El director Kim Ki-Duk nos invita a reflexionar, sin forzarnos a tomar partido, pero con la crudeza de los ideologismos como telón de fondo: ¿Dónde está el paraíso? ¿Cuál es la verdadera tierra de las oportunidades? ¿En el capitalismo más salvaje o en el comunismo más autoritario?
Por Francisco Marín-Naritelli
Publicado el 20.11.2017
“Estamos acostumbrados a no concebir más comunicación que la interhumana ya que, puesto que “del mundo” no es sujeto, el diálogo con él es muy asimétrico (si es que hay diálogo). Pero se trata tal vez de una manera estrecha de ver las cosas, responsable por lo demás del sentimiento de superioridad que sentimos al respecto”.
Tzvetan Todorov
Nam Chul-Woo es un pescador que sale, como todos los días, a ganarse el sustento arriba de su precario bote. Muy cerca de la frontera entre Corea del Norte y del Sur, entre dos modos de vida diametralmente opuestos, entre capitalismo y comunismo. Pero algo ocurre. La red se enreda en la hélice. El motor se funde. Llega a la costa del Sur. Así parte “La red”, la nueva película de Kim Ki-Duk (1960), estrenada el año pasado en el Festival de Venecia.
Acusado de ser un presunto espía del régimen dictatorial, Nam debe enfrentar una realidad del todo compleja. Sin dinero y totalmente desorientado, desea a toda costa volver al Norte, puesto que allí dejó a su esposa y su pequeña hija. Lo único que conoce y ama, su familia. También el miedo a las represalias que bien pudiera tomar el gobierno del Norte en contra de ella.
Civilización versus barbarie, es la falsa dicotomía planteada desde las fuerzas de seguridad e inteligencia del Sur. Nam se resiste a la conversión. A los regalos, a las luces de la noche, a la modernidad. Incluso a los golpes y la tortura. Nam no podría traicionar a su país, a sus valores, menos a los suyos, aun de su propio destino. Bien podríamos aludir al pensamiento de Tzvetan Todorov y la cuestión del otro: Nam representa al salvaje, al comunista, al insensato, al súbdito de la dinastía Kim que gobierna Corea del Norte con mano de hierro. Esto, claro está, bajo la mirada del Sur, un país con plena libertad, democrático, moderno y capitalista. Le ofrecen “salvarlo” de la dictadura, pero no entienden la resistencia y obstinación de Nam por volver al Norte. Por el contrario, el barbudo y desaliñado pescador se sorprende con un país totalmente desconocido, sumido en sus propias contradicciones, donde el lujo y la riqueza contrastan con la miseria y la falta de oportunidades. Nam, con la mirada limpia de un ojo no domesticado, es capaz de reconocer los claroscuros, la violencia, el sinsentido.
Pero las cosas no van mejor cuando Nam vuelve a Corea del Norte. Con evidente ironía, al igual que en su estadía en el Sur, es retenido por las fuerzas de seguridad y debe relatar, con lujo de detalles, su estadía en el país enemigo. En este sentido, Nam es la bisagra entre dos paranoias, entre dos países que han negado el diálogo y el reconocimiento recíproco. ¿Un espía? ¿Un traidor? Desde uno y otro lado de la frontera, Nam es objeto de incomprensión, recelo y desprecio.
¿Dónde está el paraíso? ¿Cuál es la verdadera tierra de las oportunidades? ¿En el capitalismo más salvaje o en el comunismo más autoritario?
El director Kim Ki-Duk nos invita a reflexionar, sin forzarnos a tomar partido, pero con la crudeza de los ideologismos como telón de fondo. En este sentido, “La red” representa la frontera ideológica y geográfica, abordando con maestría el problema de la alteridad, el juego siempre sinuoso de la identidad entre unos y otros, más allá de las máscaras y los discursos.
Este filme puede verse -entre otras exclusivas salas del país- en el Cine Arte Normandie de Santiago.
Tráiler: