Eduardo Martínez Bonati, Carlos Ortúzar e Iván Vial trajeron aires renovados a la creación plástica local de los años ’60, y su obra más emblemática fue la intervención cinética en base a mosaicos del Paso Bajo Nivel Santa Lucía, que hoy se encuentra en un progresivo deterioro y abandonado a su suerte, y que tiene enfrentados por su destino final a especialistas independientes en defensa del patrimonio urbano, a la Municipalidad de Santiago y al Consejo de Monumentos Nacionales de Chile.
Por Elisa Cárdenas Ortega
Publicado el 13.5.2019
Los mosaicos en distintos tonos de azul que caracterizan a las estaciones de Metro Santa Lucía y Universidad Católica nos remiten a un hito urbano situado precisamente en esa zona: el Paso Bajo Nivel Santa Lucía. Construido a fines de los años ’60 para dar accesibilidad norte al proyecto San Borja y conectar la Alameda con el sector oriente de Santiago, este paso de 2 mil 695 metros cuadrados representa la planificación frente a las necesidades viales y de conectividad de una ciudad moderna en pleno desarrollo.
Eran tiempos en que las artes plásticas también vivían sus propias renovaciones y establecían un vínculo inédito con la arquitectura y la ciudad. A partir de 1965, la Ley Nemesio Antúnez contempló la realización de obras de arte en las nuevas edificaciones y obras del Estado. Era necesario, entonces, que el flamante paso bajo nivel fuese intervenido con arte; a través de la Corporación de Mejoramiento Urbano (Cormu), se llamó a un concurso público, que congregó -en una selección reñida- a los principales exponentes de las nuevas tendencias visuales de la época.
Eduardo Martínez Bonati (1930), pintor, grabador y académico de la Universidad de Chile, venía ya trabajando en esta línea, había realizado murales de hormigón en el Inacap de Concepción y en la Facultad de Agronomía (Campus Antumapu), de la Universidad de Chile. Además creaba obras lumínicas para diferentes espectáculos, junto a su amigo Carlos Ortúzar, también artista y profesor. Estaban entusiasmados con hacer proyectos para el espacio público, combinando arte, diseño y arquitectura, y sumaron a Iván Vial, conformando el Taller de Diseño Integrado a la Arquitectura. Antes de postular al concurso, hicieron como solían, una selección interna de ideas, ganó la de Vial y fue la elegida para llevar a cabo, en 180 días, el mural del Paso Bajo Nivel Santa Lucía, que fue inaugurado por el Presidente Eduardo Frei Montalva en 1970.
Generación dorada
¿Quién no ha cruzado por allí? Aunque el deterioro y las múltiples intervenciones de grafiteros no permite apreciar bien su estética, el mural es una de las obras de arte cinético más grandes de América Latina. Hecho con miles de pequeñas cerámicas en tres tonos de azules y una línea roja sobre un fondo blanco, en una imagen abstracta propone una lectura lineal, a medida que los automovilistas se desplazan.
Cuando la vieron terminada, sus autores no podían creer la majestuosidad lograda. Dos de ellos, Ortúzar y Vial, ya están fallecidos. Eduardo Martínez Bonati, el único protagonista vivo, hace un balance del trabajo que realizó junto a sus amigos:
“Todo esto fue muy rápido –recuerda– supimos del concurso un viernes y teníamos que entregar el proyecto el lunes, lo hicimos a pata de caballo entre los tres. Nuestra idea fue crear una sucesión de movimientos subliminales en cuanto al muro y que el conductor no debiera estar mirando, sino que sintiera el espacio, que sintiera la forma. No había nada que retuviera la mirada. Con Ortúzar tuvimos estas experiencias intensas de trabajo en conjunto, pero habíamos descartado la posibilidad de concursar para el Paso Bajo Nivel Santa Lucía, ya que se exigía estar asociado a una empresa que proveyera los materiales para la construcción del proyecto. Pero un día llegó Iván Vial con el contacto de la fábrica de cerámicas Irmir y nos decidimos. Trabajábamos siempre soltando ideas, Carlos era el más complicado, él ponderaba exactamente lo bueno, pero le costaba soltar y chorrear. Iván Vial tenía el sentido del humor demoledor, no hacía juicio, metía bomba, cualquier tontera que dijeras, te hacía pedazos. ¡Era un grupo muy simpático! Pero con ellos desapareció el intento mío de hacer sociedades (antes había estado en el grupo Signo). Habíamos logrado actuar sobre el medio, y si nos salían cosas individuales, daba lo mismo; el trabajo de penetración lo habíamos cumplido”.
El mural del Paso Bajo Nivel Santa Lucía es un ícono santiaguino que, construido frente al cerro Huelén, donde se fundó nuestra ciudad en 1541, se integra y dialoga con hitos arquitectónicos de la historia local, como la Biblioteca Nacional y la Universidad Católica. Es de las pocas obras Modernistas que quedan en pie en todo Chile, testigo de una época de cambios, de una ciudad que avanzaba aceleradamente hacia el progreso y que ideaba responsablemente soluciones para la vivienda, la adecuación a los nuevos tiempos y la calidad de vida de sus habitantes.
El arquitecto Iván Vial, hijo de uno de los autores, ha llamado la atención en diferentes plataformas sobre este mural: “Me salgo del hijo, y lo valoro como arquitecto y urbanista. Ellos tenían la idea de sociabilizar el arte, cómo hacer el arte para todos; este paso bajo nivel es una gran obra de ingeniería, y que además sea una obra de arte es sumamente interesante. En ese tiempo era obligación el arte integrado a la arquitectura, te puedes encontrar aún con muchos edificios que fueron pensados de esa manera, cuyos halls tienen obras de Nemesio Antúnez, de Sergio Castillo; el último edificio con esa impronta fue la Torre Santa María, con una escultura de Juan Egenau. Pero eso se acabó. Después de esa generación, el arte –como todo en Chile– pasó a ser privado. Perdieron los artistas, pues antes éstos tenían poder político, participaban en las comunicaciones, eran más actores del país. Y el mural es un testigo de ese tiempo de avances en el arte, en el pensamiento”.
Algo similar planteó Miguel Lawner, Premio Nacional de Arquitectura 2019 al recibirlo más como un galardón colectivo que individual: “La nuestra fue una generación dorada, que hizo un enorme aporte al país, a la arquitectura, al pueblo, y yo diría que hasta hace varios años fue una generación excluida; ahora estamos siendo reconocidos”.
En sus casi 50 años, el mural del Paso Bajo Nivel Santa Lucía no ha sido limpiado, conservado, y menos restaurado; tiene dañadas partes estructurales y deterioradas muchas piezas por filtraciones de agua. Aun así ha permanecido en el tiempo, comprobando su calidad como obra artística e ingenieril. En los últimos meses, encontramos casi la totalidad de su superficie rayada, sin recibir protección alguna como el hito histórico que representa.
Pese a anunciar intenciones de limpiar y restaurar el mural, la Municipalidad de Santiago se encuentra licitando un proyecto de mil 171 millones de pesos, adjudicado por Mario Pérez de Arce y Arquitectos Asociados, para construir una explanada que daría un acceso más amplio al cerro Santa Lucía, tapando parte importante de la visibilidad del mural.
Iván Vial, hijo, opina: “Los proyectos de arquitectura deben hacerse cargo de todas las variables, el cerro, la plaza, la Alameda, las conexiones, pero el mural está donde este proyecto de plaza interviene; no se hacen cargo, lo tapan, es un mal proyecto. Como ciudad, Santiago es bastante joven y tiene esta obra emblemática con 50 años, que es mucho tiempo en este contexto, es mucha vida, es patrimonio de una época. La obra se encuentra en un deterioro prácticamente terminal y ¡abren concurso para hacer una plaza! Santiago no se merece destruir su historia. Tampoco está muy bien definido quién es el propietario de esta obra. Pues, lo somos todos los chilenos, no le pertenece a la Municipalidad de Santiago, es una obra del Serviu, del Estado, se financió con el dinero de todos nosotros, por lo tanto es a los ciudadanos a quienes se nos debe consultar si vamos a tapar o no el mural”.
En el marco de la exposición retrospectiva de Iván Vial, realizada a fines de 2015 en el Museo de Bellas Artes, comenzaron a reunirse diversos profesionales en defensa del mural, algunos de ellos provenientes de escuelas que lo enseñan como un ejemplo de la voluntad proyectiva de una ciudad de Santiago moderna y en pleno ascenso. Los arquitectos Pelagia Rodríguez, Gastón Vega Buccicardi, Patricio Gross y la restauradora Ángela Benavente, junto a Vial y otros, buscan su declaratoria como Monumento Nacional, consulta que ha sido varias veces postergada por la institución pertinente (el Consejo de Monumentos Nacionales de Chile).
El grupo de profesionales plantea la irresponsabilidad de instalar obras sobre otras, anulando lo anterior, en vez de planificar una ciudad que integre lo antiguo y lo nuevo. Con la construcción de la explanada, argumentan, además, la conectividad de los peatones con el cerro sería muy similar a la existente, es decir, el proyecto municipal no cumple con su objetivo planteado. El mural del Paso Bajo Nivel Santa Lucía representa el valor del trabajo en equipo de tres figuras cruciales del arte chileno en los años ’60 y ’70. Poco después de esta construcción, Carlos Ortúzar realizó el monumento homenaje al General Schneider en la Avenida Kennedy y en 1972, Martínez Bonati fue el encargado de convocar, seleccionar y organizar las obras que se integrarían a la construcción del edificio para la UNCTAD III, actual Centro Cultural Gabriela Mistral, GAM.
“En general los proyectos que hicimos fueron de calidad, tenían finura, tenían presencia, eran rotundos”, sostiene Martínez Bonati. Mientras Iván Vial recuerda al trío que formaban con su padre, quien regresó a Chile desde Barcelona a vivir su última etapa:
“Andaban todo el día juntos, viví desde recién nacido hasta los 2 o 3 años con mi padre en Nueva York, donde se afianzó su amistad con Bonati y Ortúzar, todos becados el año ’63 o ’64, cuando Nemesio Antúnez era agregado cultural. Volvieron a Chile con la cosa cinética. Andaban en el mismo camino, los tres eran docentes de la Universidad de Chile, muy creativos, muy bromistas; eran pop, se disfrazaban. Eran muy lúdicos, Bonati el más serio, pero les aguantaba todas sus locuras”.
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Elisa Cárdenas Ortega es periodista, con 20 años de experiencia en medios escritos, dedicada al área cultural con énfasis en las artes visuales. Ha trabajado en los principales periódicos chilenos, como El Mercurio, La Tercera, La Nación, La Época y colabora en forma permanente en revistas culturales como La Panera y PAT, entre otras.
Ha complementado estas labores con la creación de contenidos y de difusión para espacios artísticos, como las galerías Animal, Florencia Loewenthal y D21, y en proyectos independientes, como el Taller Huelén de Fotografía y el Festival Internacional de Cine de los Pueblos Indígenas Ficwallmapu.
Es autora del libro Alfredo Jaar. Gritos y susurros (Editorial Contrapunto, 2009) y actualmente prepara dos investigaciones paralelas sobre arte chileno contemporáneo. Durante nueve años estuvo a cargo de las Comunicaciones de la Dirección de Asuntos Culturales (Dirac) del Ministerio de Relaciones Exteriores. Desde 2018 se desempeña como Editora del Centro Cultural La Moneda.
Crédito de las fotografías utilizadas: Elisa Cárdenas Ortega.