Las capas psicológicas de un carácter literario se difuminan —entendidos a la luz del concepto griego del «areté»— entre el uso de la fuerza innata, el coraje desplegado en una batalla, o bien por el desarrollo del esfuerzo y el valor de la voluntad, la cual brilla por lo que puede hacer, especialmente en tiempos de crisis un rol ficticio, hecho a imagen y semejanza de los humanos, según esta singular propuesta de un joven escritor chileno.
Por Ezequiel Urrutia Rodríguez
Publicado el 25.6.2020
Como ya habrán leído en el otro sitio, propuse que para crear un personaje femenino se debía priorizar en la estructura, trabajando en sus dimensiones, cosa que pudiera generar una reacción en los lectores (para luego darme cuenta que el asunto es más grueso).
Ahora, quisiera dar un paso más. Profundizar en dichas capas que componen esta estructura, e indagar en sus conceptos y cómo estos se aplican dentro de una trama. A modo de recomendación, especialmente a esos escritores jóvenes, quienes, como yo, están descubriéndose en el mundo de las letras.
Espero que estas notas puedan serles de utilidad.
Bueno, la primera capa que ahora presencian estoy seguro que ya la conocen, pues cuántos héroes no han visto que sean escritos con este tono.
Básicamente, esta dimensión retrata figuras que no pasan de lo superficial, tienen solo una función en la obra, y parecen sacados de la misma pauta.
Generalmente, estos personajes, si bien, estereotipados, tienden a cumplir su papel, y no suelen afectar mucho a la trama. Sí, suelen ser ideales por su simpleza para narrar a los niños (las fábulas), aunque mientras más elaborado el mensaje, menos idóneos resultan para su autor.
Otra cosa de esta fórmula, es la facilidad que les da a sus creadores para insertarse en su propia obra, permitiendo que se formen figuras como la Mary Sue, o su gemelo, que más se prestan para cumplir las fantasías de los artistas, dejando, por ello, la historia de lado.
Aunque tampoco es culpa de esos arquetipos ser lo que son; es la idealización de los mismos lo que causa conflicto. Y no es para menos, con su simpleza, fácilmente se usan como propaganda. Algo que, sobretodo, en el mito del héroe, es bastante común.
Como dije antes, su simpleza es idónea para la fábula. Planteas una idea, una situación, y el resto va solo; siguen tu cuento como a leyes en piedra. Este mecanismo se ha usado de siempre, principalmente para la transmisión de la cultura, o ideas sobre virtud, como lo hacía Esopo, Fedro, Homero (u Homeros, se cree que eran muchos).
Esta idea de la virtud es bastante interesante. Aquella que los griegos llamaban: Areté.
Cabe agregar, que dicho atributo se encuentra en todas las capas de un personaje, independiente de su dimensión. Y cada autor, sea o no ficción, tiene su modo de representarlo.
Es aquí donde retomamos a Homero. Obras como la Ilíada, o la Odisea.
Para dicho autor, su idea de Areté equivalía a la fuerza innata, y al coraje desplegado en batalla. Sin embargo, tal idea estaba tan demarcada por estándares divinos, que al aplicarse en la realidad, desencaja profundamente. Especialmente en la dualidad entre el bien y el mal, negando la existencias de matices.
Sí, es cierto que dentro del colectivo, existen los llamados «genios». Talentos que nacen una vez cada cien años. Pero sabemos bien que incluso los genios requieren de más que solo sus dones.
Sumado a esto, el crear a un personaje, cuya única función es ser un héroe, por decirlo así, lo castra, pues no le permite crecer más allá de lo establecido. Ese siempre ha sido el problema de esta dimensión, más hoy en día, donde se entiende que nadie es solo una cosa.
Por otro lado, la segunda dimensión, y por supuesto, la segunda expresión del Areté, puede apreciarse en la obra de Hesíodo: El trabajo y los días, y las enseñanzas de la Paideia (recopilada por Werner Jaeger). En dichos trabajos, se enfatiza el desarrollo del esfuerzo y el valor de la voluntad.
Esta dimensión es la que se ha vuelto más común entre creativos de hoy, no solo por el hecho de ser popular entre los lectores jóvenes. Y nuestro amigo Hesíodo, mostraría como ejemplo uno de los mitos que inmortalizan esta virtud: Prometeo.
Imagino que ya conocen la historia. El titán que robó el fuego de Apolo para los hombres, condenado después a ser encadenado a una roca, para que un buitre comiera su hígado. ¿Qué probó Hesíodo con esto? Simple, la tenacidad. Pues tenemos a este personaje contra un rival implacable, pero que a pesar de los riesgos, este da todo por su objetivo, más aún al tratarse de sus seres queridos.
Por otra parte, este arquetipo vendría también a retratar la actitud del agricultor, que en contraste al héroe homérico, dotado, estoico, soberbio, se comporta de manera humilde, paciente, que realiza su labor con empeño y amor.
Por lo mismo, es que el ambiente bidimensional resulta tan eficiente para la construcción de un personaje. Puesto que al trabajarlo como agricultor, le impregnas lo que caracteriza el labrar la tierra. El evolucionar. Ves a este personaje que inicia tu historia, y al igual que un árbol frutal, crece con sus experiencias, que para bien, o para mal, lo vuelven esa figura con la que cierra su ciclo.
Finalmente, la tercera dimensión nos traería consigo al tercer Areté. Aquel ya relacionado a nuestro mundo social. Este último, que brilla por lo que puede hacer, especialmente en tiempos de crisis.
No obstante, es cierto que esta dimensión no suele ser muy popular entre la audiencia, sobretodo, si aparece en su faceta más nihilista. Ergo, eso no quita que puedan ganarse el cariño del público. Más cuando hacen honor al famoso: «un gran poder, conlleva una gran responsabilidad».
Es aquí donde entra el rey Pericles, aquel célebre por invertir, ya sea sus riquezas, o su tiempo, en el crecimiento y bienestar de su ciudad. Figura que además destacó durante la Guerra del Peloponeso, el enfrentamiento entre Atenas y Esparta, donde nuestro rey, defendió a su pueblo con hidalguía y valor, a pesar de que esa pandemia le jugara en contra.
De Pericles, también es famoso el discurso fúnebre en su honor, el cual, sintetizó a la perfección, tanto sus obras en vida como su visión de la misma. Su estrega hacia los demás, complementando así el intelecto que le destacaba. Porque para él, de nada servía demostrar virtud si esta no está al servicio de su comunidad.
Y es esa la virtud que destaca a los tridimensionales, pues no solo se queda en lo superficial, no solo se queda en el afecto a sus cercanos. Los tridimencionales, son un producto, conscientes de la experiencia inculcada por su tiempo. Pero que no se comportan de manera pasiva, individual, ni tampoco se conforman con la mera estabilidad. No, son consecuentes con su entorno, deseosos de mejorar aún más lo que ya esté bien, así como de corregir lo que saben que está mal.
Y sé que es difícil trabajar con este tipo de personajes, más por habernos acostumbrados a la idealización mesiánica de la virtud. Y en especial en este tiempo, donde el héroe se ha vuelto cada vez más oscuro, pretendiendo reflejar, quizá, todo lo de nosotros que no deseamos ver. Ergo, ahí está, recordándonos que afuera hay problemas, hay abuso, corrupción, y está en nuestras manos resolverlo.
Y esta es la importancia de estas tres dimensiones, las que guían al escritor como el canto de las musas, llegando más y más profundo, a medida que lo hace con el arco de su personaje.
***
Ezequiel Urrutia Rodríguez (1996) es un joven escritor chileno nacido en la comuna de San Miguel, pero ha vivido toda su vida en los barrios de Lo Espejo. Es autor del volumen Kairos (Venático Editores, 2019) su primera obra literaria, y la cual publicó bajo el pseudónimo de Armin Valentine. Es socio activo de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech).
Imagen destacada: Pericles (495 a. C. — 429 a. C.).