Tres mujercitas criadas para ser mosquitas muertas entran en escena. Es el ideal desmesuradamente caricaturesco de nuestra sociedad. La aristocracia nacional de barrio acomodado que aprecia lo europeo nórdico, ahora es replicada en una comuna popular que admira la clase alta, la cual a su vez venera lo germano, en una situación ridícula que en Chile puede no solo ser común, sino además una característica de idiosincrasia replicada en la historia, ya retratada por ejemplo en «Martín Rivas», con la élite poderosa como afrancesados aspiracionales.
Por Faiz Mashini
Publicado el 27.11.2017
Cuando Sinead O’Connor destruyó la foto del papa el año 1992, fue condenada socialmente por atreverse a enfrentar lo que nadie había hecho. Actualmente, mientras más se desvelan los crímenes cometidos por mano de los perversos que se esconden en estos reductos de la Iglesia para abusar de menores.
La siguiente cita referida en Mateo 18:6, nos hace referencia a estas acciones: “Pero al que haga tropezar a uno de estos pequeñitos que creen en mí, mejor le sería que le colgaran al cuello una piedra de molino de las que mueve un asno, y que se ahogara en lo profundo del mar.” Es la condena que pone Cristo frente a estos perversos, y el cine se ha encargado hoy por hoy de poner este conflicto de manifiesto en películas como “La duda”, “El club”, “Calvario” (2014), de John Michael McDonagh y otra gran cantidad, que tratan el fenómeno y demuestran el cambio social de la población frente a la Iglesia y a su vez de la institución con respecto a sus adeptos y a los medios.
Lo que me parece genial de esta obra, es que no sólo proponen el problema de la perversidad de estos uniformados mentirosos que se presentan prácticamente de asexuados -pero que en los penumbrosos recovecos de sus paredes abusan de quienes están desprotegidos-, es el retrato de la particularidad chilena. De cómo las aspiraciones de un pueblo entero, nuestro arribismo y enmascaramiento, pueden generar modelos establecidos y un sistema educativo que se esmera en producir ciudadanos que se adecuen a dichos moldes.
Bajo ese aspecto, la actuación, que en algunos casos enfrenta el texto con sus expresiones de “no quebrar un huevo” o con cara de “yo no fui”, se entremezcla con la posibilidad de una postura corporal basada en la rígida educación que moldea el carácter y la fineza de estas futuras mujeres de sociedad. El rostro de cinismo de las cuatro jóvenes, interpretadas por Kassandra Acevedo, Camila Pérez, Valentina Rivera, y Valentina Soto, esconde la verdad oculta que se pasa a relatar de a poco con la ingenuidad de una niña, pero que muestra también la ambigüedad de la transición que es la adolescencia, con sus cambios y experimentaciones, tergiversando lo natural por el abuso de la madre superiora.
Nos llama también la atención la importancia de lo coreográfico, paralelo a la palabra que entona una serie de ejercicios superfluos, casi de una educación decimonónica de mujercitas, completando a ello, no sólo la aspiración de clase y de raza, sino también el retardo cronológico de la educación de monjas.
La obra consta de recursos como videos proyectados e imágenes ilustrativas que van dando cuenta de los capítulos que transcurren, más no se siente nunca un sobreuso de este recurso, sino todo lo contrario, necesario para estructurar la pieza.
La iluminación está muy bien pensada para generar cambios de escena, que en este caso se dividen gráficamente en capítulos para relatar la trama. Una hilera de focos color cian a contraluz dibujan las siluetas, colándose por detrás de la gran tela que se posiciona como fondo para funcionar de soporte para las proyecciones de algunos videos e ilustraciones. Una luz cálida se proyecta desde el frente complementándose con el cian de contraluz para que las actrices entren a interactuar, desde la acción al texto, pero cuando se eliminan los contraluces, la atmósfera se vuelca a la calidez pareja, entrando en nuevos estados que, producto de un foco rojo dispuesto a lo lejos, tiñe todo en los momentos más álgidos del relato.
A su vez, este telón que se eleva vertical, esconde a las actrices atrás cuando están fuera de escena, pero también se sostiene por una trama de cordeles que se hilvanan en forma de red, una solución estética interesante, que nos rememora a los arácnidos, a la idea de estar amarrados o atrapados, siendo nada más que un mero detalle.
La gama de colores del vestuario está entre los blancos de las blusas y colores pasteles muy pálidos, pero hablan también de esta sensación apretada de ser criadas en la obediencia absoluta de una creencia que no permite el pensamiento.
Una obra de inteligente relato, de pulcra puesta en escena y decisiones de dirección por parte de Verónica Díaz, en elementos dramáticos que ofrecen un trabajo muy bien amalgamado.
Ficha técnica:
Dramaturgia y dirección: Verónica Díaz
Asistencia vocal: Francisco Germain
Diseño integral: Mercedes García Navas
Diseño gráfico: Manuel Morgado
Fotografía: Valeria Videla
Técnicos: Angelo Bonatti, Daniela Espinoza
Producción: Camila Pérez
Elenco: Kassandra Acevedo, Camila Pérez, Valentina Rivera, Valentina Soto
Funciones desde el 16 de noviembre hasta el 9 de diciembre, a las 21:00 horas
Sala: Teatro Sidarte, sala – 2
Dirección: Calle Ernesto Pinto Lagarrigue Nº 131, Barrio Bellavista, Santiago
Valor de las entradas: $5.000 general, $3.500 estudiantes y 3° edad y jueves populares $3.000
Crédito de las fotografías: Fundación Sidarte