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«Julio comienza en Julio», en Ficviña 2017: La eternidad del presente

Este último viernes 8 de septiembre -en el Teatro Condell de Valparaíso- se exhibió el canónico filme «Julio comienza en Julio» (1979), del director nacional Silvio Caiozzi, en el contexto de las celebraciones por el 50º aniversario del Festival Internacional de Cine de Viña del Mar.

Por Carlos Ravest Letelier

Publicado el 10.09.2017

El largometraje de Caiozzi es una radiografía a la relación padre e hijo. El sentido del trabajo, del esfuerzo, y de los deberes en el campo chileno, recuerdan a la obra de Cicerón «De officiis», conocida como «Sobre los deberes». En aquel título, se logran apreciar los consejos que Cicerón envió a su hijo Marco. De manera sintética, el libro representa los deberes a los cuales debieran atenerse los hombres, potenciando el significado de la colaboración, como la columna vertebral en la vida al interior de las comunidades.

«Julio comienza en Julio», por su parte, permite adentrarse en los temores, y en los dolores existentes a nivel de «memorias transgeneracionales». Pues ciertos miedos, en efecto, pueden activarse a través de la ruptura espacio-temporal. En este caso, cuando «Julito» va descubriendo los principios de la teoría de la relatividad general de Einstein, puntualmente respecto al transcurso que puede experimentar el tiempo, mediante sus distintas velocidades en diferentes lugares. Esto parece dispararse en el inconsciente colectivo del muchacho, al observar a su padre mantener relaciones sexuales con una prostituta.

La denominada «eternización» del presente, así, se apodera de la obra de Silvio Caiozzi (1944). Los patrones de comportamiento de «Don Julio», difusos, echan por el suelo el ímpetu por recalcar el sentido de una vida laboriosa, comprometida con la comunidad. Mas bien, estamos frente a lo que Calderón de la Barca llamaba el «Teatro Mundo».

¿Qué objeto tiene llevar una vida de privilegios laborales, educacionales, si el trato cotidiano del día a día, carece del afecto y del afán de trascendencia? ¿No será más bien, que este tipo de modus vivendi acomodado, representa un miedo «transgeneracional», sobre el cual devino la élite chilena, frente al impacto que generaron en su seno la Reforma Agraria y la educación no segregada, durante la década de 1960?

Schopenhauer, parece entregar una interpretación satisfactoria al respecto, en las páginas de su obra «El fundamento de la moral». En su trabajo, el filósofo alemán señala el significado que posee la compasión, frente a las inconsistencias y a la falta de reflexividad, en las que puede sumergirse la existencia. El sentido de las inestabilidades que experimenta Julito a lo largo de la película, puede estar vinculada a la tensión entre determinismo y destino. ¿Es capaz el hombre de romper aquellos dolores transgeneracionales, que se encuentran suspendidos en el espacio-tiempo?

Martin Heidegger ilumina al respecto en la conclusión de su volumen fundamental «El ser y el tiempo», al explicar el concepto hegeliano del cronos. Dice Heidegger: «Si bien Hegel une el espacio y el tiempo, no acontece así simplemente en el sentido de un extrínseco poner en fila uno con el otro: el espacio y además el tiempo. El tránsito del espacio al tiempo no significa el ensamblar uno a otro los parágrafos correspondientes, sino que es el espacio mismo lo que transita. El espacio es tiempo, es decir, el tiempo es la verdad del espacio. Cuando se piensa dialécticamente el espacio como lo que él es, este ser del espacio se revela, según Hegel, como tiempo».

 

Schopenhauer, A. (1906). El fundamento de la moral. Ediciones F.Granada
Ciceron. (2001). De officis. Alianza Editorial S.A. Madrid
Heidegger, M. (2012). El ser y el tiempo. Fondo de Cultura Económica S.A. Buenos Aires

 

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