Un análisis estético y político a uno de los libros capitales en la producción del poeta, ensayista y editor mexicano, y a cuya obra y sensibilidad literaria le dedicaron su atención artística figuras intelectuales que van desde su compatriota José Emilio Pacheco hasta el estudioso chileno Ricardo Latcham.
Por Daniel Rojas Pachas
Publicado el 24.8.2019
La presente lectura de Páramo de sueños (1944), el primer poemario de Alí Chumacero (1918 – 2010), prioriza el análisis de dos imágenes recurrentes en los textos que integran el libro; la caída y el reflejo sirven al autor para construir un significado hondo en torno a la muerte.
Estas imágenes atraviesan los distintos poemas, y aparecen asociados no sólo a la voz del hablante y de su memoria, sino que se vinculan a otras figuras como el ángel, que con el abrir de sus alas signa el destino del hablante, la flor que se marchita o se hunde en el mar y la paloma que irremediablemente se desploma.
El autor en el poema «Anunciación» señala: «sus invisibles alas, sus invencibles olas / y la marea con que ahoga / la más inundada palabra / o aun la propia voz, / y llega sobre el lecho, silencioso, negando su sonido, / a destacar su dura esencia / a despertar mi sueño con su sombra» (Página 19).
En los poemas de Chumacero, no sólo apreciamos una voz que se deja abismar por la muerte y lo insondable, usualmente hay otras formas de vida que mutan, sea porque se degradan o porque cambian a otro estado, pues en su contacto con la muerte se les revela su origen y múltiples realidades, que en primera instancia pueden parecer inconexas para el lector.
Estas entidades son arrastradas a un fondo oscuro y misterioso. Tanto aves como flores, así como el sujeto se transforman, pierden su belleza primigenia, su juventud y se ven imposibilitados de seguir su tránsito.
Analizar el devenir que tienen los elementos protagónicos, de los poemas de Chumacero, será esencial para acercarnos a una comprensión del imaginario que el mexicano edifica, en torno a la finitud. Encontramos cuerpos navegando o en vuelo, de modo que su discurrir en esos medios aéreos y marinos son homologables con el tiempo de vida que tenemos, la flor por ejemplo, al no poder navegar por un mar en el que flota o el ave al desplomarse de los cielos, se encuentran de modo irreparable con la muerte, ven interrumpidos su decurso, pero antes del fin hay un reconocimiento de esa vida frente a otras posibilidades de sí misma, un encuentro con un doble, una sombra o un reflejo que pone en cuestionamiento si lo vivido fue real o solo un sueño, siendo en tal caso la muerte un despertar y una forma de reconocer lo insustancial del tiempo que nos ha sido dado.
El poema “A una flor inmensa” resulta paradigmático para mi análisis, pues todos los elementos que he nombrado se conjugan; el texto inicia con una imagen que describe cómo una rosa cae, atraviesa el agua para sumergirse a una dimensión imperceptible, libre de gravedad. Las olas desnudan a dicha flor de su entidad corpórea, tornándose mero aroma.
La flor es transportada por diversas fases hacia su origen: la sabia y la tierra que la vio nacer.
Chumacero no sólo se remite a fijar la flor como una alegoría de la vida, que sirva de centro al poema, establece impensados vasos comunicantes que nos remiten, por ejemplo al esclavo: «que de noche sueña / en una luz que rompa / los orígenes de su sueño» (Página 7) o nos transporta hacia el ciervo que observa su frágil reflejo en una fuente.
La flor, mientras sufre cambios en su sustancia, se erige como un elemento que nos lleva a pensar otras realidades. En cuanto a los nuevos espacios, el esclavo y el ciervo, también confrontan su yo con un alterno, una posibilidad remota configurada por la sombra, el reflejo y el despertar de un sueño amargo. Chumacero teje así una red infinita de significados y dobles que se confrontan. Sin ir más lejos, el esclavo cuestionando sus sueños de libertad nos remite al tópico calderoniano.
Finalmente, el poema “A una flor inmensa” se ubica de cara a la muerte, pues la caída de la flor termina por revelar una serie de imágenes mortuorias. El ángel será una figura privilegiada que aparece en numerosos poemas del libro. Por ejemplo en “Muerte del hombre”, el ángel anunciador actúa como una especie de baquiano que orienta al sujeto por las sendas de lo incierto y le presenta su destino ineludible: el frío cemento del mausoleo, donde también yace un canario desgarrado que cae a un mundo de sombras.
La reiteración del caer es crucial pues se reafirma la noción de desprendimiento, de ser sacado de cuajo de la raíz del tiempo, para dejar sólo una estela de nuestro paso por este mundo, un leve aroma o cómo dice el poeta: «un pálido recuerdo / o ángel desalado […] deja una huella: pie que no se posa» (Página 8).
La muerte en la poesía de Páramo de sueños, no es sólo el anteponerse a lo desconocido, sino también redescubrirse como una, entre muchas posibilidades ante una nada eterna. Es el umbral a un proceso de autoconsciencia que nos devuelve una mirada profunda y liberadora frente a aquello que hemos sido.
John F. Garganico tiene una lectura similar. Cuando analiza a los poetas de Tierra Nueva, contemporáneos de Alí Chumacero, nos dice: «En su poesía «Muerte al hombre» predomina el tema de la soledad y de la búsqueda de la muerte por el hombre. Para el poeta la muerte es una fuerza con doble sentido; es a la vez algo inevitable que destruye y algo más intrínseco que da vida eterna» (Página 249).
Otro poema que considero esencial para entender el imaginario de Chumacero, en torno a la finitud es “Espejo de zozobra”. En este texto, el entrecruzamiento entre la caída y el reflejo es evidente. El poema nos muestra un proceso de autodescubrimiento del yo. El texto parte por reconocer el propio cuerpo: «escuchando latir mi propia sangre” o «lo que dentro de mí resuena / como sombra apresada en las tinieblas / que quisiera hallar una luz / para poder nacer» (Página 15).
El hablante sufre un tipo de desdoblamiento y consigue observarse desde fuera. La voz se aproxima a la experiencia de la muerte desde una inminencia, por tanto el morir es representado con un excedente de visión. Lo que Bajtín señala en «Autor y personaje en la actividad estética», respecto a la extraposición como la capacidad de salir de sí y crear un otro distinto en un doble movimiento exotópico.
La voz abandona su propio eje axiológico y se traslada al lugar del otro, en un movimiento empático. Entonces, ante su muerte, el sujeto poético asume una posición de frontera. Su horizonte y encuadre es externo. Sólo así se produce el encuentro con uno mismo desde fuera.
En el poema se señala: «ME MIRO frente a mí» […] o «En espejo de sueños estoy junto a mí mismo / y mi imagen se asoma alargando los brazos, / buscando asir lo inasidero» o por último: “pues ya mi sueño frente a mí me nombra, / ya destroza el espejo en que se guarda” (Página 15).
Hay que señalar que el reflejo en la poesía de Chumacero se presenta en el agua, en fondos marinos, en el mar, además es importante en relación al reflejo, cómo este se asocia a otras dos figuras: la sombra y el doble. El doble es un motivo relevante en la literatura universal. La noción de doppelgänger la encontramos en textos escritos por Jorge Luis Borges, Edgar Allan Poe, Robert Louis Stevenson, Ernst Hoffmann, Carlos Fuentes, Joseph Conrad y José Saramago, además es un arquetipo analizado con profusión por Carl Jung y Sigmund Freud en sus estudios psicoanalíticos.
Para mi interpretación, resultan esclarecedoras dos conceptualizaciones sobre el reflejo, el doble y la sombra. Para el psicoanalista austriaco Otto Rank, esta figura tiene larga data y en su forma primitiva se refiere a la dualidad del alma: «la persona y su sombra […] que por un lado le asegura la inmortalidad y por el otro anuncia amenazadoramente su muerte» (Página 18).
La otra noción, en torno al doble, que me parece relevante, y que podemos encontrar presente en la poesía de Chumacero, es la que nos entrega el etnólogo Ricardo Latcham, pues se refiere al significado que la sombra asume desde los albores del hombre y sus comunidades. El reflejo se manifiesta en relación con la idea de ánima o espíritu y nos conecta con el más allá, con la noción de muerte. Latcham expone:
«La sombra arrojada por su cuerpo, su reflejo en el agua, el eco que retumbaba en las montañas y en los bosques, la reaparición de los muertos durante sus sueños y su instinto innato que le hace vivificar todo lo que ve, produjeron lo que se puede llamar la reduplicación de sí mismo, y dieron origen a la teoría primitiva del ánima o alma» (Página 10).
Latcham explica así los mecanismos con que el hombre antiguo confrontaba el más allá y lo incierto. Lo inefable, eso para lo cual no tenemos palabras, se encarna en múltiples formas que nos acosan y van tomando figuraciones basadas en la naturaleza.
En “Espejo de zozobra” la sombra o doble está relacionado en primera instancia con el medio onírico, por eso es crucial la noción de caída, el abismarse que el poema recalca a través de los dobles sueños: «cuando, tendiendo el cuerpo, ve acercarse / su sombra, lenta e inclinada, / a la suprema conjunción /de dos pulsos perdidos en sí mismos, / como doble sueño o palabra» (Página 15).
Estos versos permiten entender mejor el título del poema; un reflejo que da cuenta de la aflicción, pero también una memoria que se hunde como una barcaza. El autor además vincula la idea de doble sueño con la palabra, pues la voz aparece enfrentada al vacío, a la oquedad de ese espacio sin gravedad como un eco, una reverberancia de lo que se dijo, de aquello que fue. En esa medida agrega: “Estoy junto a la sombra que proyecta mi sombra” (ibíd.).
El encuentro con el yo, posibilita un diálogo o interacción íntima. El hablante describe este acontecimiento como un renacer, al igual que la flor que vuelve a su origen, el sujeto atraviesa diversas etapas, redescubre su cuerpo, su sensibilidad. Lo importante es que en su interior se encuentra un yo oculto e inalcanzable, al cual accede sólo tras encontrar su reflejo, gracias a una mirada introspectiva que el poema termina por vincular a la muerte.
Sólo en ese último momento, que se resume en asumir la propia agonía, se produce un proceso de autorreconocimiento y una fusión entre el yo y su reflejo. El poema indica: «descansando leve / sobre mi propia forma: mi agonía / y en vano quiero ya cerrar los ojos, […] reclina su voz sobre la mía: ya estoy frente a la muerte» (ibíd.).
En el poema “Ola”, la caída también se hace presente. El hablante describe cómo una flor se desplaza del mar a la arena cual navegante. A lo largo del poema Chumacero presenta diversos adjetivos como desplomado, anegado y precipitado. En el texto nos señala:
Quiebra su forma, pierde su albedrío / y en un instante de candor o ala / ahogada en un anhelo suspendido, / como ciega tormenta despeñada / abandónase al cuerpo que la acosa y a su encuentro es caricia, oscura imagen / de rudo impulso convertido en plumas / o tinieblas perdidas para siempre (Página 9).
El poema nos muestra una frontera entre el mar que ingresa a la arena. Ese límite entre ambos medios se compara con la vida, pues finalmente todos como el agua ingresamos indefectiblemente a la muerte, a la última morada. El vaivén del mar es el tiempo en el cual flota la flor, hasta que se marchita y termina por reposar en la arena estática. Leemos: «y sabe cómo al fin la arena es tumba, / frontera temblorosa donde se abren / las flores fugitivas de la espuma, / resueltas ya en silencio y lentitud» (Página 9).
En el poema “Vencidos” en cambio, Chumacero prioriza mostrar la fragilidad de la vida, la inevitable finitud, y construye una noción agónica de nuestro devenir, pues el dolor es algo ineludible y siempre existirá algo irresoluto que perseguimos, sin poder alcanzarlo: “caídos descuidados al abismo, / a través de catástrofes en nuestro corazón dormidas, / así tan simplemente, que al mirar un espejo / hallamos dentro sombras silenciosas / o una paloma destrozada” (Página 13).
Detrás de esa sensación de fracaso e incompletitud se encierra una belleza, pues implica que la vida es un proceso, una búsqueda incansable de eso que nos resulta inasible, pero por lo cual luchamos. En una reseña a la reedición de Páramo de sueños, José Emilio Pacheco confirma esta actitud de la voz poética y nos dice: «Dar nombre al tiempo, glorificar el secreto, transformar el vacío, ante el desamparo y las cenizas de la esperanza, son los atributos de esta poesía rebelde en su derrota» (Página 30).
El dolor en la poesía de Chumacero entonces se puede designar como agonía, como un tipo de suplicio que nos remite a la raíz del término: «agón» que significa combate o debate interno. En este caso el conflicto entre el sujeto será con su otro yo, con su reflejo antagónico, que hace manifiesto el drama y el sentido trágico de la vida que se nos revela en el último momento. En ese sentido, en el poema “Vencidos”, al igual que en “Ola”, se utiliza a la paloma destrozada o al ave que no puede volar, en relación a un tránsito que se interrumpe, a la imposibilidad de seguir el viaje, de ingresar al vaivén del mar y al tiempo, por tanto el cuerpo desciende, deja de navegar, interrumpe el vuelo y se hunde y en ese caer, en ese abismo se encuentra una vez más con un otro silencioso, mudo, agazapado.
Ese otro dormido en nuestro interior es parte del desdoblamiento, la sombra es aquello que no fuimos, pero que finalmente termina en ese instante mortuorio por fundirse con el yo, interrogándolo.
En conclusión, la muerte, en este primer libro de Alí Chumacero se presenta como una totalidad abierta que conduce al sujeto a formas de pensarse fuera de sí, fuera de su tiempo y en una conexión con el mundo, atado a lo que le rodea por ínfimo que parezca. El destino de la flor, el ave y el hombre están signados por un último tránsito y múltiples posibilidades que se cierran, pero que se hacen patentes frente a la última morada. La muerte en esa medida es una forma de acceso a otras realidades y a un conocimiento que en vida no es inasible, pues nos supera.
En el poema “Muerte del hombre”, Chumacero explícitamente trabaja el tema del tránsito hacia el fin. El espejo en este texto se presenta homologado con la muerte. “Aun cerca de la íntima agonía / estás, oh muerte, clara como espejo; / más abierta que el mar” (p. 17). También se insiste en el cielo y el mar y la incapacidad de poder surcar esos espacios y desenvolverse en ellos con libertad: “ya miraría en mi sangre / el negro navegar, la noche incierta, / el pájaro que sufre sin sus alas / y la más grave lentitud: la muerte” (ibíd.).
En este poemario lo onírico se plantea como un umbral, la vida es equiparada a un sueño que es truncado, por tanto, la única forma de despertar es a través de la muerte. En ella se llega a otro estadio de conocimiento, a otra realidad y a un nuevo amanecer: «cuando el rocío desciende lento hacia la rosa / al dar el primer paso la mañana” (ibíd.).
Se trata de un encuentro con una pureza en que el hombre se desprende de su carga vital, de sus represiones, de la niebla que ha sido su vida, y de toda la precariedad. Al respecto, Alejandra Herrera y Vida Valero en “Vencer el tiempo: la verdad poética de Alí Chumacero” nos señalan:
«A Alí siempre le ha preocupado el tiempo, la sensación de mirar su imperceptible transcurrir, por eso opone a la presencia inminente de la muerte, la eternidad concreta de la obra de arte de su poesía. Desde sus primeros poemas, el tema es frecuente: “Vencidos”, “Espejo de zozobra”, “Muerte del hombre”, “Jardín de ceniza” revelan la idea heideggeriana que define al hombre como un ser para la muerte y se sustenta a través de diversas figuras retóricas» (Página 106).
El discurso autoral de Chumacero está signado por esta tensión de ser para la muerte y se refleja en una experiencia límite de escritura y de representación, en la cual se cruza la muerte con la puesta en escena de un yo poético auto reflexivo que persiste con ahínco en mostrarnos una compleja dimensión de lo irrepresentable, el más allá, la última morada, el vació al que caemos y el reflejo de todas las posibilidades que no fuimos. Un poemario que verso a verso, sobrepasa las limitaciones del lenguaje y el arte verbal, llevando al lector a cuestionarse su existencia y precariedad.
Bibliografía
Chumacero, Alí. (1960). Páramo de sueños, seguido de Imágenes desterradas. México, Universidad Nacional Autónoma de México
Garganigo, John. (1965). “Tierra Nueva: su estética y poética” en Revista Iberoamericana, Vol. XXXI, Núm. 60, pp. 239-250.
Herrera, Alejandra & Valero, Vida. (2008) “Vencer el tiempo: la verdad poética de Alí Chumacero” en Revista Fuentes Humanísticas, Vol. 20, Núm. 36, pp. 105-128.
Latcham, Ricardo. (1915). Costumbres mortuorias de los indios de Chile y otras partes de América, Santiago, Sociedad imprenta-litografía Barcelona.
Pacheco, José Emilio. (1960). «Alí Chumacero, Páramo de sueños seguido de Imágenes desterradas» en Revista de la Universidad de México, Núm. 1, p. 30.
Rank, Otto. (1982). El doble, trad. de Floreal Mazia, Buenos Aires, Ediciones Orión.
Daniel Rojas Pachas (Lima, Perú, 1983). Escritor y editor chileno-peruano, dirige el sello editorial Cinosargo. Ha publicado los poemarios Gramma, Carne, Soma, Cristo barroco y Allá fuera está ese lugar que le dio forma a mi habla, y las novelas Random, Video killed the radio star y Rancor. Sus textos están incluidos en varias antologías –textuales y virtuales– de poesía, ensayo y narrativa chilena y latinoamericana. Más información en su weblog.
Imagen destacada: Alí Chumacero Lora (1918 – 2010).