Sus textos están atestados de imágenes, que va encuadernando cotidianamente como si fuera un guionista de los detalles. Una especie de arqueólogo urbano: ahí se encuentra la belleza y el imán de su escritura, desde donde emerge una estética entre situaciones cotidianas que están relacionadas a eventos o situaciones existencialistas que habitan bajo la piel.
Por Marcelo Gatica Bravo
Publicado el 20.6.2019
En un recital de poesía pueden pasar varias situaciones sospechosas. Primero si sólo hay poetas en el público y si este particular (a veces verosímil auditorio) está atestado de aquellos que van con los oídos cerrados. El resultado pueden ser soliloquios de funeral. Lo contrario puede ser un bello manicomio, o culto pentecostal. Esto fue cuando conocí en Salamanca a un grupo de compañer@s poetas como Santiago, Camargo, Alvarado, Gentile, Olivas, Rozas, Balam y un bello etcétera.
En la bella ciudad de piedra llegó a mis manos La oscuridad de los gatos era nuestra oscuridad (2012), II Premio Internacional de Poesía Joven Fundación Centro de Poesía José Hierro del poeta peruano Nilton Santiago (Lima, 1979). No debiese decirlo, pero lo leí de un tirón (hay cierta ortodoxia de la lectura lenta). Ya el prólogo me produjo la primera sonrisa, dado que el encargado era Juan Carlos Mestre, un poeta cercano, una especie de hermano mayor. Pienso que él sin proponérselo actúa como doble puente: de generación y estética con los que hemos cruzado el charco.
Entrando en materia el título del libro es lo más parecido a un agujero negro que se abre entre la realidad y las palabras. Esto es, poesía. El gato aquí puede ser un Ojo pegado a la piel, al instinto, al azar, a la levedad del tiempo, a los pliegues a la muerte del instante, al un paraíso perdido en la azotea de una nevera. La propuesta de Nilton es refrescante. Frente al lenguaje normativo de las redes. El poeta va instalando un bestiario que va desdoblando y ensanchando la realidad con una exquisita prosa poética.
Sus textos están atestados de imágenes, que va encuadernando cotidianamente como si fuera un guionista de los detalles. Una especie de arqueólogo urbano. Ahí se encuentra la belleza y el imán de su escritura. Emerge una estética entre situaciones cotidianas que están relacionadas a eventos o situaciones existencialistas que habitan bajo la piel.
Su propuesta poética bebe rizomáticamente de varias tradiciones (este punto lo tocaremos en un ensayo). Pero es innegable su trabajo con el lenguaje. Lo que tiene como efecto una poesía profundamente reflexiva, pero que no llega a ser hermética. Es evidente, cierto eco huidobriano en la creación de lugares innombrables sólo por la poesía. Azar de gatos que este año se vio coronado con el logró del Premio de Poesía Vicente Huidobro con Historia Universal del Etc.
En suma, estamos a un libro refrescante y numinoso que funciona como resistencia de aquel lenguaje aparentemente claro y líquido de la poesía-publicitaria y de aquella lengua repetitiva como ese (otro) gato de la matrix.
A continuación, se transcriben tres poemas de largo aliento del premiado autor peruano:
La oscuridad de los gatos era nuestra oscuridad
Entonces ellos, la soledad del mundo, custodiaban tu pálida
sonrisa.
tu hueso húmero diluyéndose fuera de la nevera
tu mirada limpia de cangrejo, tu pureza de agua mineral,
(también llovía gatos sobre el techo de mi casa,
pero no nos importaba, la oscuridad de los gatos era nuestras
oscuridad).
Entonces me imagino que tú, como yo antes de dormir,
Cesare,
refugiabas tu mirada o jugabas con la luna
quizá intentabas lluvia, un poco de cielo / un par de
sueños
y así, de esos borradores, de esos bellos e inútiles intentos,
fabricabas la sonrisa de Gella o Ítalo
aún cuando la mitad de tu cuerpo dormía y, posiblemente
también tu corazón
como un ancla de cinabrio que se disuelve / bajo la cama de
alquiler.
( Oh, como se disolvía el sol en los altos crepúsculos de tus
gafas).
Aquellos primeros años rescatábamos nuestras casas sobre
las copas de los árboles
y nos entreteníamos borrando capitales europeas del mapa
como si se tratase de sacarnos el corazón, todo azul y viscoso
y llevarlo en el bolsillo, pobres —— muy pobres- como osos
hormigueros.
Cesare, ahora todo ha cambiado, la avena el amor integral
han reemplazado a los huevos fritos
e incluso el cadáver blanco de los ángelus
no es más que un partido político, siendo como fue, en tus días,
un ejército que liberaba a los pescados y a los cangrejos en los
supermercados.
( Es que ahora vestirse cada día como un caballo, y correr y correr
sobre el lomo de la luna
buscando una y otra vez la salida de emergencia – como si
estuviésemos perdidos
en un zoco de Marrakech – ya no es un oficio rentable).
Dicen que esas mañanas, Cesare, también la luna era una gota
de la salva de “Dios”
y no era culpa tuya, bello pariente de los pájaros
y de los osos hormigueros,
que el hilo de luz que te unía a la luna haya sido apenas una
lágrima que jamás pudo abandonar tu mirada,
como no era tu culpa que aquellos ángeles atroces ( y sin de
rechos civiles)
temieran dormir contigo, porque jamás dormían.
Después de todo,
jamás supimos de la lluvia o del cielo
quizás, porque nunca nos acostumbrábamos a dejar del todo
nuestra tristeza natal,
y el pan con mantequilla al desayuno
o porque apenas nos diferenciaba un cigarrillo encendido,
tendido sobre los labios como una serpiente de cinabrio.
Pero me pregunto si algo nos diferenciaba de la realidad
esos segundos antes de morir bajo tu sonrisa encendida, como
una llamarada,
sin saber que jamás salimos de aquella tristeza natal
y apenas han pasado miles de años de mirarnos la mirada
hasta volvernos
ni siquiera ángeles atroces y sin derechos civiles
sino esa lágrima que te une a la luna, y a mi corazón desolado,
ah, Cesare, Cesare,
pero ahora lo entiendo,
la oscuridad de los gatos era nuestra oscuridad, la soledad
del mundo.
Esta noche ha vuelto mi ángel a husmear los desechos
En vano das de comer a las palomas del parque muertas hace años
de hambre y sed.
Es triste, lo sé, pero es posible que también tú tengas que morir
como los tristes animales de los laboratorios,
(como los desprestigiados chimpancés o los amables conejos albinos,
que, por sus grandes ojos y por su “bajo precio”,
son los más solicitados para el test Draize).
También ellos conocen el contenido de los cuchillos
y el contenido de los espejos cuando nos miramos y no nos vemos
y también las camillas repletas de bisturís y herrumbre
sobre la que los humanos, esos extraños seres, expiamos sus sueños.
Entonces, como un ridículo pelícano soñoliento,
entiendo, finalmente, la soledad de los grandes edificios abandonados
(sí Adam, como declaraciones de amor de las ciudades)
o el suave corazón de los gorriones al pronunciar tu nombre.
También tú has visto cómo las mariposas trabajan la soledad del hombre,
cómo su escalofrío penetra en nuestra espina dorsal
y en nuestros relojes blandos, perdidos en las horas,
entre desayunos fríos y camareros, muy mal pagados,
que cada día te hablan del atroz ángel que todos sabemos vive contigo
pero que, según dices, nunca has visto.
De pronto pienso en ti, en el blanco músculo de azúcar
que brotó de la piedra
para que la veas volar o, mejor aún, para que tan sólo lo imagines.
Sí, pienso en ti, como una fotografía recién nacida que se diluye entre mis manos
o como ese amable ángel que cada noche husmea mis deshechos
y me susurra al oído ese poema que nunca escribiste:
“entre la niebla
una barca hundiéndose / también yo parto”.
El tiempo es una mentira de las estrellas
Toda la noche hemos muerto lejos de casa,
durante toda la noche nos hemos suicidado / sin conseguirlo
mirándonos al espejo, como una iglesia en llamas,
como una resplandeciente cicatriz en los árboles de los aserraderos
o en las últimas páginas de los libros que el tiempo ha olvidado
en los hospicios y en los sanatorios.
Mirándonos al espejo, olvidando el testimonio de la luciérnaga
entre tus manos,
viendo cómo se afeitaba Armand con una herradura
como si fuera un puñado de luz cicatrizando en las aletas de un
pescado que acaba de morir,
por lo que somos murciélagos, sin saberlo,
para los que agonizamos, inquietantemente,
en la absurda máquina de arena en la que nos convertimos
cuando llueve,
o cuando atardece entre las manos de los suicidas
que cierran nuestras heridas con sus cuchillos de terciopelo
(además de dar de comer al animal insomne de la soledad
y a la mariposa de hielo de la soledad que cada día brota
de las tibias manos de los presos políticos).
¿Sabes qué me da vergüenza Lédo? Que algunos dicen,
qué nacimos de los huevos olvidados en las peceras públicas
o que antes respirábamos por las heridas del corazón, muy
desconfiados,
este sueño interior de tus manos,
esta marea dispersa e hiere y hiere,
estas gotas de mar que encontraste camino al cielo
de Maceió que tanto temo,
mientras yo moría, sí moría como un pájaro saliendo
de su plumaje.
Vaya lío. No obstante, siempre supimos que nos faltaba
dinero y un poco de piel alrededor del corazón
o que nuestra sangre apenas se movía cuando hablábamos
de la infancia o de las revoluciones,
pero de esto se trata, mi querido Lédo, la soledad.
Marcelo Gatica Bravo es poeta y doctor en literatura hispanoamericana.
Imagen destacada: En primer plano el poeta Nilson Santiago, en la ciudad española de Salamanca.