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«La verdadera vida», de Alain Badiou: El devenir muchacha

La autora de este ensayo enviado especialmente para el Diario «Cine y Literatura» es una teórica feminista y profesora titular del Departamento de Filosofía de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación, UMCE. Y además de directora de la revista de cultura Papel Máquina, también ha firmado «Simone de Beauvoir. Filósofa, antifilósofa» (2017), «Disensos feministas» (2016), «Imagen, cuerpo» (2015), «Ars disyecta. Figuras para una corpo-política» (2014), y «El desorden de la democracia. Partidos políticos de mujeres en Chile» (2014), entre otros textos y estudios.

Por Alejandra Castillo[1]

Publicado el 7.11.2017

Con una actitud medio distraída o quizás hasta despectiva, la filosofía no parece dar relevancia a la cuestión de la diferencia de los sexos. Aquello es especialmente cierto para el caso de los “hombres en filosofía”. Ha cambiado, sin duda, desde que en la escena de la filosofía aparecieran Simone de Beauvoir, Luce Irigaray o Judith Butler entre muchas otras. Pero todavía es raro que un “hombre” en filosofía se ocupe de la diferencia sexual.

Es quizás por ello que llame la atención el breve libro de Alain Badiou titulado La verdadera vida[2]. Un libro que es más bien el conjunto de tres cartas. Con un estilo ameno y similar a las éticas para la formación de la juventud futura, Alain Badiou sale de la norma e introduce una variación: la diferencia de los sexos. No es una misiva a la juventud indeterminada y, por ello, masculina sino que explícitamente interrumpe la línea de unidad del cuerpo haciendo visible la diferencia de lo masculino y femenino. No deberíamos dejar de celebrar esta variación o interrupción al relato de la filosofía.

El mensaje que envía el filósofo francés está compuesto por tres misivas. Una, la primera, que establece las venturas y desventuras de ser joven hoy en un contexto neoliberal signado por el consumo y la falta de utopías. La segunda va dirigida a ellos, los jóvenes. Y la tercera de la que me ocuparé aquí es enviada a ellas, las “muchachas”. Esta carta o capítulo lleva por título: “A propósito del devenir contemporáneo de las muchachas”.

El devenir muchacha se describe en el ocaso, el fin de una época. Este decline no es sino que la muerte, lenta pero sostenida, de la sociedad tradicional organizada por la ley del padre. De acuerdo a Badiou, en esta sociedad regida por la ley paterna, las mujeres no se relacionan directamente con la ley el padre sino que esa relación es mediada por el hombre, de ahí que las mujeres no puedan escapar de la posición de madre y esposa y, por ello, todo desbande sea fuertemente castigado. Las figuraciones que le correspondían encarnar eran cuatro: la doméstica, la seductora, la enamorada y la santa.

El paso de la sociedad tradicional a la actual implica el decline del “orden simbólico” que se traspasaba de generación a generación de padre a hijo, y en esa transmisión el joven llegaba a ser “hombre”. El caso de la mujer es distinto. “Lo que separa a la hija de la mujer no es otra cosa que el hombre” advierte Badiou[3]. Es en esa mediación donde se constituye como mujer/madre/esposa. No habiendo ley simbólica, no habiendo hombres, las niñas son desde siempre mujeres[4]. Esta es una de las tesis que propone Badiou para la sociedad contemporánea.

Tomando distancia tanto de Simone de Beauvoir como de Jacques Lacan, Badiou explica que la mujer no era el dos del Uno, ni tampoco el no-Todo. En la lógica de la sexuación, la mujer es el “proceso de ese no-ser que constituye todo el ser del Uno (…) es la creación de un doble que destituye el Uno al tiempo que afirma gloriosamente su no-ser”[5]. La mujer es un pase del entre-Dos. No hay figuración de lo femenino. Esta lógica es la que se ve desbaratada en la sociedad contemporánea. Al no existir mediación, al no haber “hombres”, las mujeres, de manera literal, toman el lugar del Uno: “El capitalismo contemporáneo solicita, y terminará por exigir, que las mujeres se hagan cargo de la forma nueva del Uno que este capitalismo quiere poner en lugar del poder legítimo y religioso del  Nombre del Padre”[6].

En este juego de caídos y vencedoras, Badiou indica: “mi tesis sobre los hijos era la siguiente: la ruina de todo procedimiento de iniciación, el principal de los cuales era el servicio militar, lleva a que los hijos no tengan ningún punto de apoyo simbólico para ser distintos de lo que son. La Idea está demasiado ausente para que la vida sea otra cosa que su continuación en el día a día. De ahí la tentación de una adolescencia eterna. De ahí también lo que se comprueba todos los días; la índole infantil de la vida de los adultos, muy especialmente de los adultos de sexo masculino”[7].

La sociedad tradicional va de camino de salida. Las mujeres en las ruinas del orden paterno han asumido las banderas del individualismo y del consumismo. La “muchacha” hoy puede decidir ser desde obrera hasta presidenta de la república. Puede ser madre si así lo que quiere, puede abortar, divorciarse. Alain Badiou ve, junto con el decline de la sociedad tradicional, emerger la sociedad del feminismo liberal, sociedad de las mujeres exitosas, ávidas de poder y sin ganas de ser madres. A este feminismo liberal lo apellida burgués y detecta como su principal bandera de lucha la crítica al instinto materno. No habría que olvidar en este punto que no son, precisamente, los feminismos burgueses, o liberarles, los que han esgrimido un fuerte cuestionamiento al orden de lo materno y, por ello, también un cuestionamiento a la heteronorma. A pesar de ello y no indicando distinción, Badiou cree, no sin preocupación, que el “feminismo burgués” podría ser el causante de la desaparición del sexo masculino[8].

“Para eso bastaría con congelar el esperma de algunas decenas de millones de hombres, lo que representaría miles de millones de posibilidades genéticas. La reproducción estaría así garantizada por la inseminación artificial. Entonces sería posible exterminar a todos los varones. Y como ocurre entre las abejas o las hormigas, la humanidad ya no estaría compuesta más que de mujeres, que harían todo muy bien”[9].

Esta es la época a la que envía sus misivas el filósofo, una época en que las mujeres, al igual que las hormigas o las abejas, pueden exterminar a los varones. Tres cartas enviadas con el fin de diagnosticar una enfermedad que tendrá su desarrollo en el futuro, pero cuyos gérmenes ya están en el cuerpo de la juventud. Esa es la razón de este mensaje. Lo que se deja avizorar en este cambio de época no es bueno, ya nos dimos cuenta: es la caída del joven y el alzamiento de la muchacha.

Frente a este escenario es posible preguntarse si ésta es, realmente, una misiva que va dirigida a las “muchachas” o si, por el contrario, es una interpelación a los varones y, por ello, un  llamado de alerta. Un llamado a redefinir la maternidad “distinta de la animalidad reproductiva”. ¿Quiénes propondrán esta redefinición? No las muchachas al parecer. Esta debería ser una tarea de la “filosofía” y, por tanto, una tarea  masculina. No podría ser de otro modo.

Cambiar aquella insistencia masculina del saber filosófico implicaría, en primer término, incorporar medidas de corte “liberal” que transformen el “cuerpo” de las escuelas, institutos y departamentos de filosofía. Medidas, lo sabemos insuficientes, pero necesarias. Sin embargo, para Alain Badiou este tipo de reivindicaciones no crean en absoluto otro mundo.

“Este feminismo exige que las mujeres sean juezas, generales de ejército, banqueras, CEOs, diputadas, ministras y presidentas. Y que incluso para aquellas que no son nada de todo eso, es decir, casi todas las mujeres, tal sea la norma de la igualdad de las mujeres y de su valor social. En esta dirección, las mujeres son consideradas como un ejército de reserva del capitalismo triunfante”[10].

Dicho de otro modo, más mujeres preparadas y eficientes esperando arrebatar el empleo de algún hombre. De igual modo ocurriría con las “mujeres filósofas” en filosofía. Entonces, el gesto que exige Badiou para transformar el vacío simbólico que ha dejado la caída de la ley paterna no podría ser sino que realizado por “ellos” a pesar que este gesto implique vincular lo femenino, en su claridad, a un gesto filosófico”[11].

La persistencia de la lógica masculina en el saber de la filosofía es del todo evidente cuando Badiou se plantea “sin Dios, ni garantía” algunas preguntas para abordar la sexuación: ¿Qué es una mujer que se compromete en la política de la emancipación?, ¿Qué es una mujer filósofa? ¿Qué es una mujer artista, música, pintora, poeta? Habría que indicar, sin embargo, que estas preguntas básicas, desde hace mucho tiempo, ya fueron planteadas por filósofas, historiadoras, artistas, teóricas de diversos campos.

Quizás el primer gesto para pensar este cambio de época deba ser el reconocimiento del trabajo y escritura de quienes han tensionado la marca de la diferencia sexual en la filosofía. El gesto pude ser, al comienzo, simplemente, una cita que empiece a narrar el cuerpo de la filosofía de otro modo.

 

[1] Doctora en Filosofía, Prof. Titular Departamento de Filosofía, Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación, UMCE.

[2] Alain Badiou, La verdadera vida, trad., Victor Goldstein, Buenos Aires, Interzona, 2017.

[3] Ibid., p. 83

[4] Ibíd., 87.

[5] Ibid., p. 99-100

[6] Ibíd., p. 100-101

[7] Ibíd., p. 86.

[8] Ibíd., p. 103

[9] Ibíd., p. 103.

[10] Ibíd., 101.

[11] Ibíd.., 106

 

La última edición publicada en castellano del clásico de Alain Badiou (1937)

 

La teórica feminista chilena Alejandra Castillo

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