura Galegas.
Ha publicado veinticuatro libros, dieciocho en Sudamérica y seis de ellos en Europa. En 1997 obtuvo en España un primer premio por su ensayo Chiloé y Galicia, confines mágicos. Su último título puesto en circulación es el volumen de crónicas Memorias transeúntes.
En la actualidad ejerce como director titular y responsable de Unión del Sur Editores.
Imagen destacada: Hernán Miranda Casanova, en el Círculo de Periodistas de Santiago (2022).