Filmada en 1954 por el mítico realizador inglés y protagonizada por James Stewart y una fenomenal Grace Kelly, esta obra audiovisual renace en sus significados de representación simbólica durante la época de la virtualidad, el confinamiento pandémico y las relaciones humanas a través de las redes sociales.
Por Jordi Mat Amorós i Navarro
Publicado el 25.10.2020
«Somos una raza de mirones, la gente debería mirar hacia dentro».
Stella a Jeff
Voyeurs
El genial realizador británico nos ofrece una obra maestra —una más en su brillante filmografía— con un planteamiento sumamente original. Todo lo que ocurre se nos muestra tal y como lo ve el prestigioso fotógrafo L.B. Jeff (James Stewart) desde la ventana de su apartamento.
Divisa un patio interior al que también miran varios edificios vecinos que él observa en su aburrimiento de confinamiento forzoso en una silla de ruedas. Solo puede —podemos— ver un poco de calle a través de un callejón de acceso al patio. Es verano y eso obliga a todos a abrir ventanas o a salir a los balcones y terrazas, hay por tanto mucha visión de lo que ocurre en cada hogar.
Un fotógrafo que vive de observar el gran mundo —trabaja para una revista y ha viajado por todo el planeta— se ve ahora inmovilizado por un accidente laboral observando el pequeño mundo de esa comunidad. Jeff es un mirón profesional al igual que el maestro Hitchcock.
El mítico director se nos presenta aquí quizás más que nunca como el voyeur del comportamiento humano y de la belleza femenina que siempre encarnó. Es sabida su admiración por las jóvenes rubias tantas veces protagonistas de sus películas.
En esta ocasión —como en Crimen perfecto y Atrapa a un ladrón— es Grace Kelly la elegida. La mirada de Hitchcock ensalza su belleza, probablemente ella nunca fue retratada mejor que en esta obra. En este sentido es potente la escena en la que la vemos como Lisa por primera vez, su sombra sobre Jeff y la luz de su rostro que impacta por contraste, una escena con significado simbólico que se detallará más adelante.
Pero Lisa no es la única rubia que aparece en el filme. Una de las personas que Jeff fisgonea es también una bella joven rubia que capta la atención de todos los que la ven (especialmente los hombres). Una joven que pone en evidencia una característica humana no siempre reconocida…
Porque —aunque a menudo nos cueste admitirlo— nos encanta observar a los demás, somos voyeurs sedientos, todos somos Jeff y Hitchcock en mayor o menor medida. Y además suele gustarnos el mostrarse, así se explica la extendida adicción a publicarse en redes sociales.
En nosotros anida la ambivalencia del querer mostrarse y ser visto versus el recelar proteccionista de la privacidad. Ambivalencia que se resuelve —a mi entender— en el respeto a los otros. El respeto, un valor a reivindicar frente a las desafortunadamente habituales críticas y burlas de muchos observadores.
Se hace evidente nuestro voyeurismo innato en múltiples circunstancias cotidianas como en los accidentes de carretera que provocan retenciones en el sentido contrario de circulación porque los vehículos aminoran la marcha para fisgonear.
Un fisgonear que en reducidos ámbitos —como el de la comunidad de vecinos que se nos muestra en la película— nos lleva a hablar de los demás suponiendo cosas a partir de lo observado y de lo comentado por otros “fisgoneadores” del lugar.
Porque lamentablemente pocos son los que se interesan de verdad por la persona que observan, pocos son los que se entregan —en caso necesario— para ayudar solidariamente al vecino que saludan.
Hitchcock pone en evidencia esta triste realidad en la escena en la que una mujer descubre a su perro muerto en el patio al que dan tantas viviendas. Un grito suyo hace que todos salgan para averiguar que ocurre, y ella que les suelta: “No conocen el significado de la palabra vecino. Los vecinos se tienen afecto, se hablan entre ellos, les importa si alguien vive o muere” y asegura que han matado al único en el vecindario que les tenía afecto a todos.
Pero de poco sirven sus palabras porque pronto todos entran de nuevo a sus hogares y vidas separadas. Nadie la consuela, nadie acude a ella pero sí está en boca de todos con distante “compasión”.
Y en ese observar distante de la no implicación a menudo creamos “realidades” sobre las realidades ajenas desconocidas. Solemos errar en nuestras suposiciones pero en ocasiones las comillas desaparecen y las suposiciones son realidad.
Así sucede en el filme. Jeff se da cuenta de que algo sospechoso ocurre en uno de esos hogares que observa. Una mujer que nunca sale de su habitación desaparece misteriosamente y su hombre (Raymond Burr) se comporta de modo extraño.
Las mujeres del fotógrafo, su chica Lisa y la enfermera Stella (la veterana Thelma Ritter) criticarán de entrada su voyeurismo “enfermizo” para al poco tiempo ser convencidas colaboradoras de su investigación por asesinato.
El pulso entre los sexos
Y en esa colaboración se trasluce un tema que es recurrente en la obra de Hitchcock: la reivindicación de la mujer en el eterno pulso entre los sexos. El maestro del suspense siempre toma partido por ellas consciente de su marginación histórica.
Jeff y Lisa son muy diferentes, él es un hombre de mundo acostumbrado a soportar condiciones extremas mientras que ella es una mujer muy sofisticada y elitista. Esta diferencia frena al fotógrafo quien no ve nada claro un futuro junto a esa mujer acomodada a la que cree incapaz de adaptarse a su mundo riesgoso.
Pero la investigación compartida de la misteriosa desaparición de la vecina hará que Jeff cambie de opinión. Porque Lisa a pesar de ir elegantemente vestida se mueve como si llevara tejanos todoterreno, la vemos trepando por los muros y las escaleras de incendio para acceder al hogar del misterio.
Se arriesga más de lo que Jeff quisiera y es descubierta por ese hombre sospechoso de asesinar a su mujer. Y gracias a su valentía consigue una prueba fundamental para el caso: el anillo de la desaparecida que confirma su muerte.
Ese mostrarse tan capaz como Jeff supone una victoria para Lisa, más si cabe a mediados del siglo pasado que es el tiempo de la obra. Una época no tan lejana en el cual la mujer era ninguneada.
Hitchcock lo deja claro en la conversación entre Lisa y Tom un policía amigo de Jeff al que este recurre en su investigación. El hombre rebate las opiniones de ella con estas palabras: “La intuición femenina vende revistas pero en la vida real aún es un cuento de hadas”, asegurando que ha desperdiciado mucho tiempo en su carrera siguiendo intuiciones femeninas.
La intuición femenina versus la razón metódica de lo masculino. Las polaridades que anidan en cada una o uno de nosotros y que desde demasiado tiempo no han sido igualmente consideradas. La intuición y los sentimientos que suelen estar más a flor de piel en las mujeres. La intuición femenina y las mujeres relegadas a un segundo plano en un mundo en el que dominan lo masculino y los hombres.
Este desequilibrio es el que Hitchcock expone en la argumentación del policía. Y frente a ese desequilibrio reivindica a la mujer a través del personaje de Lisa —valerosa e inteligente— que nos presenta como luz en el mencionado primer plano simbólico de su rostro.
Lisa es tan determinante como Jeff para la resolución final del caso. El intrépido fotógrafo la ve ahora como igual especialmente gracias a su actitud riesgosa y aventurera.
Lo vemos en la escena final descansando feliz al cuidado de su chica que al dormirse cambia la lectura de un libro de viajes (lo que ha probado poder hacer) por una revista de moda (lo que es y no está dispuesta a renunciar).
Parece evidente que Lisa ha ganado el pulso, ha demostrado su capacidad de adaptación, y a Jeff no le quedará otra que adaptarse en algo o mucho al mundo de ella.
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Jordi Mat Amorós i Navarro es pedagogo terapeuta por la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Tráiler:
Imagen destacada: La ventana indiscreta (1954).