Icono del sitio Cine y Literatura

La Sinfonietta de Ámsterdam, en el CAA 660: Lujos europeos en Santiago

Una serie de particularidades musicales, exhibieron los elencos provenientes de la capital de Holanda -en su reciente visita a Chile- a fin de llevarnos a un viaje de perfección armónica y vocal, mediante composiciones corales e instrumentales que, desde Johann Sebastian Bach, pasando por el «Réquiem», de Gabriel Fauré y hasta obras propias del siglo XX, incluyeron una partitura inédita para el oyente nacional: un homenaje «Immortal», dedicado al autor germano mencionado en este párrafo, ideado por el noruego Knut Nystedt.

Por Jorge Sabaj Véliz

Publicado el 18.09.2017

El jueves 14 de septiembre asistimos, en la sala de conciertos del Centro de las Artes 660, de la Fundación CorpArtes, a una presentación de música docta bastante singular, en múltiples aspectos artísticos.

Los intérpretes fueron el Coro de Cámara Holandés y la Sinfonietta de Ámsterdam. La primera particularidad fue que no contaban con un director. Mejor dicho, la directora de la Sinfonietta era su concertina, la violinista Candida Thompson, en cuanto a la otra agrupación su director, o el músico que ofició de conductor en esta oportunidad, correspondió a un integrante de la cuerda de bajos, Kees Jan de Koning.

No está demás agregar que ambos conjuntos doctos son perfectamente autónomos entre sí y respecto de otros, dicho de otra forma, son elencos concebidos como grupos de ensamble, que eventualmente pueden o no formar parte de otras asociaciones artísticas mayores. En cuanto a su repertorio, sus programaciones se encuentran orientadas a la música de cámara con énfasis en el repertorio contemporáneo.

Es así como la primera obra pertenecía al compositor Knut Nystedt noruego (Kristiania -actual Oslo- 1915 – Oslo, 2014) un autor casi centenario, desconocido para el grueso del público chileno. Se interpretó su «Immortal Bach» (1987), que como su nombre lo indica es un homenaje al compositor germano Johann Sebastian Bach. Esta partitura fue abordada por el coro distribuido en cinco cuartetos de soprano, mezzo, tenor y bajo.

Un cuarteto estaba sobre el escenario, integrado por el bajo-barítono Kees Jan de Koning, quien oficiaba como director del conjunto. Los otros cuatro cuartetos se distribuyeron a ambos costados de la platea, lo que produjo un efecto cuadrafónico que, amplificado por la acústica perfecta del recinto, hacía que sonaran como si fueran 40 cantantes los que se encontraban arriba del escenario, o como si cantaran con amplificación eléctrica. Lo más notable era que la obra incluía acordes atonales en notas sostenidas que son dificilísimas de afinar, máximo si se interpretan por grupos de cuartetos separados.

Cada grupo actuaba como un solista, y al parecer cada voz cantaba en un registro distinto, creando acordes múltiples. No me cabe duda que esta distribución fue decidida al momento de ensayar en la sala, dada sus especiales condiciones acústicas. Así, esta ostentación de virtuosismo coral sólo puede lograrse con integrantes profesionales que son además, cada uno de ellos, solistas en cada uno de sus registros.

La segunda entrega incluía la «Partita en re menor para violín solo Nº 2, BMW 1004», del compositor alemán Johann Sebastian Bach. De ella se interpretó su famosa Chacona, utilizada como prueba de fuego para los violinistas dada su dificultad técnica. A ésta se le agregaron melodías corales extraídas de la partitura, en una labor efectuada por la musicóloga Helga Thoene, para quien más que una danza, se trataba: de “los textos de la liturgia latina, los que surgen de la inscripción de una supuesta música secular».

La concertino fue acompañada por seis voces “femeninas”, de las cuales dos eran tenores reconvertidos en contraltos o contratenores. Así, contrastaban las líneas largas, con desarrollo dinámico de los corales en las sucesivas escalas y notas sostenidas de la solista, con espacios para la exhibición de su virtuosismo técnico. Las voces mostraron un afiatamiento casi completo.

A continuación, se interpretó el coral «Da pacem Domine» (2004) del compositor estonio Arvo Part (Paide, Estonia, 1935) El trabajo fue encargado por Jordi Savall para un concierto de la paz en Barcelona, que se realizó en homenaje a las víctimas de los atentados del tren de la estación de Atocha en Madrid, acontecido en febrero del año 2004.

La obra fue interpretada dos veces. Antes de comenzar la primera, el coro se formó en una U invertida -sobre unan elevación- rodeando el escenario. Más adelante y sobre el “tablado”, se colocaron, en dos filas con la misma formación en U invertida, los miembros de la orquesta. El coro, los violonchelos, los contrabajos, y los cornos tenían sillas, los demás intérpretes permanecieron de pie.

La primera interpretación del coral fue a capella, destacando tanto el grueso y consistente sonido de los barítonos y bajos, como las voces de las sopranos que, sosteniendo una nota aguda que surgía cada tanto entre la masa coral, otorgaba su característico patetismo a la pieza. Los tenores y mezzos aportaban con una afinación y sonido unificado y perfecto.

Terminado el coral y sin dar la oportunidad al público de aplaudir, se ejecutó por parte de la orquesta el número que a continuación reseñaremos, al finalizar éste, igualmente, se reinterpretó el coral de Part, esta vez con el coro acompañado, sutilmente, por la orquesta. Esto le otorgó una idea o concepto común a ambas piezas, así como reunió, en un sólo organismo, al conjunto de voces con los instrumentos.

El título interpretado al que hacíamos referencia en las líneas anteriores, fue la «Sinfonía de cámara en do menor Op. 110a» (1960, con arreglos de Rudolf Barshai, que datan de 1974), concebida por el compositor ruso Dmitri Shostakóvich (San Petersburgo, 1906 – Moscú, 1975). Compuesta en 1960 para cuarteto de cuerdas fue arreglada por su alumno, el violinista y director de orquesta Rudolf Barshai (Krai de Krasnodar, 1924- Basilea, 2010) famoso por orquestar varios cuartetos de su maestro, así como por completar una versión de la inconclusa «Décima Sinfonía», de Gustav Mahler.

Al inicio, se escucharon notas sentidas en el violín concertino. El hecho de que los violines y violas estuvieran de pie les permitió tocar más cerca unos de otros, lo que potenciaba y otorgaba más expresividad a la pieza. Esto, más la sincronización perfecta en las entradas y fraseos de cada sección instrumental, estimulaban el contrapunto rítmico y dinámico creado por el autor ruso. Surgía un ritmo de vals en piano, que contrastaba con pizzicatos de violines, de violas y de chelos.

El tema principal de la obra está compuesto por las notas DSCH, que son las iniciales alfabéticas del compositor. Durante el transcurso de la partitura se citaba este tema, utilizado en distintas piezas del mismo, como en el inicio del conocido «Concierto para violonchelo y orquesta Nº1», o en las sinfonías Primera y Octava. También, había una sección en que participaba un trío y un cuarteto de cuerdas, conversando a Sotto voce.

Asimismo, se escuchó el tema de los tres golpes del destino, mientras un violín sostenía una nota en piano, este leitmotiv, de las tres notas cortas, se mantuvo durante toda la ejecución, otorgándole un carácter opresivo a la estética de la interpretación. Las cajas de los chelos y contrabajos resonaban espléndidamente, dándole al registro un tono profundo. El esfuerzo físico y la entrega del grupo se evidenciaron encomiables.

Para el final y luego del intermedio, se interpretó el «Réquiem Op. 48» (1887), del compositor francés Gabriel Fauré (Pamiers, 1845 – París, 1924). Obra maestra de la música religiosa francesa. Tan sólo veinte cantantes dieron vida a la partitura, dejando a la concertina Candida Thompson, en la dirección.

 

La violinista inglesa Candida Thompson, concertina y directora artística de la Sinfonietta de Ámsterdam

 

La partitura comentada se inicia con un Kyrie etéreo, con perfecta armonía en los ataques, así, la orquesta acompaña discretamente sin quitarle protagonismo a la voz. Ambas agrupaciones hicieron gala de una gama dinámica sorprendente y de un dominio rítmico inalterable.

Durante el Ofertorio se pueden apreciar las armonías de la partitura en todo su esplendor, gracias a las afiatadas voces y a la orquesta tocando pianísimo. Hay un juego entre tenores y mezzos con un vibrato muy controlado, casi inexistente. El barítono solista, Jasper Schweppe, cantaba su parte desde el mismo coro exhibiendo una voz grave muy ligera, propia de la escuela alemana del Lied y de los oratorios. De hecho, Schweppe se ha destacado en la interpretación de Monteverdi y de los oratorios de Johann Sebastian Bach. En algunos pasajes, principalmente en los «solos» de los tenores, Jasper Schweppe se incorporaba a la cuerda para apoyarlos.

En el Sanctus, las sopranos primeras y los tenores demostraron una afinación perfecta, con un color uniforme y definitivamente sin vibrato.

El Pie Jesu fue abordado por la solista de origen portugués Mónica Monteiro, a la que tal vez le faltó aplicar un poco de vibrato o color a las notas agudas, para que éstas no perdieran fuerza, sin embargo, la orquesta en pianísimo ayudaba a la solista y a la concepción general de la obra.

Agnus Dei. El coro sonaba como un instrumento más de la orquesta. La concertino daba las entradas con la cabeza. El perfecto equilibrio tímbrico y dinámico, entre las voces, hacía que el todo sonara aún más armónico y afinado.

En el Libera Me, la interpretación del barítono solista traían a la mente el estilo, la voz y el timbre del famoso tenor alemán Peter Schreier, pero con más ahínco sonoro en las notas graves. En los pasajes forte las voces agudas se perdían en cuanto a su color, por la falta de vibrato, lo que les quitaba poder, haciendo resaltar en su contraste a los bajos y a la orquesta. En el unísono coral, la orquesta acompañaba discretamente en pizzicato.

El último movimiento, In paradisum, fue dirigido en un tiempo bastante rápido por la concertino. El carácter de este final era particularmente apto para las voces casi blancas de las sopranos, asemejando en su estilo, a lo que serían los timbres de los ángeles en el Paraíso.

En resumen, se escuchó un «Réquiem» muy rítmico, armónico y afinado, estructurado hasta en los más mínimos detalles. La expresividad latina queda reservada para agrupaciones francesas, italianas o hispanoamericanas. El bis fue una tonada profesionalmente cantada en un español con acento neerlandés.

La temporada 2017 de Grandes Conciertos Internacionales de la Fundación CorpArtes proseguirá el jueves 9 de noviembre, con la presentación en Chile de la Orquesta Sinfónica de Bucarest.

 

Tráiler:

Salir de la versión móvil