El filme del realizador checo Jan Sverák —Premio Oscar versión 1997 a la Mejor Película en Lengua Extranjera— es un potente relato audiovisual sobre el amor filial y el cual transciende los vínculos sanguíneos.
Por Gabriel Anich Sfeir
Publicado el 6.11.2020
La estratégica posición de Checoslovaquia (en 1993 fue dividida entre la República Checa y Eslovaquia) en el Centro y Este de Europa la hizo uno de los epicentros de la Guerra Fría. Fue el último país en sumarse al bloque del Este, gracias al “Golpe de Praga” de 1948 apoyado por Stalin y que instaló a los comunistas en el poder.
Veinte años después, el gobierno reformista de Alexander Dubček intentó separarse de Moscú, pero los tanques soviéticos ocuparon el país, abortando la “Primavera de Praga”.
No sería hasta finales de los 80, en plena descomposición de los socialismos del Este, cuando la pacífica “Revolución de Terciopelo” del dramaturgo Vaclav Havel logró terminar con el régimen comunista checoslovaco y transitar hacia una democracia liberal.
La situación política del país influyó decisivamente en su medio cinematográfico. En los años 60 surgió la “Nueva Ola Checoslovaca”, cuyos miembros exploraron nuevos temas con un marcado estilo irónico y humorístico, aprovechando de denunciar la falta de libertades imperante.
De este grupo surgieron directores como Jiří Menzel (Trenes rigurosamente vigilados, 1966) y Miloš Forman (Pedro el Negro, 1964; ¡Al fuego, bomberos!, 1967), muchos de los cuales sufrieron censura o exilio con la intervención soviética de 1968.
Hoy comentamos Kolya (Kolja) película checa estrenada en mayo de 1996, galardonada con premios importantes como el Oscar y el Globo de Oro a Mejor Película Extranjera. Esta es una creación de la dupla padre e hijo de Zdenek y Jan Sverák: el primero firmó el guion y protagonizó el filme, mientras que el primero lo dirigió.
Zdenek Sverák es uno de los más respetados actores y guionistas de la República Checa, y su hijo Jan comenzó su carrera de realizador en la década de 1990, siendo Kolya su película más conocida por la cinematografía mundial.
El filme transcurre en Praga, entre los años 1988 y 1989, en plena ocupación militar soviética de Checoslovaquia y en los últimos años del régimen comunista de Gustác Husák. Conocemos a František Louka (Zdenek Sverák), un violoncelista cincuentón, soltero y mujeriego.
Expulsado de la Sinfónica aparentemente por motivos políticos, se gana la vida como músico de funerales, lo que no le alcanza para cubrir sus deudas. Su amigo, el sepulturero Broz (Ondřej Vetchý), le ofrece un lucrativo plan: casarse por dinero con una intérprete rusa, Tamara, para que ella obtenga la nacionalidad y la residencia checoslovacas.
Louka acepta y contrae matrimonio con Tamara (Lilian Malkina), quien vive en Praga con su madre y su único hijo, el pequeño Kolya (Andrey Khalimon). No obstante, Tamara aprovecha su nueva situación para huir donde su amante a Alemania Occidental, dejando solo a Kolya con la abuela. Pero cuando la señora fallezca al poco tiempo, Louka deberá hacerse cargo de su hijo adoptivo.
Louka no habla ruso y ni Kolya habla checo. Los dos se verán obligados a vivir juntos para salir adelante, surgiendo una dinámica de padre e hijo entre ambos. El egoísta Louka evoluciona, pasando primero de intentar dejar a Kolya bajo el cuidado de los servicios sociales (fracasando gracias a la burocracia estatal checa) para después buscar desesperadamente al niño cuando éste se pierde en el Metro de Praga.
Ambos superan sus respectivas barreras, el niño aprendiendo el idioma del adulto y el adulto aprendiendo a compartir su vida con el niño. La monótona existencia de Louka cobra sentido cuando descubre que el afecto es un valor que se puede y debe compartir con otros.
Esta entrañable comedia dramática está impecablemente elaborada, destacando la fotografía de Vladimir Smutny. La hermosa ciudad de Praga y los pueblos cercanos son retratados con luminosa melancolía. La soledad inicial de Louka se manifiesta en que su “audiencia” son los muertos del cementerio donde tienen lugar los funerales en los que interpreta.
El protagonista es un músico, por lo que no pueden faltar las notas de maestros checos como Smetana y Dvorak, especialmente el Salmo 23 de este último: “el Señor es mi pastor”. El idioma universal de la música también acerca a Louka con Kolya.
El vínculo de Louka y Kolya se da en los últimos años del comunismo en Checoslovaquia. Como si fuera una metáfora de la ocupación soviética, dos pueblos que consideran enemigos mutuos aprenden a fraternizar. Tamara llega a Praga para abandonar a Kolya sin importar las consecuencias, alterando la vida de su marido. La anciana madre de Louka no acepta que su hijo adopte a un niño ruso mientras los tanques soviéticos pasan por delante de su casa.
El músico lleva a Kolya al cine a ver dibujos animados rusos destinados obviamente para los hijos de los soldados de ocupación. Una vecina del edificio de Louka lo insta a colocar banderas soviéticas para “celebrar” la intervención soviética. La población tiene asumidas actitudes como reunirse clandestinamente y escuchar transmisiones de radio anticomunistas, viviendo con el miedo constante a la policía secreta del régimen.
En suma, Kolya es un potente relato sobre el amor filial, que transciende los vínculos sanguíneos. Es una historia sobre un padre y su hijo, realizada con nobleza por un hijo y su padre.
*Reseña autorizada para ser publicada exclusivamente en Diario Cine y Literatura.
*Kolya obtuvo además galardones en festivales como una mención honorífica en Venecia y el Gran Premio en Tokio. Se puede ver en Qubit TV.
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Gabriel Anich Sfeir (Rancagua, 1995) es egresado de derecho de la Universidad de Chile y ayudante en las cátedras de Derecho Internacional Público y Derecho Comunitario en la misma Casa de Estudios. Sus principales aficiones son la literatura policial y el cine de autor.
Tráiler:
Imagen destacada: Kolya (1996).