«La piel que habito», de Pedro Almodóvar: Identidad y justicia

Uno de los mayores thriller en la filmografía del mítico realizador español, y el cual plantea de una forma audiovisual diversas controversias éticas y sociales, se estrenó en la cartelera de un inolvidable 2011 cinematográfico, y fue protagonizado por los actores Antonio Banderas, Elena Anaya, Marisa Paredes y una sensacional Blanca Suárez.

Por Ezequiel Urrutia Rodríguez

Publicado el 26.5.2020

Antonio Banderas abre este filme con un interesante discurso; lo relevante que es el rostro para la construcción de nuestra identidad. Explica que por esto, víctimas de quemaduras en la cara pueden padecer de traumas, ¿pues no es la cara lo primero que vemos al despertar en las mañanas?

Con esta premisa, el director español Pedro Almodóvar construye una de las piezas de thriller psicológico más suculentas de nuestro tiempo; título que a la vez, personalmente, me lleva a preguntarme por qué, por qué siento a esta obra tan diferente a las demás, pues salvo Joker (2019) de Todd Phillips, y Había una vez… en Hollywood (2019) de Tarantino, las últimas piezas hollywoodenses han resultado planas, sosas, con tan poca voluntad, que cuando veo esta obra, siento como si no hubiera comido en días, y por fin, me saciara.

¿Será esa la diferencia entre el arte, y la producción en masa?

Sí, la premisa es sencilla. Habla de un cirujano que ha secuestrado al violador de su hija, y, como venganza, lo vuelve una mujer (irónico, pues literalmente lo hizo ponerse en la piel de su víctima). Pero más meritorio resulta, que con tan simple propuesta, haya surgido un relato atrapante, con personajes tan llamativos que es imposible no amarlos a cada escena.

Pero bueno, bien que mal, hablamos de Almodóvar.

Hilando más fino, aquello que más me marcó de esta historia, es el dilema ético que envuelve a nuestro cirujano. Y a pesar de que muchos avalan lo que le pasó a este joven, la realidad, es que lo hecho no deja de ser un delito.

Para aquellos que se especializan en Derecho, existen dos términos dentro del concepto de la “justicia”, que son: la justicia retributiva, que en este caso, justifica la intervención quirúrgica del acusado; y la justicia contributiva, que implica todo el proceso judicial contra el abusador, quien, de acuerdo a su delito, recibe una pena aflictiva, pagando así, su deuda con la sociedad.

Lamentablemente, y ya sea en países como España (con la Manada), o como en Chile, la justicia contributiva no ha demostrado buenos resultados, ya sea por temas burocráticos, o bien, la marcada desigualdad que se ve en tribunales cuando procesan a un pobre, versus a un ladrón de bancos que inclusive podría llegar a ser Presidente de la República.

A esto, se suma la incompetencia de fuerzas como Carabineros, cuyo equipo no es capaz de proteger las poblaciones, pero sus Fuerzas Especiales no faltan para arrollar a quienes exigen un mejor trato. Por lo que no es sorpresa que nadie le crea al sistema judicial.

Ahora, volviendo a la trama, el consenso dicta que el acusado merecía lo ocurrido, sí. Ergo, analizando esta cadena, esto justificaría cualquier acto de defensa, y cualquier daño a terceros; además, de volverse blanco de nuevas represalias, estaría en todo su derecho de contraatacar, ¿no? Ojo por ojo, después de todo.

¿Mal momento para decir que somos lo que condenamos? ¿Pues acaso este cirujano no le arrebató un hijo a una madre? ¿No lo haría eso un blanco para una venganza, o bien, la misma escoria que caza? Bajo la justicia retributiva, tristemente sí.

Y lo peor de todo, es que pierde tanto tiempo en aquella noria, que el problema concreto nunca se trata, pues nuestro amigo, se centra en agrandar su prontuario y no en ayudar a las víctimas de abuso, para empezar, reflejando el egoísmo del modelo retributivo.

Por ello, a pesar de sus fallas, es que se insiste en defender, y reforzar, la justicia contributiva.

Por otra parte, como dije antes, esta obra construye todo un cuadro sobre cómo formamos nuestra identidad, a la vez que los demás influyen en esta.

Si observamos el trabajo de Todorov, por ejemplo, apreciamos cinco formas para interpretar, especialmente la identidad del otro, ya sea por rechazo, proyección, o por síntesis. El segundo de estos, retratado por Almodóvar, para este metraje.

Por medio de nuestro rehén, veríamos entonces lo nocivo que es para alguien ser negado de su identidad, y deformado hasta volverse irreconocible, actuando para goce de otro.

Retroactivamente, esto se vincula con la violación misma, donde la chica es reducida a un mero objeto, invadida, con su voluntad reducida a un maniquí en las garras de un depredador, quien además, en realidad, no la desea. Solo busca sentir poder. ¿Porque no es poder lo que siente el cirujano al deformar a su rehén, proyectando su fantasía en este, a cada paso del bisturí?

Esta premisa se expondría también, con una muestra del Síndrome de Estocolmo, con nuestro amigo afectado por la malformación de su identidad, mientras cambia su perspectiva hacia su captor, su otro yo, normalizando de a poco esa violencia hasta hacerla parte de su ser (o al menos, eso nos hace creer).

De la misma forma, Almodóvar retrata las consecuencias de aquella violación, y de cómo la visión de la víctima fue distorsionada por este joven, manifestada en un estrés post traumático que culmina en «fobia social», razón por la que, ni con su padre puede hablar sin entrar en pánico, recordando así, la figura de quien la desgració.

De ese modo llegaría a su síntesis el discurso de Banderas, mirando atento a ese joven, ese deformado por el fuego de un criminal, que por más justificado, al final no deja de serlo.

Es lo duro de la identidad, muchas veces deformada por nuestra mano, ya sea por la ebriedad, o por la palma de terceros. Y es que esa línea tan delgada, que asusta; y asusta lo frágil que es nuestra reacción, con un aprecio tan volátil, que al menor movimiento, acaba en tragedia.

Pues eso es esta historia. Una tragedia. Una obsesión; un delito; una mirada a la justicia; uno y mil sentimientos grabados en la piel, la piel que habitamos.

¡Dios! ¿Cuesta mucho contar más historias así en el cine?

 

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Ezequiel Urrutia Rodríguez (1996) es un joven escritor chileno nacido en la comuna de San Miguel, pero ha vivido toda su vida en los barrios de Lo Espejo. Es autor del volumen Kairos (Venático Editores, 2019) su primera obra literaria, y la cual publicó bajo el pseudónimo de Armin Valentine. Es socio activo de la Sociedad de Escritores de Chile.

 

 

 

Tráiler:

 

 

Imagen destacada: Un fotograma de La piel que habito (2011), del realizador español Pedro Almodóvar.