«Lenguas de humo transparente», de Sergio Muñoz Arriagada: “torrente que quiere nombrar lo que no sé decir”

Durante el año 2016, en la ciudad de Valparaíso, se publicó bajo Ediciones Altazor el penúltimo libro en la producción del poeta porteño y reciente ganador del Concurso de Poesía Aristóteles España, Sergio Muñoz Arriagada (Valparaíso, 1968). En su aparición, antecedido por «Lengua ósea» que data del año 2003, el texto abolió trece años de silencio, confirmando la solidez de una voz compleja, peculiar, exacta y profusamente retórica.

Por Víctor Campos

Publicado el 16.10.2019

«Oh hazme una máscara y un muro que me oculte de tus espías
[…]
Hazme una lengua de bayoneta en esta oración indefensa».
Dylan Thomas

La conciencia es también una vitalidad, una fuerza. Dentro de la historia de la desmesura (así singuralizaba Octavio Paz a la historia de la poesía moderna) yace un Rimbaud, mas asimismo un Mallarmé. Cada mano adopta ciclos y dimensiones -ritmos únicos-, empero sometidos a la lúcida vivificación que ha de merecer todo escrito, todo poema. Dirá la voz espectral en el centro de estos poemas: “pectoral       escucha como la tenue niebla/ comienza a deletrear un cúmulo de sombra/ escucha cómo la ceniza        comienza/ a marcar las horas con su absurdo dolor        pedazos/ de cuerda        porcelanas fragmentadas        ritmos rotones y tenues/ quiebres que no son sólo la intermitencia del fuego/ umbrales que quisiéramos dejar alguna vez”, advirtiéndonos sobre la nebulosa y a la vez de la potencialidad de su escritura; una disputa fraternal soterrada bajo la poesía ante todo acto sensible, aquí marcados por el oído y el ritmo.

Las contradicciones se hermanan en el poema: control y efecto de descuido, certeza y dubitación, premeditación y caída. Tocados más de cerca, podríamos apuntar a Enrique Lihn o a Waldo Rojas con sosiego: sus trabajos han exhibido el peso del necesario control sobre el lápiz, otorgando “contrariamente” a su escritura un efecto de desprolijidad o de rareza. Sin embargo, dicha conciencia no solo establece grados de rigor formal, sino que además comprende al poema como órgano solicitante de añadiduras y tachaduras, no estableciendo aquellos rigores solamente la mano escritora. También serán pedidos imperativamente por el poema como suceso distanciado de los ímpetus fortuitos del poeta: “leo y releo el signo oculto tras la certeza endemoniada del caos / la palidez de unas esquinas rotas / la triste figura de una lengua que finge”, sentencia el hablante vislumbrando los márgenes de lo inasible, en una concentración del acto evidenciada.

La poesía entonces acontece en otros espacios y tiempos que son y no son los nuestros: “la poesía no se escribe con palabras (…) la poesía no se escribe con silencio         ni con máscaras/ no se muestra en el rastro esquivo de las horas/ no aparece en cicatrices ni está escrita en el cielo/ no circula en el aire envenenado que nos mece”, dirá la voz en el poema uno, destacando lo inaprensible y lioso que supone conocer el mundo mediante la palabra poética. Poema al que a priori podríamos nominar como arte poética, mas caeríamos en la cuenta pronto de que todo poema en lenguas de humo transparente es contenido por un sostén de cariz metarreflexivo y metapoético que lo convierte siempre en dueño de sí mismo. He aquí otro elemento que denota una realización del equilibrio: el poema está bañado por su propio lenguaje. No concede territorios a lo ajeno.

El indefinido hablante de esta colección de poemas (“si yo supiera quién soy sería tan fácil desnudarme para ti”) que señala en ocasiones a la “máscara” como elemento alejado de él, se arroga la tarea de hilar palabras entre la certeza y la dubitación, territorio de lo extraño, mas de lo cierto. Ambos abismos en tensión yacen figurados a lo largo de todo el presente libro: versos como “yo no sé         todo está igual por acá (…) yo sé   ese océano disperso de preguntas y respuestas” o “cómo ir más allá de estos signos dispersos” son elocuentes al caso. Una vinculación con la obra de Alejandra Pizarnik es pertinente: claro son los versos “yo no sé de pájaros”, “poco sé de la noche, “yo no sé del sol/ yo sé la melodía del ángel”. Escrituras motivadas por la ruta angustiosa y noctámbula de la búsqueda más que por el logro del encuentro como origen.

Ese trayecto sucede y es exigido en una voz confrontada a una necesidad de comprender lo existente. La voz no rodeará, sino que procurará ingresar dentro de los elementos encontrados fuera de ella. Así, el poema elucubra: esa es su fuerza. La portada ya consignaba esta condición especulativa de estar en medio de las certezas y las dudas: se trata de Il trovatore del pintor metafísico Giorgio de Chirico (1888-1978). Visión ahondada de lo real exhibiendo el diálogo secreto entre los objetos; desentrañamiento devenido en hecho estético o más bien, sucesión de actos simultáneos. Un eterno conflicto y tentativa de síntesis de lo real. Un acto profanatorio desde y hacia la cavilación.

Otra señal para dar con aquel brumoso caminar entre los abismos de lo reconocible y de lo irreconocible ejercida por la voz, yace en su fijación por el silencio: materia ausente estándolo. El hablante sentenciará: “así te digo        en esta noche que no parece noche/ en esta errancia que no parece más que una caminata vulgar”. Y ese trozo de lo callado, instalado entre palabra y palabra hablará, otorgando espacio inherente para la unión de ellas: “como si uno aprendiera de ese abismo / imitando las muecas para el vuelo / como si uno pudiera imitar la simetría del silencio”.

Poemas de extensión a veces demandante, no constatan en ningún momento el temor a la palabra exacta, sino que lo dicho exige un necesario espacio cavilatorio. El poema entonces funciona a la manera de una espiral, una caída premeditada mas arrojada al goce que implica rozar el misterio del lenguaje. El poema es: “un trance que calza exacto en el ruido del tiempo// que no es él        que no fluye/ que no aguarda pero rige en el sonido nítido/ de un día que no conozco/ de un aire disuelto en el comienzo de su ciclo// raíz de un río místico que no es río ni es místico/ pero que va hacia la revelación de lo desconocido/ y me lleva       y me alza en trágico silencio”, sentencia el hablante en karma.

El poema al elucubrar conoce. Desea conocer. Aquella concepción como forma de gestar una cercanía viva con lo acontecido es principio de esta obra. Y no solo de lo que suponemos como tangible, sino además la meditación sobre la escritura como manera de será requerida categóricamente. Los versos: “el lugar de la poesía        si es que ese lugar existe/ es la conjetura del mínimo error        la luz/ del retazo que anochece en la ciudad vulnerable y espectral” o “la poesía no se escribe con palabras/ no se hace con gestos        ni con guiños/ ni con la errada pretensión del lenguaje”, confiesan la necesidad irreductible de configurar una reflexión metapoética vital en el acto de la elucubración desde el poema hacia lo demás. En consecuencia, los poemas de lenguas de humo transparente no guardan una ambición de mímesis, sino que apuestan por calar más hondo, por llegar a aquel reverso que nos está vedado, tal vez tratándose de una mímesis mucho más certera.

Existe una configuración sumamente sugerente que es ejercida como columna vertebral de la escritura de lenguas de humo transparente, la de un lenguaje como recreación de un estado iniciático de sí: “reviviré en el murmullo de una azul sinuosidad?”. Hay un efecto de retorno a los primigenios balbuceos que más tarde llamaríamos lenguaje. No sucede una invitación a pensar al lenguaje poético en su agotamiento o crisis, sino a todo lo contrario: a pensar a la lengua en su capullo originario. El manejo retórico de las palabras, la escisión rítmica del verso, el tono dotado de una profundidad reflexiva y la obsesión por reiterar alguna sonoridad, construyen aquel hilar de la voz, aquel tejido creado por el: “cuerpo [que] es simulacro y lenguaje (…) para volver a ser la bruma del camino”.

En suma, nos enfrentamos a un libro verdaderamente gestado en los límites de la palabra, en una angustiante preocupación por adentrar y conocer el mundo mediante la escritura, es decir, adoptando al poema como llave para comprender lo errado. El texto ejerce una revalorización de la acción aún posible de ser llevada a cabo dentro del verso: proceso de reflexión de sí mismo y de lo demás, aunando ambos acontecimientos en una sucesión constante de suplencia entre la voz y la realidad: ambos son el inicio y el final del otro.

 

Víctor Campos (Iquique, 1999) es estudiante de segundo año en la carrera de pedagogía en castellano y comunicación con mención en literatura hispanoamericana en la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Fue partícipe en el Taller de Poesía de La Sebastiana, a cargo de los poetas Ismael Gavilán y Sergio Muñoz realizado el año 2018. Actualmente cursa el Diplomado de Poesía Universal de la ya mencionada universidad y es ayudante del proyecto «Poéticas postdictatoriales. Memoria y neoliberalismo en el Cono Sur: Chile y Argentina», dirigido por el doctor Claudio Guerrero.

 

«Lenguas de humo trasparente», de Sergio Muñoz (Ediciones Altazor, 2016)

 

 

Crédito de la imagen destacada: Ediciones Altazor.