La historia de estas sustancias intestinales —las cuales se originan tanto en los aparatos digestivos de los seres humanos como también en el estómago del resto de los mamíferos—, se remonta desde los tiempos a cuando se les adjudicaba un supuesto poder curativo y de buena fortuna, hasta su consideración posterior al modo de objetos suntuarios de gran valor monetario, para finalmente transformarse en los claros síntomas de una enfermedad abdominal, cuyo diagnóstico puede ser morigerado a través del consumo de la célebre Coca-Cola.
Por Rodrigo Barra Villalón
Publicado el 2.5.2020
La existencia de las piedras bezoar se conoce desde tiempos inmemoriales. Por siglos llevó al asombro la creencia (algo fundada) que neutralizaban los venenos y protegía de ellos, aunque también tendría efecto sobre el estado de ánimo de quienes las utilizaran. Algunos dicen que Bezar viene del persa bad «viento» y zehr «veneno», y la palabra en sí misma transfiere la idea que «disipa el veneno», o sea… es el antídoto. Otros dan la versión que provendría de Pazar o Pazan que en lengua pérsica significa «cabra»: porque son las piedras que se halla en los estómagos de las cabras y son capaces de dominar al veneno.
Fue la medicina árabe la que creó las bases de nuestra medicina occidental y a partir de los siglos X y XI se introdujo en la Europa Medieval y con ella el conocimiento y valoración por aquellas piedras. Debiendo al médico, filosofo y poeta andalusí Ibn Zuhr (para nosotros Avenzoar), la primera descripción de las propiedades curativas de un bezoar.
En el año 1256, el rey de Castilla Alfonso X (el Sabio) manda a traducir al castellano las 400 páginas del antiguo grimorio mágico árabe Picatrix. Obra de alrededor del año 1.000 que entre sus muchas indicaciones señalaba cómo preparar diversos talismanes en base a las piedras bezoares extraídas del tubo digestivo de ciertos animales, en especial de los mamíferos rumiantes.
Bajo este ambiente de superstición, su escasez y elevado precio las hicieron más cotizadas que el oro y las piedras preciosas. Se sabe que la reina Isabel I de Inglaterra ostentaba uno particularmente bello que decoraba su corona. El emperador Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico también hacía uso de los bezoares, en una época en la que los envenenamientos en las cortes eran más que frecuentes.
Arnaldo de Vilanova, español y uno de los más grandes médicos del siglo XIII, junto a su discípulo Raimundo Lulio preconizaron a la piedra de bezoar como el antídoto más eficaz y cuando los españoles llegaron a América las traían para defenderse de las mordeduras de animales ponzoñosos y desconocidos. Si tuvieron alguna inquietud respecto de que les escaseara la droga, pronto lograron disiparla, pues encontraron que algunos rumiantes del Nuevo Mundo también las contenían en sus panzas.
En Francia hacia 1570, Carlos IX poseía una valiosa piedra bezoar… y un cocinero acusado de robar su cuchillería de oro y plata, fue condenado a muerte. Ambroise Paré, ex barbero y cirujano personal del rey encontró propicia la ocasión para solicitar un cambio de condena: horca, por envenenamiento. Se le administraría piedra bezoar al culpable antes, para luego envenenarlo. Si sobrevivía, recuperaba su libertad. Paré quería demostrar la inutilidad médica de los bezoares y echar por tierra el mito. El rey accedió. Irremediablemente el cocinero murió en medio de agudos dolores. El médico había probado su teoría: las piedras bezoares eran un fraude como antídoto. Sin embargo, el rey jamás dejó su fe en ellas. Se convenció que había comprado uno falso y de inmediato dio orden de adquirir otro, cuidando esta vez de aseguraran su autenticidad.
Nicolás Monardes, médico sevillano, escribe en el año 1574, en su Historia de las cosas que se traen de nuestras Indias occidentales que sirven en medicina: “En tomando peso de tres gramos de esta piedra con agua de lengua de buey, han fácilmente sanados”.
Más tarde, en la Historia natural y moral de las Indias, publicada en Sevilla en 1590, el jesuita José de Acosta señalaba: “El efecto principal de la piedra bezoar es contra venenos y enfermedades venenosas… se aplica molida y echada en algún licor que sea a propósito del mal que se cura. Unos la toman en vino, otros en vinagre, en agua de azahar, de lengua de buey, de borraja y de otras maneras, lo cual dirán los médicos y boticarios. No tiene sabor alguno. También sirven para la melancolía y el mal de corazón y calenturas pestíferas”.
En 1597, el historiador Bernardo Vargas Machuca, escribió en su Descripción de las Indias Occidentales todo un capítulo respecto de estas piedras:
«Hállanse en los venados que mueren en tierra templada y que han gozado a tiempos de la caliente, unas piedras bezares de las más finas que Monardes. Son de color aceituna las buena; y las que se hallan de este color son pocas, pero grandes. Y dicen que se congelan de que los venados son picados de culebras de tierras calientes; y que, picados, comen una yerba con que resisten aquel veneno y congelan la tal piedra. En cuanto a ser picados, yo lo confieso; y en cuanto a comer la hierba, soy de contraria opinión, por muchas razones: la primera, porque en tanto tiempo que los Indios son habitados de sus naturales, la yerba fuera conocida por algún camino; y también porque en los venados de tierra caliente, que no alcanzan la fría se hallaran; que en estos tiempos tales no se ha hallado ninguna; y, si ,son picados, mueren sin remedio; y si algunos de tierra caliente las han tenido, son aquellos que habitan en ella y gozan del temple frío cuando quieren y son necesitados de tal picadura. Pues diciendo mi opinión, digo que el venado, así́ pardo como bermejo, que son picados en tierra caliente, unos huyendo a su querencia, y otros guiados de natural instinto, en el agua más fría que hallan (que la hay en extremo) se meten y no salen de ella hasta en tanto que el calor del veneno está aplacado; y que no lo deja pasar al cerebro y corazón; quedando en el estómago donde se recoge y con el frio se va condensando y fraguando aquella piedra, armándose siempre sobre yerba del buche u otra cosa que acertó a coger. Y en lo que estriban, es: decir que es la yerba que comen para el remedio del veneno. Y para argumento y prueba bastará ver que un venado acosado de los perros con aquel calor viene siempre a parar y buscar el agua, donde su natural y calidad los lleva; sin que tengan otro reparo”.
Concluida la Edad Media, el botánico, biólogo, cosmólogo y escritor francés Georges Louis Leclerc, conde de Buffon (1707 1788), pretendió compendiar todo el saber humano sobre el mundo natural en su obra de 44 volúmenes Histoire naturelle, allí recopiló buena parte del conocimiento sobre los animales productores de bezoares:
«Los bezoares en que se han hallado o supuesto más virtudes y propiedades, son los bezoares orientales, que provienen de las cabras, de las gacelas y de los carneros que habitan en las altas montañas del Asia. Los bezoares de inferior calidad, llamados occidentales, provienen de las llamas o alpacas, que no se encuentran sino en las montañas de la América meridional. Finalmente, las cabras y las gacelas de África producen también bezoares, aunque no tan buenas como los de Asia. Viajeros aseguran que los grandes simios de las partes meridionales del Asia también producen piedras bezoares que se encuentran en sus estómagos, y cuyas cualidades son superiores a las de cabras y gacelas. Podemos asegurar que la mayor parte de los cuadrúpedos, a excepción de los carniceros, dan bezoares, y que también se encuentran en los cocodrilos y en las culebras grandes».
Las piedras bezoares son quizá uno de los capítulos más interesantes de la zoofarmacia del pasado. No está claro qué la motivó a lo largo de la historia. Pero recién desde el siglo XVIII en adelante la creencia en los poderes mágicos atribuidos a los bezoares comenzará gradualmente a declinar en Europa, transfiriéndose a las Indias en etapa de colonización. Sabemos lo apreciada que fue la botánica desde los tiempos de Hipócrates en toda la terapéutica.
Como escribe el conde de Buffon: “Se puede deducir que en general las piedras bezoares no son más que un residuo del nutrimento vegetal… se engendra sino en los (animales) que se alimentan de plantas: que siendo las yerbas más vigorosas y activas en las montañas del Asia Meridional que en ningún otro país del mundo, los bezoares, que son sus residuos, tienen también más virtud que las otras”. Entonces, identificadas ciertas hierbas como medicinales, se pensaba entonces que un bezoar las concentraba de manera insuperable.
Los españoles transmitieron a estas tierras la creencia en los poderes de los bezoares y formaron parte de las descripciones de los muchos hallazgos de este hemisferio. La variedad oriental provenía principalmente de la Capra aegagrus, una cabra que vive en estado salvaje en las montañas de Persia y el Cáucaso, hoy Turquía, Irán y Afganistán. El bezoar occidental o americano procedía de diversas especies animales: llamas, vicuñas, guanacos, alpacas, tapires y venados americanos.
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El bezoar encontrado en Chile proviene del guanaco. El padre Diego Rosales en su Historia general del Reyno de Chile expresa: “Crían muchos en el vientre piedras vezares que fraguan de yerbas muy cordiales y expulsivas de todo veneno. Y sobre un palito se va formando la piedra, adquiriendo unas capas sobre otras con que toma cuerpo y grandeza”.
Miguel de Olivares y González, historiador, sacerdote jesuita y misionero del Chile virreinal, en su Historia militar, civil y sagrada de los acaecido en la conquista y pacificación del Reino de Chile, escritos que abarcan el periodo comprendido entre la conquista y mediados del siglo XVIII, relata: “El guanaco, animal montaraz… cría en el vientre una particular bolsita y en ella una o muchas piedras besuares que tienen no vulgar crédito entre los simples de la medicina”.
Y el mismo autor, cuando describe las costumbres de los indios en Los jesuitas en la Patagonia: Las misiones en la Araucanía y el Nahuelhuapi (1593-1736) señala: “De los guanacos también cojen la carne para su alimento, i de ellos sacan las piedras bezares, que se estiman como es notorio”. En las notas señala: “Se comprende que un medicamento al cual la ignorancia i la superstición atribuían tan maravillosas cualidades, debía ser mui buscado i debía tener un precio exorbitante”.
En el año 1604 el Inca Garcilaso escribió en su obra Comentarios reales de los Incas del Perú: “De todos estos animales bravos (venados, ciervos, corzos, gamos, vicuñas) sacan la piedra besar en estos tiempos (de 1600). En los míos (50 años antes) no se imaginaba tal”. Relatando la cacería de los reyes Incas en otro capítulo, refiere: “De este ganado bravo se saca la piedra bezar, que traen de aquella tierra (del Perú); aunque dicen que hay diferencia en la bondad de ella; que la tal especie es mejor que toda la otra, esto es, que los bezares de estos venados, gamos, vicuñas y corzos del Perú son mejores que las otras clases de bezoares”.
Por su parte, el padre Rosales en el año 1666, al dar noticia de los guanacos de Cuyo escribe: “Crían muchos, en el vientre, piedras bezares que fraguan de yerbas muy cordiales y expulsivas de todo veneno. Y sobre un palito se va formando la piedra, adquiriendo unas capas sobre otras con que toma cuerpo y grandeza. Yo vi un indio, excelente herbolario, que dio a beber el agua cocida de estas yerbas a un enfermo de mal de corazón y en breves días cobró perfecta sanidad. Por la codicia de las piedras hacen montería de ellos (de los guanacos) con perros y caballos. La palabra guanaco es propia de la lengua general del Perú, llamada quichua; y la propia (palabra de guanaco) de los chilenos es luan; y a las piedras vezares las llaman luan cura, que quiere decir: piedra del guanaco”.
El misionero jesuita Pedro Lozano (1697-1752) y quien también era etnógrafo e historiador cuenta: “Cuando son pequeñas, se hallan muchas juntas en aquel seno; menos, si son mayores; y alguna tal vez grande que no admite compañera”. “Unas piedras bezares hay blanquizcas, otras obscuras; ya cenicientas, ya negras relucientes como vidrio, ya ásperas, ya muy tersas; unas ovaladas, otras redondas; estas cuadradas y aquellas triangulares; cual menuda, cual mediana y cual muy grande; habiendo algunas que llegan a pesar treinta y dos onzas”. “Vénse, talvez, algunas que suenan al modo de la piedra del águila porque se formó el bezar sobre algún grano que después de encerrado en el centro fué secando. Otras se ven formadas sobre espinas; y dos, refiere el Doctor Montalvo, que se han hallado sobre agujas”.
La explicación que Lozano da para la formación de tales piedras es: “la debilidad de la edad, la cual no tiene a veces el suficiente calor natural para digerir las yerbas y no convierte en materia todo el humor de ellas; y de las partes superfluas se van congelando las piedras”. Este razonamiento lo basa en el hecho de encontrarse los bezares solo en guanacos de edad avanzada.
Diego Barros Arana en su Historia General de Chile, señala que: “Los indios tenían muchas casas provistas de aves domesticas, pero lo que había de más notable era una especie de oveja que los habitantes llaman carnero de la tierra (el guanaco). Nosotros matamos cuarenta y tres; y yo encontré́ en el estómago de uno trece piedras de bezoar (o bezar) de diferentes figuras. Aunque todas eran verdes cuando las saqué del estómago, con el tiempo tomaron color de ceniza…”. “Desde que se comenzaron a apreciar estas piedras, dicen que los indios han hecho algunas artificiales y adulteradas. El comercio de estas piedras tomó en el Perú y en Chile desde esos años una notable importancia, lo que explica estas falsificaciones”.
El mismo Barros Arana cuenta que, la ignorancia y la superstición también atribuían a los bezoares otras virtudes, como que: “el que llevaba al cuello una piedra de esta especie no podía dejar de ser feliz” y, dado los precios exorbitantes en que se llegaban a tranzar: “los pobres, que no tenían cómo comprar un talismán de esta naturaleza, lo tomaban alquilado para llevarlo colgado al cuello en ciertos días”.
Las piedras bezoares, en Chile, eran apreciadas y fueron, sin duda, muy solicitadas. En la Botica de los Jesuitas de Santiago, magistral farmacia que aportó notablemente a la medicina chilena hasta 1767, los religiosos alemanes, a la vez que farmacéuticos, contaban con preparados de piedra bezoar que se administraban al interior en algún vehículo líquido como lo señalaba el padre de Acosta, pero también uso externo: “pulverizándola dentro de una incisión practicada en el punto preciso en que el enfermo ha sido herido”.
Acerca de la piedra bezoar, Arturo Fontecilla en sus estudios coloniales anota que en aquellos tiempos las boticas no contenían ni la quinta parte de los remedios y drogas que se necesitaban para curar las enfermedades; en cambio poseían una serie de específicos que no tenían ningún principio curativo, sino que eran los que la recetaban las meicas y la superstición e ignorancia de las gentes. Así, por ejemplo, uno de los remedios más aplicados fue la piedra de bezoar, que era una especie de empacho vegetal o calculo vegetal, formado en los estómagos de los guanacos. Todas las familias guardaban en tinajas una piedra de bezoar por si se hallan, dice el padre Ovalle, con algún achaque de apretura y ansias de corazón, con alguna pasión o melancolía» (Rev. Cat. de Chile; t. 11, p. 440, año 1910).
Y León Tournier, en su «Las drogas antiguas en la medicina popular de Chile» Tomo I de la Revista de la Sociedad de Folklore Chileno de 1911 dice: «Los polvos de coral y los ojos de cangrejo que los huasos compran todavía hoy día salen del mismo frasco que la piedra bezar. Son casi tan caros y producen efectos tan inútiles como como los de aquella”. “Otra prueba de la antigüedad de las tradiciones medicinales guardadas por el pueblo de Chile es el empleo de la piedra bezar, que no presenta felizmente otro inconveniente que el de no producir efecto ninguno”.
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La creciente educación de la población y el desarrollo científico relegaron los usos medicinales de la piedra bezoar de los animales a relatos históricos y fantasías. Contiene el bezoar: carbonato, fosfato de cal, colesterina y materias vegetales descompuestas. Su composición química es: C14 H6 O8 + 2H2O y contiene ácido elágico, un polifenol que protege a muchas plantas contra la luz ultravioleta, virus, bacterias y parásitos. Encontrándose en la corteza de pinos, robles, nueces y frutas, especialmente en las granadas y frambuesas. Las piedras bezoares de algunos rumiantes son oleaginosas, generalmente aromáticas bajo la acción del calor. El agua no las descompone y, al fuego, solo se carbonizan. La medicina actual reconoce que los bezoares en humanos, aun cuando constituyen casos poco frecuentes, deben ser correctamente diagnosticados y tratados.
Hoy se clasifica a los bezoares en cinco tipos, dependiendo de su composición; en primer lugar, están los fitobezoares, que dan cuenta casi de la mitad de todos los bezoares y habitualmente se asocian a alimentos que contienen altas cantidades de celulosa. Un especial tipo de fitobezoar es el causado por la ingesta excesiva de caquis, muy difícil de disolver o fragmentar; le siguen los tricobezoares, compuestos fundamentalmente por pelos y restos alimentarios. Con frecuencia, se asocian a patologías psiquiátricas y a tricofagia. Una condición particularmente poco frecuente y compleja la constituye el tricobezoar que se inicia en el estómago, pero se prolonga por una extensión variable en el intestino, pudiendo llegar hasta el colon, condición que se ha identificado como síndrome de Rapunzel que afecta principalmente a mujeres jóvenes y se caracteriza por ingerir el propio pelo de la cabeza, cejas y pestañas.
Los otros son los fármacobezoares o bezoares ocasionados por medicamentos que se han descritos en asociación con antiácidos, ciertos laxantes, la colestiramina y el sucralfato, entre muchos otros. En su patogénesis se han considerado los medicamentos que alteran la motilidad gastrointestinal, como los opioides y bloqueadores neuromusculares, y los que disminuyen la acidez gástrica; los lactobezoares son secundarios al uso de formulas lácteas y se observan en recién nacidos e infantes prematuros; por ultimo, los polibezoares pueden formarse de una amplia gama de materiales ingeridos, como metales y plásticos.
El lugar anatómico de localización más frecuente de un bezoar es la gástrica, seguida por los bezoares del intestino. La incidencia es bastante menor a 0,5% entre aquellos sujetos que son sometidos a una endoscopia digestiva alta. Si bien un paciente con un bezoar puede permanecer asintomático por largo tiempo o solo tener malestar abdominal vago, la presencia de un bezoar gastrointestinal puede ser causa de dolor abdominal, hemorragia, anorexia, vómitos, baja de peso, disfagia, masa palpable, diarrea o constipación, obstrucción intestinal y aun perforación del tubo digestivo.
Su diagnóstico puede ser sospechado por los antecedentes clínicos y síntomas, pero el diagnostico diferencial se hará prácticamente por medio de cualquier método de imágenes, sea esta una radiografía simple con o sin medio de contraste, la ultrasonografía, tomografía axial e incluso por medio de resonancia magnética, pero es la endoscopia digestiva el examen de elección. A su vez, la endoscopia proporciona, en muchos casos, la posibilidad de tratarlos, ya sea por medio de su fragmentación, como terapia única o en combinación con otros métodos. Esto, que es válido para los fitobezoares, es menos posible ante un tricobezoar, que generalmente va a requerir de tratamiento quirúrgico. La disolución química de ciertos bezoares se ha intentado con celulasa, acetilcisteína, papaína, bicarbonato de sodio y muchos otros productos.
La más novedosa indicación corresponde a la ingesta de Coca-Cola® y estudios recientes dan cuenta del éxito de esta bebida en su tratamiento en cualquiera de sus formas comerciales en casi 50% de los pacientes, aun cuando no está completamente aclarado su mecanismo de acción ni los volúmenes óptimos. La indicación más recomendada es la ingesta de 3 botellas de 1 litro en 12 h. La terapia combinada endoscópica y química tiene éxito en más de 90% de los bezoares gástricos y la cirugía queda reservada, en general, a cuando esta fracasa…
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Rodrigo Barra Villalón nació en Magallanes, zona austral de Chile, en 1965. Cirujano dentista titulado en la Universidad de Chile, ejerció durante algunos años para luego dedicarse a la actividad empresarial en un ámbito del que recién se comenzaba a hablar: Internet. La literatura siempre fue una pasión, pero se mantuvo inactiva por razones de fuerza mayor. Hasta que en 2018, alejado ya de temas comerciales, tomó la decisión de convertirla en un imperativo.
En ese año sometió su escritura al escrutinio de diversos editores, talleres y cursos; publicando su primer libro de cuentos y de crónicas políticas del período de la dictadura (1973-1991), Algo habrán hecho, en diciembre de esa temporada (Zuramerica, 2018), el cual obtuvo una positiva reacción por parte de la crítica especializada y del público lector. Luego vendría Fabulario (Zuramerica, 2019), una colección de 37 narraciones de ficción alegóricas y se encuentra trabajando en su primera novela, Un delicioso jardín. Es socio activo de Letras de Chile.
Asimismo es redactor estable del Diario Cine y Literatura.
Crédito de la imagen destacada: Meridianos.