Habíamos intercambiado algunas opiniones, a través de Facebook y de Messenger, a veces algo encendidas, pero con un remate cordial y aun humorístico, hasta que ocurrió lo del martes 25 de febrero. Yo subí un par de memes, acentuando la derrota mediática de la Derecha, cocinada en su misma salsa frívola del Festival de Viña. Minutos más tarde, un amigo gallego me llamó, preguntándome: ¿Quién es ese calvo enloquecido que te denuesta en las redes sociales?
Por Edmundo Moure Rojas
Publicado el 27.2.2020
«Era adolescente cuando, para ganarme el pan, intenté aprender los más diversos oficios. Así pude vincularme a obreros ansiosos de establecer una sociedad igualitaria y libre, como la conciben los anarquistas. Muy pronto hice mía tal aspiración, porque nada ayuda tanto a decidirse como el ser joven».
José Santos González Vera
Apreciada lectora, estimado lector, estamos viviendo tiempos de crisis en este Último Reino, agudizados a partir del “estallido social” del 18 de octubre de 2019. No digo nada nuevo, pero, transcurridos ciento veintinueve días, todas las promesas del gobierno, expresadas con “profunda humildad” por Sebastián Piñera Echeñique, se hallan en estado de absoluto incumplimiento.
Hará cosa de un mes, un ex amigo, al que llamaré Mom (de momio, sustantivo-adjetivo con el que designamos en Chile al individuo retrógrado y anquilosado en el mito del pretérito feliz o paraíso perdido) [1], me dijo, de manera tan humilde como su correligionario mayor: “estamos trabajando para aminorar las desigualdades sociales”. Esto era parte de lo que el plutócrata presidente bautizó como “potente agenda social”, mamotreto hoy perdido de manera irremediable.
Mom era un adolescente en 1973. Su padre poseía un fundo (hacienda, rancho, finca, predio) en una ciudad del centro sur de Chile y sufrió pánico de expropiación, ataques verbales y escritos en panfletos callejeros, de parte de los izquierdistas de la Unidad Popular, llamados por el momiaje “upelientos” (el ‘peliento’ era en Chile una suerte de pobre con aspiraciones desmedidas). Mom me contó del terrible trauma que habría sufrido al ver escrito el nombre de su progenitor junto a una amenaza de muerte, en la abominable figura de una horca.
Nada de eso ocurrió, gracias al Dios de Mom (el mismo de Karadima, Poblete y otros curas afines). Advino el golpe militar, que puso las cosas en orden, para Mom y familia y para muchos propietarios, sobre todo del agro.
Mom creció —no mucho en estatura, pero sí en madurez fisiológica—, tuvo la oportunidad de aprender un inglés amexicanado y de circunstancia. Viajó con otros jóvenes de su estirpe a ese paraíso de la burguesía chilena llamado Estados Unidos de Norteamérica. Estudió economía en una de las universidades que aún enseñaban la doctrina —algo pasada de moda— de los Chicago Boys, grupo de inventores por encargo de la nueva pólvora expoliadora, insertada en Chile para generar el falaz “milagro económico” de la dictadura militar. Mom se sentiría un pionero en esta lucha por la felicidad consumista.
Pero los cálculos de Mom, en lo que a su propio éxito se refieren, no produjeron los guarismos que anhelaba, y pese a recibir el privilegio de una o dos reuniones colectivas con el tiranuelo, a quien él se refería siempre como “m i P r e s i d e n t e”, no pudo enchufarse bien, como ocurriera con algunos de sus colegas más avispados. En beneficio de Mom y de la verdad, debo dejar en claro que él es un hombre honesto y trabajador, como el que más; es posible que esto, sin influencias venales, lo haya perjudicado en la instancia de trepar a la copa del árbol de los ganadores. No obstante, su fidelidad al propósito de sus mandantes de la oligarquía chilena resulta asombrosa, reforzada por una fe pechoña militante capaz de excusar todas las felonías de la Iglesia Católica chilena. En esto de perdonar a los que considera “suyos”, Mom se refiere a los aberrantes crímenes de la dictadura militar-empresarial como “excesos”, que no comparte, claro, pero que se explica a la luz de los sucesos históricos. Una casuística a gusto del consumidor, capaz de obviar, por voluntaria amnesia, o por intereses personales y de clase, la historia patria de violencia, despojos y atropellos cometidos en contra de los trabajadores del largo pétalo de sangre y sudor (ajeno). Mom no atribuye a la Derecha, ni la “pacificación” de la Araucanía, ni las matanzas de Santa María de Iquique, Ranquil, Puerto Montt, etcétera, sino al deber inexcusable de mantener el “orden público”. Para Mom, el valor supremo de una sociedad es la vida humana, siempre que no existan peligros reales o atentados contra la propiedad privada.
Aquí, la hipocresía bien pudiera ser maquiavélica o jesuítica, mejor, viniendo de los vástagos de la curia corrupta y abusadora.
Mom sostiene que no hay sistema que reemplace al neoliberalismo chilensis ni a su versión criolla de capitalismo salvaje. Como contrapartida, menciona los ejemplos de Cuba y Venezuela; no hay otros al alcance de la mano, ni siquiera la remota Corea del Norte, a la que alude a veces, para referirse a la libertad de prensa chilena, por supuesto, debidamente cautelada por los consorcios económicos.
Con Mom fuimos compañeros —perdón, colegas— en una empresa constructora; él como “gerente de gestión” (los títulos le gustan, aunque no vengan para él acompañados del correspondiente beneficio pecuniario); yo, como simple “tenedor de libros”. Trabamos una suerte de amistad (así lo creí en un comienzo), porque Mom se manifestaba interesado en la literatura y me confidenció que escribía unas memorias aldeanas, que nunca me mostró y bien pudieron ser tan imaginarias como las extensas novelas pergeñadas por el Chico Molina.
Tuvimos algunas discusiones polémicas, aunque sus argumentos se basaban, invariablemente, en que la cantidad de muertos en la cuenta infernal de Josif Stalin superaban a los exterminios de Adolf Hitler. Según ese análisis, el socialismo se caía a pedazos ante cualquier otro sistema. Se deslizaba aquí el sesgo de una preferencia, sin duda, propio de este tipo de “ideólogos” que han tenido como lectura de cabecera ese infundio gráfico titulado Mein Kampf. Mom refrendaba sus dichos, golpeando con sus pequeños puños regordetes la superficie del escritorio donde manipulaba sus cuadros estadísticos y cartas gant que nunca tuvieron resultados prácticos para su mandante laboral.
Hace cosa de un año, me reencontré con Mom en el Café Ubuntú, frente a la plaza Augusto D’Halmar (primer Premio Nacional), en Ñuñoa, y le obsequié mis Memorias transeúntes. Fue una reunión cordial, en la que me dio a conocer un ambicioso proyecto de integración social que estaba desarrollando en la popular comuna de Puente Alto. Nos quejamos de nuestras respectivas situaciones económicas, más graves y agudas en él, servidor convencido de los poderosos, quizá como un resabio de la cultura bíblica del Antiguo Testamento: Dios, el Amo y el Padre. Lo demás, “guarniciones”, como dicen en los bares de España.
Habíamos intercambiado algunas opiniones, a través de Facebook y Messenger, a veces algo encendidas, pero con un remate cordial y aun humorístico, hasta que ocurrió lo de ayer, martes 25 de febrero. Yo subí un par de memes, acentuando la derrota mediática de la Derecha, cocinada en su misma salsa frívola del Festival de Viña. Minutos más tarde, un amigo gallego me llamó, preguntándome: ¿Quién es ese calvo enloquecido que te denuesta en Facebook?
Abrí la aplicación, donde, como sabéis, el noventa por ciento es bazofia pura, tanto de fondo como de forma. Y me encontré con una sarta de improperios y descalificaciones de Mom, entre las que destaco: “Vándalo, anarquista, violentista, hipócrita, descerebrado…”. Entremedio, como es su costumbre, mencionaba a Dios, no sé si como testigo magno o como fracasado mentor del capitalismo salvaje. Mi primer impulso fue mandarlo a la mierda; el segundo, escribirle una réplica; opté por el tercero, bloquearlo, pero, como me gusta la semántica, hice un análisis de sus calificaciones, que te ofrezco, querida lectora, amable lector, como si fuese yo Samuel Johnson, polígrafo, hermeneuta, filólogo y etimólogo del más excelso de los diccionarios posibles (Borges dixit). Paso a ello:
—Vándalo: Pueblo germano procedente de Escandinavia, invasores del Imperio Romano, conocidos por su coraje y capacidad guerrera (serían, pues, unos extraordinarios Mapuche nórdicos, aunque a Mom le parecen éstos subversivos e ideológicamente corruptos por el marxismo y la ETA). En el año 409 invadieron la Península Ibérica y se asentaron en territorios de las actuales León y Galicia. (Es probable, voy a averiguarlo, que yo tenga genes vándalos, aunque todavía no he “vandalizado” a nada ni a nadie, pero ¿quién sabe?).
—Anarquista: Aquí, la acepción puede ser aún más arbitraria, pues se denuncia como “anarquista” al destructor por excelencia, casi con ribetes de nihilismo (Nietszche). Creo que Mom no sabe (no ha leído mucho, como buen ingeniero comercial; ni falta que le hace para convencer a los incautos de que la economía es una ciencia) —no sabe, digo, que el anarquismo es una doctrina que persigue el buen gobierno, sin amos ni esclavos, ni patrones ni siervos, etcétera; que los anarquistas han sido gente muy trabajadora y culta, hace un siglo a cargo de las linotipias y otras funciones de la imprenta, ese gran invento que los idealistas soñaron como el medio universal para superar la ignorancia; tampoco sabe Mom, que el anarquismo fue la primera fuerza política de la España Republicana, entre 1931 y 1939; ignora Mom el papel de la FAI (Federación Anarquista Ibérica) en la Guerra Incivil española (1936-1939). Entre los anarquistas chilenos sobresalen, a lo menos, dos grandes escritores: el poeta Carlos Pezoa Véliz y el narrador y Premio Nacional de Literatura 1950, José Santos González Vera.
—Violentista: Con este vocablo el asunto es más sencillo. Violentista es el que ejerce la violencia; por lo general se aplica al rebelde callejero y al que atenta contra los bienes de propiedad, sean públicos o privados. No se aplica a quienes ejercen la violencia y la manipulan desde la superestructura, ni menos a los ladrones de cuello y corbata. Como violentista, la verdad, no tengo un prontuario que me acredite, salvo que considerara ciertos actos jugando fútbol como zaguero, algunas peleas a puño limpio y apedreamiento de rivales en las fechorías que cometíamos de niños y adolescentes en Chacra El Olivo.
—Hipócrita: No trataré de articular una defensa ante este calificativo, porque se requiere de una buena dosis de hipocresía y aun de cinismo para el oficio de escribir, sobre todo ficciones. Ahora, que un momio chilensis te califique de hipócrita es como si Baco te tratase de intemperante; no resiste mayor análisis.
—Descerebrado: Aquí me desagrada el epíteto, porque cuento con un cerebro nada despreciable, al menos en el ámbito literario, donde también suelen usarse estos infinitos laberintos de circunvoluciones. Por otra parte, a los paradigmas históricos de Mom y a varios de sus correligionarios, como Chauán El Saqueador, por ejemplo, o Hasbún El Prevaricador, o Moreira El Corrupto, sí podría cuadrarles el adjetivo. Recuerdo parte de la sentencia de Albert Einstein sobre los nazis, aplicable a nuestros fachos criollos: “Quienes encuentran placer en marchar, en filas cerradas, a los acordes de una banda de música, son para mí objeto de desprecio… Han recibido su cerebro por error, ya que la médula espinal les hubiese simplemente bastado…”.
Una vez me preguntaste por qué casi todos los intelectuales, brillantes y exitosos o no, son “de izquierda”. La respuesta es ociosa —pues esta respondida de antemano—, pero definitiva: el creador artístico, en cualquiera de las artes, es un insatisfecho, un potencial rebelde, muy raras veces un presuntuoso que vive para el cálculo de sus réditos.
Hasta aquí esta crónica.
Mom, si llegases a leerla, haz de saber que no te guardo rencor. Me has confortado con tus epítetos. También me confirmas que la lucha va a ser dura, porque tú y los de tu calaña política defenderán a muerte sus privilegios. Ya se les ve promoviendo instancias para emplear a la milicia, sus gendarmes de urgencia, ante eventuales revueltas fuera de control. ¿El respeto y el valor de la vida? Asunto para los “sesgados” organismos de derechos humanos.
Pena que tú, Mom, en esto no seas más que un simple mayordomo…, sí, como el de la canción de Serrat, que esconde la llave del granero, aunque no sea el dueño del trigo ni tenga participación en el negocio, gritándole a su amo —tan aterrado como tú mirando a la extraordinaria Mon Laferte—, que: “se nos está llenando de pobres el recibidor”.
[1] Explicación para mis numerosos (as) lectores (as) no chilenos.
***
Edmundo Rafael Moure Rojas nació en Santiago de Chile, en febrero de 1941. Hijo de padre gallego y de madre chilena, conoció a temprana edad el sabor de los libros, y se familiarizó con la poesía española y la literatura celta en la lengua campesina y marinera de Galicia, en la cual su abuela Elena le narraba viejas historias de la aldea remota. Fue presidente de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) en 1989, y director cultural de Lar Gallego en 1994.
Contador de profesión y escritor de oficio y de vida fue también el gestor y fundador del Centro de Estudios Gallegos en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile (Usach), Casa de Estudios superiores donde ejerció durante once años la cátedra de «Lingua e Cultura Galegas».
Ha publicado veinticuatro libros, dieciocho en Chile y seis en Europa. En 1997 obtuvo en España un primer premio por su ensayo Chiloé y Galicia, confines mágicos. Su último título puesto en circulación es el volumen de crónicas Memorias transeúntes (Editorial Etnika, 2017).
Asimismo, es redactor estable del Diario Cine y Literatura.
Imagen destacada: Mon Laferte en el Festival de la Canción de Viña del Mar 2020.