En un documentalista el guardar y el conservar resulta un factor de creación a lo menos crucial. Y en la filmografía del realizador chileno aquel acervo audiovisual, además, es algo mutable y jamás fijo, y en esa concepción reutilizar el material de registro para nada significa suprimir o distorsionar la representación original, sino que le permite (al cineasta) entrar en un diálogo estético con discursos, poéticas y sentidos diversos —tal como lo propone en su obra el experimentado autor nacional—, según la interpretación de la destacada escritora y crítica sudamericana en este artículo. [Nota de la Redacción]
Por Andrea Jeftanovic
Publicado el 9.8.2018
Ignacio Agüero es cineasta, guionista, productor e intérprete con una vasta filmografía que incluye títulos como No olvidar, Como me da la gana, Cien niños esperando un tren, Sueños de hielo, Neruda, todo el amor, Aquí se construye (o Ya no existe el lugar donde nací), La mamá de mi abuela le contó a mi abuela, El diario de Agustín, El otro día y más. Hace un par de años adquirí el pack que incluía todas estas producciones, de esa forma pude ver las cintas más desconocidas para mí: Como me da la gana y Sueños de hielo. Ambas destacan por su formato suelto, una investigación sobre la marcha, siguiendo la espontaneidad de la entrevista y la travesía. En el caso de Sueños de hielo es el registro de un viaje en barco a buscar el iceberg que sería parte de la Expo Sevilla en el stand chileno. Si bien es un registro documental se incluyen escenas de inquietante misterio, una travesía de locos que en un punto recuerda la Ira de Dios de Werner Herzog, una hazaña entre épica y ridícula que nos hace sentir el frío, el vaivén del mar. Y también recuerda el mundo onírico de Los sueños de Akira Kurosawa. En Como me da la gana muestra la inocencia creativa de un grupo de cineastas en plena dictadura, la obsesión por la toma fílmica.
El libro El cine de Ignacio Agüero. El documental como la lectura de un espacio publicado por las prolíficas investigadoras Valeria de los Ríos y Catalina Donoso, que están abriendo incesantemente una escritura sobre lo visual, traza una cartografía para comprender y poner en valor la obra de un importante cineasta chileno: Ignacio Agüero. A través de la revisión exhaustiva de sus documentales trazan líneas de pensamiento y análisis sobre su amplio corpus fílmico. Las autoras del ensayo, De los Ríos y Donoso, apuntan a la “pregunta ingenua” del director para hilvanar la hebra de sus producciones, una metodología que parece nacer de la mera curiosidad, de una hermenéutica personal hacia el conocimiento de los otros sin prejuicios ni intenciones.
Algo que se agradece del estilo Agüero es su falta de solemnidad, y quizás por eso en su método la mayoría de sus historias parten de situaciones domésticas o poco artificiosas: un cineasta que se despide de su familia desplegada en la puerta de su casa, las ventanas de la casa de infancia, una profesora enseñando cine en una escuela marginal, unos directores de cine divagando sobre sus búsquedas fílmicas, una familia que recuerda a sus muertos, un ciudadano siguiendo las casas de los trabajadores que laburan cerca de sus calle. En ese sentido sus proyectos nunca son pretenciosos, y a medida que avanzan adquieren fuerza poética y un claro vector narrativo. De los Ríos y Donoso abren seis líneas de análisis que se repiten en su universo fílmico: la relación entre el archivo y la ficción, la relación entre los espacios y los desplazamientos, las figuraciones del yo y de los otros, la relación entre trabajo y los afectos, y la mirada política. Cada una de ellas es desarrollada en capítulos muy bien escritos, con ágiles análisis que incorporan teoría y miradas personales. Además, cada sección es acompañada con fotogramas que ayudan a seguir la exposición de ideas.
Las autoras coinciden en la importancia de las casas en la producción de Agüero, la casa de la calle Bernarda Morín, la casa de la escuela de cine, la casa de una familia azotada por la dictadura y que se explicita en el texto del mismo autor que su arte poética: El mundo entero no era más que el espacio off de los encuadres de todas las ventanas. Un día en ese espacio off dispararon a Kennedy, y otro día, otro off, al Che. Todas ellas son imágenes de mi casa, pues las imágenes componen la memoria que se produce en el espacio donde se las imagina. No todo era off. La mayoría era in. En la pieza al lado, delante de mis ojos. Cuando el cuerpo deja de estar se convierte en imagen.
Su arte como el ejercicio de mirar a través del encuadre de la ventana, lo que recuerda la dramaturgia del espacio del dramaturgo y director Ramón Griffero, en el sentido de que todas las expresiones del ser humano se realizan a partir del formato rectangular (cine-teatro-fotografía artes plásticas-virtuales) que funciona como un dispositivo de perspectiva y narración.
Las autoras despliegan varias ideas interesantes, por ejemplo, la convicción de que el cine nos enseña a ver, que frente a la pantalla sucede una pedagogía de la mirada. Además, señalan el valor de la reflexión meta cinematográfica en filmes como Cien niños esperando un tren que es un homenaje al arte del cine como oficio artesanal y como espacio privilegiado para crear. Las autoras analizan qué ocurre cuando la imaginación se sale del documental y se transforma en ficción. También, se señala la presencia fantasmal de la imagen humana en algunos filmes. Se duda del carácter narrativo del archivo cuando afirman que “el documental pone en escena material auténtico pero editado en forma”. Por ejemplo, una familia contada por fragmentos, como en secreto, en capas de sentido.
En un documentalista el archivo es crucial. En ese sentido, es estimulante el modo como De Los Ríos y Donoso comprenden la función del archivo en la obra de Agüero. Por un lado, comprenden que el archivo artístico es algo mutable y no fijo, y que en esa concepción reutilizar el material de archivo no significa suprimir o distorsionar el significado original sino entrar en un diálogo con discursos, poéticas y sentidos.
El archivo se distingue de la memoria, se distingue de la ausencia y del silencio que adquieren fuerza en la organización y la entropía de los materiales. En el fondo, se pone en duda el carácter narrativo del archivo porque el archivo, en tanto la imagen dispuesta en el documental, es un corte practicado en el mundo de los aspectos visibles con el imaginario y las reflexiones de un autor que hace un ejercicio de montaje. Porque existe otro recurso interesante en la producción de Agüero y es el uso de la voz en off, una voz que muestra lo poroso y permeable del archivo, que se abre a la duda y la transformación. A la necesidad de un archivo a ser relatado, descubierto por sus testigos.
Por otra parte, se hace notar que en el caso del cineasta hay un “archivo madre”, las fotos de los padres en la isla Quiriquina, un eje estructurante sobre el que se retorna sucesivamente, algo como “es aquí donde empieza la historia”. La familia contada por fragmentos, como en secreto, capas de sentido. Y, luego, hay otros impulsos como la reflexión sobre perder el lugar propio, registrar escenas del inconsciente óptico colectivo (como la destrucción de espacios en la ciudad de Santiago, el valor simbólico de un edificio, la rutina de los trabajadores).
Luego, el libro se refiere a ejercicios sobre archivos ajenos, por ejemplo, en el documental GAM, en el que se sigue la evolución del edifico desde la creación del edificio Diego Portales al actual centro cultural. Es un archivo prestado como una construcción cuestionada más que un registro veraz, y donde adquiere sentido la cita de Didi Huberman se incluye en la página 69: “es una huella, un rastro, una traza visual del tiempo que quiso tocar, pero también de otros tiempos suplementarios —fatalmente anacrónicos, heterogéneos entre ellos— que no puede, como arte de la memoria, aglutinar”. Además, un archivo siempre está cargado de afectos, por ejemplo, es lo que ocurre con la familia Maureira cuyo padre y cuatro hijos son víctimas en los hornos de Lonquén. En ese caso el archivo se despliega para registrar el testimonio de la angustia de las mujeres de ese núcleo que buscaron por seis años sus restos hasta hallar sus cadáveres enterrados en una mina de cal, muy cerca de sus casas. El caso fue emblemático, pues era la primera vez que se comprobaba que un desaparecido había sido detenido y asesinado por organismos del estado, refutando la falsedad de todas las informaciones oficiales.
Y como si fuera poco Ignacio Agüero es un director valiente, valiente al hacer el filme antes mencionado, No olvidar, donde tuvo que firmar el documental con el nombre de Pedro Meneses en un momento en el que la represión y la censura no tenían límites. Luego, cuando hace El diario de Agustín para denunciar la manipulación y complicidad de la prensa durante la dictadura.
Algo distintivo de este volumen es que se incluye al creador por medio de entrevistas, textos creativos, imágenes de su obra facilitadas por él. Es una investigación que no se hace “a espaldas del creador” sino en diálogo, en tráfico de materiales. De los Ríos y Donoso logran que el cine de Agüero no sea un lejano objeto de estudio sino un cercano sujeto vital que interpela y reflexiona en voz alta; lo que lo hace doblemente valioso.
La calidez de la mirada y la calidez de los archivos es la impronta en este libro.
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Andrea Jeftanovic Avdaloff (Santiago, 15 de octubre de 1970) escritora chilena, es una de las autoras más destacadas en la escena literaria del país. Narradora, ensayista y docente, ha publicado las novelas Escenario de guerra y Geografía de la lengua y los volúmenes de cuentos No aceptes caramelos de extraños y Destinos errantes. En el campo de la no ficción ha firmado el libro Conversaciones con Isidora Aguirre y el ensayo Hablan los hijos. Estudió sociología en la Pontificia Universidad Católica de Chile (se tituló en 1994) e hizo un doctorado (PhD) en literatura hispanoamericana en la Universidad de California, Berkeley, Estados Unidos (2005). Actualmente ejerce como profesora e investigadora de la Universidad de Santiago de Chile, y escribe sobre teatro para el diario El Mercurio de Santiago.
Integrante del volumen Escribir desde el trapecio, la crónica que aquí presentamos fue cedida especialmente por su autora para ser publicada por el Diario Cine y Literatura.
Crédito de la imagen destacada: Documentamadrid 2018 .