La escritura del peruano responde a la lógica de “alguien cuenta algo”, no hay mayores riesgos en la narración. Lo que sí destaca, en cambio, es cómo la historia de Cristián sirve de marco para evidenciar cuestionamientos y contradicciones que se dan dentro del propio mundo homosexual, en donde el hecho de ser prostituto o la legitimidad de ser eroticamente activo en la vejez son temas aún resistidos por quienes figuran de cierto modo como progresistas.
Por Francisco García Mendoza
Publicado el 18.10.2017
El escritor peruano Juan Carlos Cortázar (1964) publica en 2016, y bajo el sello Luna de Sangre Ediciones, el volumen de dos cuentos –o novelas cortas si se prefiere– titulado «La embriaguez de Noé».
La referencia es la pintura de Miguel Ángel en donde se muestra a un Noé desnudo y ebrio ante los ojos de sus hijos Cam, Set y Jafet. El contraste de los cuerpos es evidente: juventud y plenitud ante la decadencia de un cuerpo viejo, acabado y vulnerable. Ese es precisamente el marco semiótico en el que se desarrolla el primero de estos cuentos que le entrega el título al libro.
Una frase potente abre el texto: “El día en que cumplió cincuenta años, Cristián decidió hacerse prostituto” (Página 11). La importancia del concepto en este caso, la precisión de la palabra, es fundamental. La sinonimia de vez en cuando expresa todo lo contrario y este es uno de los casos. El protagonista escoge el término “prostituto” por sobre otras denominaciones como “puto” o “escort”, y la diferencia entre cada una de ellas pareciera acercarse más a una oposición que a una similitud. Es imposible en este caso no detenerse a pensar en que la diferencia de clases es transversal a todo ámbito de posibilidades. “Prostituto” es un concepto mucho más neutral si se quiere, más higiénico. Por el contrario, tanto “escort” como “puto” se ubican en las antípodas en cuanto a carga semántica e identitaria se refiere.
Juan Francisco es quien narra la historia de Cristián, su ex pareja. Este desplazamiento protagónico permite dar pie a lo que pareciera ser lo fundamental del cuento de Cortázar: el cuestionamiento. ¿Cómo a los cincuenta años una persona puede siquiera pensar en la posibilidad de hacerse prostituto? ¿Por qué un chico menor pagaría por acostarse con un hombre maduro cuando la lógica indica que debiese ser al revés? “La idea, mi idea, es hacerme prostituto para hombres mayores que yo, por lo menos diez años mayores que yo, dijo” (Páginas 23-4), se defiende Cristián y Juan Francisco responde: “Es una locura, ¿estás con caña?, no digas huevadas: ya tienes cincuenta” (Página 27).
¿Es válido que un homosexual que históricamente ha estado ajeno a la norma social cuestione a alguien por querer aventurarse un poco más allá? Precisamente es ese el conflicto que tiene Juan Francisco con las decisiones de su ex pareja, el conflicto con la apertura de mente que muchos asumen más por pertenecer a una causa que por una convicción real: “Porque se suponía que yo era el abierto, el weird; con bastantes años menos debía ser o seguir siendo el más bizarro de los dos, el que proponía ir a discos under o buscar películas retorcidas, góticas, fumarnos unos pitos por la tarde para hacer el amor volados” (Página 27).
La elección del concepto “prostituto” no deja de llamar la atención del narrador, pues se supone que Cristián siempre ha naturalizado los comportamientos no convencionales: “Seguimos nuestro camino y en la esquina con Merced casi choqué con una chica que venía muy apurada en sentido contrario; flaca y llena de piercings, el cabello completamente celeste. Qué ganas de llamar la atención, ¿no?, dije cuando la dejamos atrás. Eso no sirve, contestó Cristián, se llama la atención muy poco tiempo, luego la normalidad te atrapa. Como ser gay, agregó, ahora ya a nadie le sorprende” (Páginas 22-3).
El cuento de Juan Carlos Cortázar es también recorrer el barrio gay friendly de Santiago, unas cuantas cuadras donde destacan lugares emblemáticos como el cerro Santa Lucía, la calle José Miguel de la Barra o Merced, el café Tomodachi, el Bellas Artes o el Centro Cultural Gabriela Mistral (GAM) donde, curiosamente, al cruzar la calle aparece también el parque donde torturaron a Daniel Zamudio, un chico gay que posteriormente falleció producto de las graves lesiones causadas y que hoy es el símbolo de la lucha contra la violencia homofóbica en Chile.
La escritura del peruano responde a la lógica de “alguien cuenta algo”, no hay mayores riesgos en la narración. Lo que sí destaca, en cambio, es cómo la historia de Cristián sirve de marco para evidenciar cuestionamientos y contradicciones que se dan dentro del propio mundo gay, en donde el hecho de ser prostituto o la legitimidad de ser sexualmente activo en la vejez son temas aún resistidos por quienes figuran de cierto modo como progresistas. Incluso el paisaje, del que se vale Cortázar como telón de fondo para el desarrollo de su historia, es blanco de cuestionamientos para quienes critican el aburguesamiento de la cultura gay.
El gran tema del cuento «La embriaguez de Noé» es, más allá de la relación de ambos protagonistas, preguntarse hasta qué punto se puede desestabilizar la norma estando ya instalado dentro de una homonormatividad que, de cierta manera, viene a reproducir las mismas lógicas de la cuestionada institucionalidad heterosexual.