Este largometraje documental se adentra en la vida de una peculiar mujer, carismática, empoderada y cumplidora, develando su cotidiano a través de imágenes íntimas, matutinas, con maquillaje, sin maquillaje, día y noche, entre luces pero también entre sombras. Rodeada de gatos, vive sola en un viejo caserón de Santiago Centro y se transporta cada día a San Bernardo para trabajar.
Por Francisco Marín-Naritelli
Publicado el 14.12.2017
“Piensa en mí cuando sufras, cuando llores/ también piensa en mí”.
Luz Casal
Perlas, plumas. Maggie Lay, la vedette de los tiempos del Bim Bam Bum, trabaja a tiempo completo. Durante el día, como colectivera en San Bernardo. Durante los fines de semana, la polifacética artista desplegando años de brillos y experiencia. Esta es la historia de “La última vedette” (2017), trabajo reciente del director Wincy (Edwin Oyarce), conocido por filmes como “Empaná de Pino” y “Otra película de amor”.
El documental se adentra en la vida de esta peculiar mujer, carismática, empoderada y trabajadora, develando su cotidiano a través de imágenes íntimas, matutinas, con maquillaje, sin maquillaje, día y noche, entre luces pero también entre sombras. Rodeada de gatos, vive sola en un viejo caserón de Santiago Centro y se transporta cada día a San Bernardo a trabajar. Deslenguada con amigos, familiares, conocidos y desconocidos, Maggie Lay o Mayita (durante el trabajo diurno), como le gusta llamarse, recuerda sus tiempos de esplendor, la muerte de su esposo, y es consciente que pronto tendrá que dejar los escenarios.
La soledad y la decadencia se combinan con la alegría y la emoción. A sus 64 años, es la animadora de una noche de espectáculo, de una bohemia santiaguina todavía existente pese a que los años no pasan en vano y ya nada es lo mismo. No puede serlo. Frente al presente de una urbe moderna, la noche y la nostalgia son un buen bálsamo, entre bailables temáticos y espectadores, entre garabatos y chistes contingentes.
Ocurre con este documental, lo que ocurre con toda pieza que se precie de real. Esto es, encantarnos, desbordarnos, conmovernos. Los matices, las contradicciones, los claroscuros, de una vida que ha sido vivida hasta el fondo, de la forma más auténtica posible, así sin más, con aspavientos, con humor, con orgullo, con dignidad. Esta es la belleza de la realidad, su danza, su despliegue, sin caricaturas o atemperaciones.
Con unos potentes vasos de ron en el cuerpo, cuenta su historia. Maggie Lay es la última vedette, pero es más que eso. Es una mujer que no se deja apabullar, que rechaza cualquier tipo de machismo y abuso a pesar de hacerse camino en un mundo comúnmente destinado para hombres, tanto en su trabajo arriba de un colectivo y más aún en las noches. Una mujer que es capaz de subirse, en apoyo a sus colegas taxistas, a una tarima en la Alameda, en el marco de una protesta contra Uber y Cabify. Una mujer, en definitiva, que se ha construido sola con resiliencia, con fragilidad. Con inmensa ternura.
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