Este título audiovisual -estrenado hoy en la cartelera local- es lo nuevo del controvertido y talentoso realizador danés: un largometraje de ficción que se extiende por casi dos horas y media de duración, el cual no dejará a nadie indiferente y que se encuentra protagonizado por los actores Matt Dillon, Bruno Ganz y la fascinante Uma Thurman.
Por Francisco Marín-Naritelli
Publicado el 6.12.2018
“La perversidad es uno de los impulsos primordiales del corazón humano”.
Edgar Allan Poe
“Lo que hoy es evidente, alguna vez fue solo imaginado”.
William Blake
5 incidentes y un epílogo, que van hilando una historia fragmentaria durante 12 años, la historia de Jack (Matt Dillon), un ingeniero con trastorno obsesivo-compulsivo (TOC), quien se propone construir su casa, la casa de sus sueños, pero que en el camino descubrirá en el asesinato de mujeres, niños, ancianos, el placer de una perfección que se escapa a toda norma moral, a toda convención legal y cultural. Esto es lo nuevo de Lars von Trier (Dinamarca, 1956), La casa que Jack construyó (The House That Jack Built, 2018), un largometraje de casi dos horas y media, que no dejará a nadie indiferente.
Acompañado por Verge, una enigmática voz en off con el cual interactúa (y que recuerda de cierta forma y un tono a veces paródico, los diálogos de Mefistófeles con Fausto, aunque invirtiendo los papeles; o de un psicoanalista con su paciente, luego sabremos que se trata del mismísimo Virgilio), Jack, ya convertido en un asesino serial, desconectado de cualquier emoción humana como la empatía o el arraigo familiar, va dando forma a su propósito, justificando sus actos mediante paralelismos (para ello la película va superponiendo imágenes y videos de archivos, entre otros recursos) con las grandes obras de arte, el barroco, la literatura, las guerras mundiales, la caza (humana y animal), incluso con el proceso de descomposición del vino (congelamiento, deshidratación o podredumbre “noble”).
Hay algo en esta película que inquieta, incomoda (¿repugnancia?). Ya sea por el excesivo detalle de la brutalidad en cada escena, ya sea por la banda sonora o por la perfecta ilación en el desarrollo narrativo. Pero más allá de la polémica (que la hubo en Cannes) y más allá también del análisis técnico, fílmico, en particular, el autor danés nos conmociona, nos remece. Quizá porque hay algo que nos recuerda que esto ya ha ocurrido, que ocurre y que seguirá ocurriendo: la ominosa máquina de la deshumanización, hecha por la humanidad contra sí misma.
El espectador verá lo inenarrable, pero que a lo largo de la historia se ha asentado, con una buena dosis de sadismo y perversión, en innumerables veces, en la forma de ejecuciones, exterminios, destrucciones u holocaustos. ¿Hitler? ¿Stalin? ¿Cuántos dictadores? ¿Cuántos asesinos? Al contrario del sentido común que designa en los actos despreciables y estremecedores, la ferocidad de una locura desatada; la sangre, los cuerpos intervenidos en posiciones grotescas, son parte de un escenificación. No por nada el personaje ve en el negativo de una fotografía, más que en la imagen final, un “atributo demoníaco interno de la luz”.
Así se expresa la voluntad de un asesino infame, misógino y sofisticado.
Jack representa, en propiedad, la aporía del paradigma moderno. La racionalidad en su pleno funcionamiento. Al igual que en los regímenes totalitarios, hay una burocracia, hay procedimientos, hay causas y fines. Una automatización casi natural, tal como los hombres del pueblo que cortan la vegetación con su guadaña. O como los tigres con los corderos. La muerte de pronto adquiere ribetes bizarros pero inexorablemente cotidianos.
Unos brazos fornidos que estrangulan.
Una técnica, sangre, liberación.
Limpieza compulsiva, la Perfección.
¿Una obra grandiosa y divina? ¿Un fin esperable? ¿El castigo en el infierno de Dante? Sea cual sea la interpretación que se le dé al final, hay en este largometraje la latencia de un nosotros, una oculta y no tan oculta monstruosidad humana, que tensiona los límites de lo bueno y lo malo, de lo repulsivo y lo bello, de la materia y su transfiguración.
Francisco Marín-Naritelli (Talca, 1986), además de periodista y de magíster en comunicación política -titulado doblemente en la Universidad de Chile- las ejerce como profesor universitario y un prolífico escritor nacional, cuya última publicación es el libro de cuentos Interior con ceniza (Ceibo Ediciones, 2018). También es el director titular del Diario Cine y Literatura.
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