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La idea del poder en dos cuentos de Tolstói

Un par de relatos del sempiterno autor eslavo entregan las claves de una profunda meditación en torno a la libertad y a la importancia de elegir y de experimentar el tiempo presente, a modo de enfrentar esa condena existencialista humana de tener que seguir un camino u otro a cada instante.

Por Carlos Pavez Montt

Publicado el 27.9.2019

Las tres preguntas y Karma son los nombres que el autor ruso eligió para titular dos narraciones cortas. Dos relatos protagonizados por entidades diferentes, pero que tienen una característica en común: el poder. Una potestad que supera, creo yo, a la cotidianeidad rusa en el momento de su producción. Es interesante reflexionar sobre la elección protagónica de los creadores literarios, ya que ésta suele entregar un apoyo para la posterior interpretación de su obra y de su contenido. Más que mal, una figura más o menos alta en la escala jerárquica, en el segundo cuento, y una aristocrática, en el primero, son los medios que acarrean un ejemplo, una lección que debe codificar el receptor. El trabajo del análisis literario queda, entonces, encasillado en la separación, y posterior totalización de los elementos que el crítico considere pertinentes para lograr una reflexión.

El zar, el rey de los rusos, necesita la respuesta a tres preguntas que se plantea en función del bienestar de su mandato en el gobierno, en el poder. El momento, quién y qué es lo más importante al instante de realizar una tarea o una acción. Consulta a las autoridades intelectuales, pero sus respuestas no lo dejan satisfecho. Finalmente, el zar decide visitar a una sabiduría dejada de lado, la de un ermitaño que no vive en la locura de la ciudad, sino que descansa su carne y sus huesos en la alteridad que significa la soledad de un lugar lejano. Aquí es cuando llega, por decirlo de alguna forma, el clímax del cuento. El ermitaño no responde, está cansado, el zar lo ayuda a terminar el trabajo que estaba haciendo y luego llega un hombre medio muerto.

El moribundo resulta ser un perjudicado por las políticas del reinado del zar. Había jurado venganza por su hermano y, cuando se enteró de que la autoridad saldría en búsqueda de respuestas, lo siguió y fue sorprendido por la guardia de la misma. Llegó medio muerto y el zar lo curó y mantuvo la sangre dentro de su cuerpo. Le devuelve, además, lo que le había quitado el poder político y, al final, el zar le pregunta al ermitaño de nuevo. Este último, genialmente, le contesta que pensara bien lo que había hecho, que él mismo ya se había respondido. En otras palabras, que: “el momento más adecuado es solo uno, ahora, y es el más importante porque sólo entonces somos dueños de nosotros mismos; la persona más importante es aquella con quien te encuentras ahora, porque nadie puede saber si podrá tratar con alguna otra persona; y la tarea más importante es hacer el bien”.

La lección puede entenderse, entonces, como la nulidad del establecimiento a priori del conocimiento o de las políticas de acción que debe aplicar un gobierno en el poder. La idea de la contextualización espontánea, es decir, la adecuación de lo que debemos hacer respecto a un contexto presente, se toma la moralidad o la enseñanza de la narración. Ahora es el momento, quien se presenta es la necesidad, y la actualidad de dicha necesidad es lo más importante en el momento en que se lleve a cabo la acción. No sé de dónde sacó Tolstoi todo esto, pero seguramente que no fue de la limitada capacidad de secularización del positivismo o del racionalismo europeo.

La influencia de ideas extranjeras se hace aún más latente en Karma, el segundo cuento. La narración sucede en algún terreno oriental, ya que la sabiduría de los monjes budistas se toma el protagonismo a lo largo de todo el cuento. La cosa gira en torno a la creencia de que las acciones deben ser autónomas, independiente de si éstas conllevan un bienestar inmediato para quien las hace o no. Un banquero, creo, manda a su esclavo a que retire del camino un carro que estaba obstaculizando su trayecto, a pesar de que éste se encuentra a pocos metros de un precipicio. El monje, quien había subido al carro del banquero por su petición, se baja a ayudar al otro. Al hombre con dinero se le había caído una bolsa con oro y, cuando llega a su destino, culpa a su esclavo y lo castiga por ello.

Después el labrador, por consejo del monje, le entrega la bolsa al banquero. Sueltan al esclavo y se retira de su condición para convertirse en bandido –luego le va a robar a su ex dueño–. Hasta este punto el cuento nos entrega una lección más o menos conocida: no hagas lo que no te gustaría que te hiciesen, trata a los demás como te gustaría que te trataran a ti. Pero lo más notable es que, luego, el conductor de todo los hitos narrativos, es decir, la sabiduría del monje y de su doctrina, nos relata la historia de la tela de araña en el infierno. Desde aquí el mensaje es más profundo, la crítica sobre la acción propia –fundamentada en el karma– entra en el terreno de la individualidad presente en nuestra cosmovisión. La lección se convierte, así, en una crítica generalizada respecto a la forma en que interactuamos con el alrededor.

Es importante mencionar que la contra-exaltación del pensamiento individualista no es ofensiva, violenta ni de suma explicitación. El autor ruso logra aparentar cierta inocencia que esconde un mensaje basado en las creencias orientales. Disfraza un cuchillo con piel de oveja, por decirlo de algún modo.

 

Carlos Pavez Montt (1997) es, en la actualidad, un estudiante de licenciatura en literatura hispánica de la Universidad de Chile. Sus intereses están relacionados con ella, utilizándola como una herramienta de constante destrucción y reconstrucción; por la reflexión que, el arte en general, provoca en los individuos.

 

Una edición en castellano de los cuentos del autor ruso

 

 

Imagen destacada: Lev Nikoláievich Tolstói (1828 – 1910).

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