El cantautor cubano —creador de emblemáticos temas de la denominada Nueva Trova, tales como «Yolanda» y «El breve espacio en que no estás»— falleció a los 77 años de edad en Madrid, a causa de un extraño cáncer de tipo inmunológico, que padecía hace ya un lustro.
Por Juan Mihovilovich
Publicado el 22.11.2022
«Te conocí desde que conocí la infelicidad».
Pablo Milanés
Estuvo con nosotros en aquellos años. Y siguió estando con nosotros después de esos años. Seguramente presintió que la música nos salvaría y lo salvaría del encierro y las distancias. Probablemente, Pablo Milanés (1945 – 2022) presintió que para vivir se necesitaba carne y deseo también. Con certeza advirtió que las siluetas llenarían el espacio de la soledad. Sospechó que más que compartir una reunión, preferiría cantar algo que sí comprometiera su pensar.
Y ese pensamiento fue y era ser libre. Voló sin necesidad de ser explicado. No hubo consignas antes ni después: él fue su propia consigna. Y una vida así no es fácil de vivir. Era necesario que sus versos fueran como un ciervo herido que buscara en el monte amparo. Sencillamente aprendía a soñar por encima del dolor, pero partiendo del dolor mismo. No se escondió de él, porque después del rayo y del fuego ya tendría tiempo para sufrir de verdad.
Por eso estuvo con nosotros y aprendimos a estar con él, así estuviera en Cuba o en España. Sus palabras volaron, salieron de la isla, cruzaron el océano y supieron descender hacia este lado del mundo. Aquí las recibimos. Y fue un encuentro que la lejanía nunca dejó en el olvido. Quizás porque para olvidar basta mentirse a sí mismo o mentirle a los demás. Porque para olvidar basta saber si se es poco o nada un día y para perdurar se aprende con toda una existencia.
Y desde esa realidad que conoció y en la que hurgó en sus misterios cotidianos salió siempre renacido. Le cantó a lo que era suyo y a lo que convirtió en ser parte de él. La cantó a la mujer como ninguno y valoró la unión de dos por sobre muchos. Pero fue duro y compasivo al mismo tiempo.
Llegó a pisar la ciudad de Santiago y se detuvo a llorar por los ausentes. Vio entonces nuestra patria liberada porque la visualizó, incluso, antes que nosotros. Eso es posible sólo con el arte que es verdaderamente humano. El arte, que suele anticiparse al torpe deseo de querer por querer y no al querer por sentir.
Como Milanés sentía fuera de lo común pudo vernos desde antes y vernos luego en el después. Desde que estuvo con nosotros nos ayudó a entender que la vida no vale nada cuando otros se están matando en cualquier lugar del mundo.
Nos ayudó a comprender que aferrarse a las cosas detenidas es ausentarse un poco de la vida, a esa vida que no solo le parecía, sino que era tan corta también. Que en el breve ciclo que pasamos cada paso verdadero se da porque se siente. Que al hacer el recuento ya sabemos que nos vamos y que la vida pasó sin darnos cuenta.
Que, ahora entendemos que cada paso anterior deja una huella.
Y que el tiempo, el implacable, nos hace sentido con que esa huella puede ser triste o puede ser alegre. Milanés nos enseñó, después de todo, que la libertad se va poniendo vieja y que, como todo en la vida, nació para morir. Y, así parezca una cruel paradoja, para que sigamos viviendo tras ella cada día.
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Juan Mihovilovich Hernández (Punta Arenas, 1951) es un importante autor chileno de la generación literaria de los 80, nacido en la zona austral de Magallanes.
Entre sus obras destacan las novelas Útero (Zuramerica, 2020), Yo mi hermano (Lom, 2015), Grados de referencia (Lom, 2011) y El contagio de la locura (Lom, 2006, y semifinalista del prestigioso Premio Herralde en España, el año anterior).
De profesión abogado, se desempeñó también como juez de la República en la localidad de Puerto Cisnes, en la Región de Aysén, hasta el mes de mayo de 2021. Asimismo, es miembro correspondiente de la Academia Chilena de la Lengua y redactor estable del Diario Cine y Literatura.
Imagen destacada: Pablo Milanés.