Cuando el autor escribe se retrotrae a lugares y a épocas que aún están vivas en los recuerdos de quienes hoy bordeamos el medio siglo de existencia chilena. La pobreza y sus múltiples caras, el submundo del hampa y los recovecos carcelarios, con sus códigos y coas, encuentran en este entretenido libro, un depósito bullente de coherencia.
Por Álvaro Ricoe
Publicado el 13.3.2020
Un libro de cuentos que debiese estar llamado a erigirse como ícono del suburbanismo literario y del canon de textos que se basan en retratar las diversas caras de la marginalidad. Tal como sucedió en su tiempo con El roto, de Joaquín Edwards Bello, con la salvedad de que este libro no se centra en un lustro específico sino que zigzaguea por la historia chilena trayendo hasta el lector, resabios de un pasado no tan lejano que ha heredado símiles en nuestro presente. El trazo es firme y actualizado. Los vicios de hombres y mujeres no se esconden bajo ninguna alfombra ni se repara en el agasajo de ojos u oídos sensibles. El habla de los barrios bajos no aceptaría eufemismos ni elegancias si quisiera ser verosímil, y a todas luces, esta recopilación de cuentos lo tiene asumido como una propuesta. Así ha de entenderlo el lector para no caer en prejuicios fruncidos al encontrarse con coprolalias y palabrotas que no son precisamente representantes del decoro:
A Servandito lo cocieron a puñaladas cuando lo pillaron, ni siquiera estábamos fondiándonos, fuimos a tomar a la casa de otro compañero, igual que todas las otras veces que lográbamos algún botín decente. Alguien nos delató y nunca supe quién.
Este texto extraído del cuento que da origen al nombre del volumen, sirve como sinopsis cercana pero igualmente mínima, ya que la crudeza del relato es trabajada con oficio y dedicación.
Hay una ferviente camada de nuevos escritores en cuyas obras es posible encontrar determinadas improntas, que servirían en caso de precisarlo, para clasificarles, según tendencias y estilos.
Muñoz Vela estaría cohabitando con Gustavo Bernal, Rayen Araya, Marco Osorio, Nedaska Pika… inclusive, por las temáticas populares, hasta Ives Jara. Puesto que sus descripciones del bajo mundo son descarnadas y meticulosas en detalles especialmente odoríficos que en su desmenuce harían sonrojar al propio Bukowski:
Arrastrando las chancletas rientes de vejez, un ciego se avecinó a los rieles que resguardaban el canal, con un viejo acordeón sebiento. Se sentó en una cuneta y largóse a cuncunear. Su añeja voz, fétida, harapienta, su voz con sarro de cariada dentadura, desgranó en el aire decrépitas articulaciones.
El extracto pertenece a la novela La sangre y la esperanza, inscrita en la célebre generación del 38 y es pertinente traerla a colación debido a que las temáticas identificables con la precariedad, el abandono y más que la pobreza; la miseria, son también ubicuas en la prosa de Ramón Muñoz Vela. En el texto de Nicómedes Guzmán es posible reconocer atisbos similares pero adecuados al marco de su tiempo. La rebosante cultura proletaria de aquellos días de principio y mediados del siglo pasado, ya no es la misma que impera en nuestros días, pese a que las figuras y personajes, con pocas variantes, parecen trasuntar la barrera del tiempo. Los delincuentes de antes esgrimían más cuchillas que pistolas, los atorrantes de antes se morían de hambre y no de cirrosis hepática como ahora, la gente que circundaba las historias de esos años percibía una precariedad que aunque en nuestros tiempos ha subido un par de peldaños, sigue igual de presente y artera.
Cuando Muñoz escribe, se retrotrae a lugares y a épocas que aún están vivas en los recuerdos de quienes hoy bordeamos el medio siglo de vida. Lo hace con guardado cuidado en el énfasis que le da al mencionar marcas, dichos y costumbres propias y clásicas de los años 70 y 80. Es inevitable esbozar una sonrisa luego de leer que alguien en un cuento vocifera una frase que nos lleva a la infancia populosa de aquellos años donde la marca de una cajetilla de cigarros o la etiqueta del blue jeans hacían la diferencia entre salir de una fiesta, de la mano de una chiquilla o quedarse de mirón despechado.
El lenguaje fuerte y soez siempre recae en el desarrollo de los personajes, ya sea en sus diálogos o en las mismas descripciones que estos van entregando a medida que desmenuzan la trama en primera persona. Las putas, los cogoteros, la vieja alcahuete, el perkin, los cuatreros, los vagabundos, y un sinfín de personajes esmirriados van quedando en su sitial cuando se voltea a la siguiente página a la espera del advenimiento de otro cuento tanto o más descarnado que el anterior.
La pobreza y sus múltiples caras. El submundo del hampa y los recovecos carcelarios con sus códigos y coas encuentran en este entretenido libro, un depósito bullente de coherencia.
Muñoz Vela ha conseguido curtir la piel de su literatura con las cicatrices que la vida deja en su paso implacable por lo peor de la condición humana retratando en letras eso que también está ahí, palpitando en las sombras y que muchos se esfuerzan en no ver.
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Álvaro Ricoe (51) es un conocido escritor chileno, autor del libro Cuentos de La Legua (2011) y gestor cultural de proyectos barriales y comunitarios.
Crédito de la imagen destacada: Ramón Muñoz Vela.