La obra de este creador veracruzano recientemente fallecido (ganador del Premio Juan Rulfo en 1999, y del Cervantes en 2005) se puede considerar como un horizonte sin fronteras, abierta siempre a la colaboración dedicada y activa del lector. En sus relatos, por ejemplo, hay siempre una especie de vacío, una figura de caverna que conscientemente él mismo ha decidido no llenar y con ello obligar al otro a hacerlo, a completar esos espacios de indeterminación, como se define al fenómeno dentro del argot literario.
Por Sergio Inestrosa
Publicado el 4.5.2018
Conocí a Sergio Pitol Demeneghi, a mediados de 1990. Yo vivía entonces en Morelia y trabajaba para la universidad local y habíamos invitado al escritor Paco Prieto para hablar sobre los retos de la carrera de Comunicación, él había sido por muchos años director del departamento de Comunicación de la Universidad Iberoamericana en la Ciudad de México.
Cuando a la tarde pasé por el hotel para saber que había llegado bien y lo estaban atendiendo mejor aún, lo encontré cenando con Sergio Pitol (1933 – 2018). Esa fue la única vez que lo ví.
En esta ocasión quiero comentar el libro Vals de Mefisto que contiene cuatro relatos, dos de ellos reconocidos ampliamente por la crítica como un par de los mejores cuentos escritos en español; “Mephisto-Waltzer” y “Nocturno de Bujara”. También forman parte del volumen: “El relato veneciano de Billie Upward”, que es un texto en el que pareciera que estamos asistiendo a la representación de una obra de teatro y el último título se denomina “Asimetría”.
Sergio Pitol es uno de los seis escritores mexicanos que fue distinguido con el premio Cervantes (2005). Y como varios otros narradores aztecas, Paz, Fuentes, Fernando del Paso, pasó buena parte de su vida trabajando como diplomático, lo cual le permitió viajar de forma extensa; de suyo el libro que me ocupa lo escribió mientras estaba en labores oficiales en la embajada de México en Moscú entre 1977 y 1981.
Además, Sergio Pitol fue un lector incansable y un activo traductor y dicen los que lo conocieron que fue un amigo leal y generoso.
Pero Pitol no es un escritor popular y nunca lo será por una razón muy sencilla, es un escritor difícil, casi diría yo, es un escritor para escritores, como también lo fue Juan Carlos Onetti. Carlos Monsivais se refirió a Pitol como un clásico secreto de la literatura mexicana y me parece que Monsivais tiene toda la razón, pues Pitol seguirá siendo un clásico secreto por siempre.
La obra de este creador veracruzano se puede considerar como un horizonte sin fronteras, abierta siempre a la colaboración dedicada y activa del lector. En sus cuentos, por ejemplo, hay siempre una especie de vacío, una especie de caverna que conscientemente él ha decidido no llenar y con ello obligar al otro a hacerlo, a completar esos espacios de indeterminación, como se define al fenómeno en el argot literario. Por ello es que resulta tan difícil leerlo, especialmente si uno es un estudioso algo flojo. Sin embargo, para el apreciador asiduo, para quien se atreve a luchar frente a frente con el texto, las obras de Sergio Pitol le resultarán de una delicada delicia, pues sus relatos son trenzas de imágenes que penden del hilo de su fina imaginación y esas imágenes provocan asociaciones y reflexiones de muy diversa índole y algunas veces incluso rayan en el absurdo.
Los cuentos de Pitol son como esas famosas muñecas rusas, un cuento dentro de otro relato, donde nada es directo y todo tiene que irse rellenando y descubriendo a los ojos del lector, paso a paso. Y al final es éste quien deberá resolver el enigma.
El primer argumento del libro que me ocupa se titula “Mefisto-Waltzer” y narra la historia de una mujer que se ha separado recientemente de su marido y ahora viaja en el compartimento de un tren; un poco antes de acostarse (de hecho ya se ha tomado una pastilla para lograr el sueño) y mientras saca sus cremas y su pijama se le cae una revista, que ella juraría no había puesto en la maleta, en ella aparece publicado un cuento del que todavía es su marido y se pone a releerlo mientras espera la llegada del sueño.
En la historia se narra la trama de un joven escritor mexicano quien asiste a escuchar la interpretación del Vals de Mefisto en Viena. Mientras escucha, el joven hace anotaciones en el programa, por si después puede usar esas notas (lo que nunca pasa). Desde la primera fila mirando al pianista descubre que los ojos de este se dirigen hacia uno de los palcos en el que descubre a un hombre ya mayor. El joven ficcionador piensa que la acción ocurre en Barcelona, ciudad que conoce mejor que Viena, aun cuando el cuento ocurre dentro de la sala y no fuera, e imagina diversas posibilidades para explicarse la relación entre el joven pianista y aquel hombre mayor que asiste a su performance. Su primera idea es que se trata del abuelo que busca reconciliarse con el nieto, después de ciertas desavenencias familiares; luego imagina que se trata de un hombre que envenenó a su mujer, quien nunca lo amó y que tenía un amante; el hombre recuerda cómo su mujer tocaba esta misma pieza y al hacerlo le revela que ella sabía que él la estaba envenenando, pero con su ejecución al piano le mostraba su desprecio.
En el intermedio el joven escritor sale de la sala y en una esquina ve al hombre rodeado de muchas personas y le pregunta a la acomodadora quién es ese anciano y ella le responde que es un famoso director, el mismo que descubrió al joven prodigio quien toca el piano esta noche. En ese momento el encanto se rompe, la realidad destruye la fascinación de su imaginación y así termina el cuento escrito por su marido.
La mujer cierra la revista y apaga la luz y piensa que para ella, el punto más interesante del cuento empieza donde este termina, y en ese momento se da cuenta el porqué su marido escribe tan poco y piensa en sus defectos; es un hombre neurasténico y depresivo. También piensa en su hermana que le ha dicho que es un disparate reservar un compartimento cuando se viaja igual en una litera, también piensa en la conferencia que va a dictar y en que quiere bañar a sus perros. Pero para ese momento el somnífero ya ha hecho su efecto y ella se va quedando, poco a poco, dormida.
El cuento, “Nocturno de Bujara” ha sido considerado por muchos como uno de los mejores relatos de Pitol. En la historia se describe como dos amigos que viven en Varsovia, tratan de no darle oportunidad de hablar a Issa, una pintora italiana, que por cierto es muy mala pintora y a quien le gusta hablar hasta por los codos. Los dos amigos le dicen, que ahora que se ha decidido a viajar para motivarse a trabajar con el rigor que a ella (estas son sus propias palabras) la caracterizaba al pintar y olvidarse por fin de Roberto -el chico venezolano de quien está enamorada y que se ha largado a las montañas sin siquiera avisarle-, que cambie sus boletos y vaya a la ciudad de Samarcanda en Uzbekistan, pero en realidad, ellos están pensando en Bujara y todo lo que le cuentan que ocurre en Samarcanda en verdad acontece en Bujara.
Según confidencian los amigos, ellos le han oído decir a un teósofo mexicano que Bujara es uno de los siete ombligos del mundo, es decir un lugar donde la tierra y el cielo se tocan (sabemos que el Anáhuac, donde se asienta la ciudad de México, es otro de esos ombligos). También recurren a la historia falsa de un pianista húngaro (Ferri) que ha contado cosas alucinantes de su viaje a Samarcanda, pero Issa considera que eso es una sarta de disparates y de mentiras. Unos días después ella les anuncia que irá a esa ciudad y que le luego les contará, pero ellos nunca se llegan a enterar directamente lo que le pasó en su viaje, pero lo que se puede deducir por lo que les contó Roberto es que a Issa le sucedió lo que ellos le inventaron con respecto a Ferri.
En el siguiente segmento del cuento el narrador entra en los detalles de su viaje con otros dos amigos a Bujara y como el recuerdo de su última noche en ese lugar, la ceremonia de una boda de la cuales fueron testigos (esta parte es la que le otorga el título al cuento) y de la que él no logra recordar algunas partes que parecen ser las más interesantes de la narración de sus cercanos.
Sergio Pitol es indiscutiblemente un escritor al que hay que leer o releer; de suyo él se preciaba mucho de sus relecturas, dicen que anotaba en los libros las veces que los había leído. Espero que quien haya llegado hasta acá en la lectura de este texto, se atreva, si no lo ha hecho aún, a hincarle el diente y a adentrarse en los mundos de este fabuloso ficcionador azteca. Seguramente, por allí en alguna librería de viejo se puede encontrar una edición de sus cuentos completos, que es lo mejor que él tiene, aunque sus novelas no lo desmerecen en nada.
Sergio Inestrosa (San Salvador, 1957) es profesor de español y de asuntos latinoamericanos en el Endicott College, Beverly, de Massachusetts, Estados Unidos.
Crédito de la imagen destacada: Sergio Pitol Demeneghi, por el Instituto Cervantes (http://www.cervantes.es/)