Tanto «La comodidad en la distancia» (2014) como «Fragmentos de Lucía» (2016) reflejan una realidad de nuestra tan especial sociedad. Ya que Chile es un país guacho, somos el hijo no reconocido, donde la figura del padre no está definida, es ausente, vacía y por lo tanto arrastra al mismo pozo desfigurado, la exacerbada imagen de la contrapartida, la de la mujer, quien ha debido cumplir por siglos el rol de padre y de madre, para poder contrarrestar la falta de un balance.
Por Alejandra Coz Rosenfeld
Publicado el 31.5.2018
La comodidad en la distancia (2014) y Fragmentos de Lucía (2016) son las dos primeras realizaciones cinematográficas de Jorge Yacomán (Santiago de Chile, 1988). Ambas muy bien entrelazadas, lo que no significa que una continúe a la otra, sino más bien, una es el complemento perfecto para la explicación de la siguiente, sin importar, creo yo, el orden, una es el inverso, la cara opuesta, la energía que sostiene el otro lado, la balanza.
La comodidad en la distancia es pura energía masculina, el Padre, el arquetipo de éste y todo lo que envuelve.
Con notables actuaciones por parte de Eusebio Arenas, Ignacio Yovane, Alejandro Goic y otros, el filme es la historia Padre/Hijo, donde el padre como tal, no existe, y a la vez es completamente omnipresente porque late permanentemente a lo largo y ancho a través de la ausencia.
La cámara es honesta, directa, con una mirada sencilla e íntima y con una cierta urgencia, desde esa distancia que podría interpretarse como la inquietud de Eusebio, el protagonista/ hijo.
Me gusta que la cámara relate por sobre el hombro y en comunión a los silencios.
La cámara abre caminos junto al protagonista, que deambula en busca de un hogar en un sentido más espiritual y con un cierto tono de despedida. Recorre la ciudad, así como recorre internamente a modo de procesión, donde escapa de su nicho, cayendo en la profundidad de su propio abandono y soledad. Porque la única manera de ejercer la fuerza restauradora del ave Fénix es durmiendo con el diablo. Y es lo que de alguna manera inconsciente busca el protagonista, algo que equipare quizás su sentir.
Eusebio es hermoso, y muestra su buena estirpe a través de la belleza y la estirpe se carga, a veces se arrastra y otras se niega, pero él también, a lo buen chileno astuto, le saca provecho para poder conectarse con extraños, ya que en una sociedad tan clasista como la chilena, ser rubio y joven, te abre puertas, aunque también te estigmatiza.
Dicen por ahí, que la falta de aire es la falta de amor, que los accesos de tos son para sacar las emociones estancadas, y yo creo que en este filme, los ahogos del protagonista hablan del impedimento de sacar las emociones más profundas, la imposibilidad de digerir los sucesos, la pérdida del Norte, el abandono. Porque la energía masculina, el arquetipo del Padre es la energía más directa, como un rayo, práctica, limpia. Es quien te da el beso en la frente, quien te aprueba, quien da la bendición en el ritual.
Al perderse pareciera que la brújula da vueltas y vueltas sin poder encontrar el rumbo. Y ese dar vueltas es exteriorizado y muy bien sugerido por la cámara, que hace su doble trabajo evidenciando lo también interno, reflejando en la necesidad de expresión de Eusebio, a través de lo que escribe y sus vómitos.
La película habla de la amistad, en cierta medida, pero una amistad desde la comodidad que otorga la distancia, porque así creo, erróneamente, que no me involucro. Pero las emociones siempre salen de una manera u otra, a veces estallan como una bomba de tiempo, otras procesan a paso lento y temeroso.
Es tal el vacío producido por los eventos, que la necesidad de reconstrucción viene del desmoronamiento completo, para así poder volver a foja cero, y retornar y enfrentar, sea lo que fuere necesario.
Es un filme que hace sentir cierto tormento interno, que cala en lo profundidad del existir y que da ciertas luces de esperanza.
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Fragmentos de Lucía es la contrapartida, como dije anteriormente, ésta es una historia femenina, que habla de la energía de la mujer, la energía contenedora, la que abraza y ampara; y que si está ausente, provoca el vacío del vacío. También es una historia de búsqueda y de abandono, historia Madre/Hija, que al igual que en La comodidad en la distancia, la madre aquí, no aparece nunca, sin embargo es la antagonista por así decirlo, ya que su silencio pesa y casi materializa.
La película cuenta con una compleja y aguda interpretación por Javiera Díaz de Valdés como Lucía, acompañada de un elenco secundario que incluye a un intenso Pablo Schwarz y a un brillante Alejandro Sieveking. Y la sensibilidad acerca de la amistad, muy bien transmitida por la joven y prometedora actriz Clara Otarola.
Es una cinta que habla del círculo femenino, del tejido relacional, de lo visceral e uterino, del apoyo contenedor que se puede generar y finalmente de la sabiduría femenina que se traspasa de manera transversal.
La lealtad del femenino, la amiga de la amiga, el apoyo fiel y ciego que se entrega. Solidarizar con el viaje del otro.
En esta película la emocionalidad está a flor de piel.
La incesante búsqueda de la madre biológica habla de la importancia de los primeros vínculos, de ese amor que traspasa el juicio, de la necesidad de saber el origen, el buscar cerrar el círculo de la identidad con la que se llega a este mundo, del conocimiento que se trae en el ADN o el karma, aunque sea desconocido.
Lucía deambula como Eusebio, y la cámara tiene esta vez un sólo plano sincero y cercano en cada escena, sin cortes, que muchas veces viaja en su hombro como una forma de decir lo que es intocable.
El largometraje se puede ver en VOD de VTR y online en la página web de la productora Storyboard Media.
Ambos filmes reflejan una realidad de nuestra tan especial sociedad. Ya que Chile es un país guacho, somos el hijo no reconocido, donde la figura del padre no está definida, es ausente, vacía y por lo tanto arrastra al mismo pozo desfigurado, la exacerbada imagen de la contrapartida, la de la mujer. Quien ha debido cumplir por siglos el rol padre/madre, para poder contrarrestar la falta de balance.
Nuestro gran padre de la patria Bernardo O’Higgins, quien supuestamente traza el camino, viene con esa carga de la ausencia y vergüenza, porque si bien se dice que fue reconocido por su padre por el hecho de darle el apellido, tenemos que entender que no casarse en esa época con la madre del hijo por venir, significaba, y hasta hace muy poco, ser automáticamente segmentado y señalado como el hijo bastardo. Todo sumado al peso que ejerce lo no dicho, los secretos a voces, el juicio colectivo, la sanción social, el cuchicheo al oído, el qué dirán finalmente.
Por eso mismo, no es raro que dentro de nuestra sociedad se den tantas vueltas de tuerca y tantos rodeos, tampoco lo es, la permanente doble cara ni la descontrolada necesidad tanto de aprobación como la de aparentar lo que no somos. Y por supuesto las miles de relaciones distorsionadas referentes a ambas figuras.
Tráiler de La comodidad en la distancia:
Tráiler de Fragmentos de Lucía:
Crédito de la imagen destacada: La actriz Javiera Díaz de Valdés en un fotograma del filme Fragmentos de Lucía