El autor centroamericano creía en la necesidad de crear arte para lograr una vida mejor, y por lo general siempre se inspiró en las cosas sencillas de lo cotidiano, en las pequeñas cosas de la vida, para a partir de allí conformar los tópicos esenciales de su particular y próximo universo literario.
Por Sergio Inestrosa
Publicado el 10.8.2018
Después de varias semanas sin tratar el tema de la poesía, vuelvo a ella para reseñar brevemente la Obra poética del vate cubano Eliseo Diego (La Habana, 1920 – Ciudad de México, 1994). Este libro editado por el Fondo de Cultura Económica en el año 2003, reúne toda su producción versicular. Aunque pienso que Cuba es cuna de grandes narradores, Eliseo Diego es una de esas voces poéticas que vale la pena explorar. El poeta fue uno de los fundadores del Grupo Orígenes, en cuya revista, del mismo título, dio a conocer parte de su poesía y algunos textos en prosa, especialmente cuentos y ensayos. En torno a esta revista se agrupó toda una generación de artistas de la Cuba de antes de la Revolución y a la que pertenecieron figuras como José Lezama Lima.
En 1986 Eliseo Diego obtuvo, en Cuba, el Premio Nacional de Literatura por el conjunto de su obra y en 1993, apenas un año antes de su muerte, le fue concedido en Guadalajara el prestigioso Premio Internacional de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo.
Hay que decir, que su obra poética es bastante extensa, y la versión que tengo en mis manos es de 756 páginas, incluyendo la traducción que él mismo hizo de algunos de los escritores ingleses por los cuales sentía admiración y respeto; además esta versión está acompañada de un texto póstumo recopilado por su hija, la también escritora Josefina de Diego y que tituló “El otro reino frágil”, y que fuera publicado en 1999.
Obviamente un libro de esta extensión no puede ser leído de una sola sentada y hay que irlo degustando a lo largo de varios días; algunas veces puede incluso llevar (como me pasó en este caso) bastante tiempo acabar una obra tan extensa, pero les puedo asegurar que a lo largo de los últimos seis meses, un rato de cada jornada he disfrutado muchísimo de la mayoría de sus poemas.
La recopilación hecha por el Fondo de Cultura Económica sigue el orden de aparición de sus libros, el primero que el lector verá es “En la calzada de Jesús del Monte” que fuera publicado originalmente en 1949; a este le sigue “Por los extraños pueblos” fechado en 1958, después “El oscuro esplendor” de 1966, “Versiones”, 1967; y “Muestrario del mundo o el libro de las maravillas de Boloña”, de 1968; “Los días de tu vida”, 1977; “A través de mi espejo”, 1981; “Inventario de asombros”, 1982; “Soñar desierto”, 1988; “Cuatro de oros”, 1991; “Conversación con los difuntos”, 1991; “El otro reino frágil”, 1999 (obra póstuma); “Poemas al margen”, 2000; y “Otros poemas”, sin fecha.
Dicen que Eliseo Diego se describía así mismo de la siguiente manera: «Mi nombre es Eliseo Diego. Soy, de oficio, poeta, es decir: un pobre diablo a quien no le queda más remedio que escribir en renglones cortos que se llaman versos. Y lo hago no por vanidad o por el deseo de brillar, o qué sé yo, sino por necesidad, porque no me queda más remedio que escribir estas cosas que se llaman poemas”.
Cualquier persona que escriba poesía o le guste leerla, se va a sentir identificado con esta presentación, con esta especie de fatalidad de ser poeta, con esta necesidad básica (como lo es respirar) de escribir versos.
Dicen los expertos, que Eliseo Diego creía en la necesidad de la poesía para lograr una vida mejor, y por lo general siempre se inspiró en las cosas sencillas de lo cotidiano; en las pequeñas cosas de la vida y a partir de allí conformar su poética.
En esta oportunidad, y no teniendo más que decir de este notable poeta, voy a ir copiando algunos de sus poemas para que el lector se forme su propia idea de la calidad de su poesía y ojalá estos ejemplo sencillos sirvan para motivar a su lectura o re-lectura.
Un ejemplo de esta forma de partir de las cosas sencillas nos lo da el siguiente poema titulado “La ruina” del libro En la calzada de Jesús del Monte:
La casa que la luz fuerte derriba
me da un gusto de polvo en la garganta, me deslumbra
como un dolor su lenta decisión de morir, su fatigosa
decisión de morir, su pena inmensa.
Raída para siempre, qué trabajo
le cuesta desprenderse de sí, como no sabe
y equivoca sus daños y confía
pero de pronto vuelve
conocer a este salvaje desgarramiento final y se decide
con aparente calma, silenciosa y magnífica en sus horror, hecha
de polvo.
Otro ejemplo de este tipo de inspiración en lo cotidiano es el siguiente soneto titulado: “La soledad del aguacero” de su libro Por los extraños pueblos:
Salta limpia la cándida humareda
que levanta la lluvia repentina,
cantando en las secretas arboledas
de los patios, quitando las esquinas.
Se moja el polvo qué profundamente,
se moja la confianza en los portales,
el framboyán colérico de enfrente,
los ciegos, respetuosos animales.
El español perdido en la bodega,
sobre sus duros sueños acodado,
carga la soledad del aguacero
mientras la sombra el interior anega
de la trastienda, y los siniestros dados
duermen en tosco túmulo de cuero.
O este otro poema que se titula “Arqueología” del libro Los días de tu vida:
Dirán entonces: aquí estuvo
la sala, y más allá,
donde encontramos los fragmentos
de levísimo barro, el sitio
del calor y la dicha.
Luego
vendrá una pausa, mientras
el viento alisa los hierbajos
inconsolables; pero
ni un soplo habrá que les evoque
la risa, el buenas tardes,
el adiós.
Para terminar copio el poema “La casa abandonada” del libro A través de mi espejo:
Hacia el final de la escalera
te has dado vuelta: en el vacío de abajo
el viento solitario hace
las veces de trajín, y la penumbra
está sucia de olvido. Pero arriba,
en el piso de arriba, el cúmulo
de inútil sueño aguarda. ¿Vas
a entrar en él, a sumergirte? Con la mano
puesta en el balaustre, acariciándolo
te quedas. Poco a poco,
no vas así a bajar la vista: escucha el torvo
zumbido de la mosca que se afana
contra el ciego cristal: hay alguien
en el primer peldaño. Espera.
Mira:
tú estás en el primer peldaño. Lívido
te estás mirando a ti con toda el alma
como si fuese para siempre.
Y ya
no estás arriba, ni
tampoco abajo.
Zumba
sola por fin la torva prisionera.
Hago votos para que el lector se atreva a explorar la sencilla belleza de la poesía de Eliseo Diego. ¡Qué así sea!
Sergio Inestrosa (San Salvador, 1957) es profesor de español y de asuntos latinoamericanos en el Endicott College, Beverly, de Massachusetts, Estados Unidos.
Imagen destacada: El poeta Eliseo Diego, por Play Off, revista cubana de deportes (https://playoffmagazine.com/)