Una nota sobre el simbolismo cultural de las lenguas existentes en la trayectoria de la primera nación cristiana de la historia, la cual es en el fondo una reflexión estética acerca los idiomas diaspóricos, y donde ubicarse al otro lado de la palabra y del territorio patrio, en este caso, consiste en no buscar la coincidencia ni la apropiación: representa deslegitimar, simplemente, la posesión de una tradición única.
Por Ana Arzoumanian
Publicado el 15.5.2019
El segundo sábado de cada octubre se celebra en Armenia el día de los Santos Traductores en honor a Sahág Bartév y Mesrób Mashtóts.
En el último piso del museo Cafesjian Center en Ereván, ese museo al aire libre que constituye el complejo escultórico La Cascada, se encuentra la obra de Grigor Khanjyan: la historia armenia resumida en un tríptico que cuenta con el “Alfabeto armenio” la “Batalla de Vartanánts” y el “Renacimiento de Armenia”. De modo tal que la lengua y el alfabeto integran el entramado simbólico constituyente armenio, junto con la religión (batalla de Vartanánts) y la tierra (el Renacimiento pintado en forma de un niño en brazos de su madre – tierra).
San Mesrób Mashtóts en el año 405 ve unos caracteres mientras reza. Así comienza la traducción de la Biblia, con la invención de un alfabeto que tenía 36 letras de las cuales siete eran vocales. Todas las letras se escribían en mayúscula. En la Edad Media se generaliza el uso de las minúsculas y se introducen otras dos nuevas letras, una vocal y una consonante.
Mesrób Mashtóts a principios del siglo V. Treinta y seis letras, siete vocales, veintinueve consonantes. Más tarde se suman dos letras nuevas. Con sustantivos que no tienen géneros, que se modifican según sus funciones en la oración. Siete declinaciones. Vocativo. Nominativo. Genitivo. Dativo. Ablativo. Instrumental. Y una posibilidad ilimitada para formar palabras compuestas, componiendo o derivando, incorporando prefijos o sufijos, o ambos, a vocablos simples o compuestos.
El “habla de adobes hambrientos” [1] es un idioma indoeuropeo que hace de la traducción una nueva forma de nacionalidad. Traducir el continuo. La lengua se escribe de izquierda a derecha y posee dos vertientes: el armenio oriental, utilizado en Armenia, Rusia, Persia y el armenio occidental que rige en Turquía, Líbano, Europa y América.
Lo armenio constituye un caso paradigmático de una topografía atomizada, de una discontinuidad territorial e inacabada, inacabada en el sentido de no intacta, de no entera. Y esa situación que puede vivirse como un drama de separación, puede leerse también como esa manera encrespada del nomadismo contemporáneo. Si el siglo anterior fue dominado por las sociedades nacionales, nuestros días, aún desde la ubicuidad virtual, pone en crítica el precepto de fronteras abanderadas. No sólo desandar el recelo monolingüe que exclama: mi lengua es mi raíz. Sino más bien, hacer pasar el frotamiento de las lenguas. Desubicar el camino de la diáspora como colectivo de proximidad o distancia, esa ruta que apresa la comunicación a un punto.
Juntar las voces del armenio oriental con el occidental implica romper el vínculo con una metafísica del exilio, para pensar en una extraterritorialidad fecunda. Implica reflexionar en términos de la antillanidad o de la creolización en relación a los lazos con lo otro. Concebir de modo tal el archipiélago donde las islas se conjuguen sin la prédica hegemónica de una centralidad y una colonia. ¿Porque qué es una diáspora sino una especie de colonialismo sometido al designio del estado – nación central?
Aúnar las diversas voces armenias no es acercarlas en la distancia, sino asumir sus respectivas condiciones aisladas pero homogéneas en la edificación cultural. Cuando digo “diversas” me refiero a entender el archipiélago armenio aún desde la expresión de otras lenguas. Islas multilingües cuyo visado requiere de traducciones admite la diversidad de la escritura, pero no según una política de integración desde la ley de un estado que configure un dominio simbólico. Reivindicar lo babélico de las islas es no necesitar un Ministerio de la Diáspora porque no hay modo de alinear una poética.
En el caso de otras diásporas la relación es menos conflictiva, las palabras, los nombres definen la comunidad más allá de la autoctonía: hablar de escritores judíos no es lo mismo que hablar de escritores israelíes. Sin embargo, para el caso armenio tenemos sólo un gentilicio. Cuando calificamos de “armenio” a un escritor hay un territorio que se desliza, hay una institución religiosa, política, administrativa detrás de una lengua.
El capitalismo informativo dibuja un mapa que desdice las fronteras terrestres, absorbe la tierra en la información, construye data- ideologías y utiliza a las naciones para hacer pasar el poder de sus estamentos, ya sea reprimiendo (potestas) o afirmando su política (potentia). El data fascismo anuncia una cartografía aparentemente construida sobre una linealidad del tiempo, sobre una estructura sedentaria de la población para manejar a los colectivos que se siguen pensando desde un tiempo pasado, sea el capitalismo financiero o el neoliberalismo.
El territorio termina siendo una localización idílica de un tiempo donde la autoridad y la soberanía tenían una relación de correspondencia con el cuerpo geográfico. Las corporaciones y sus movimientos, sean mafiosos o dentro de los marcos legales, tienen como carta de fundación las infraestructuras tecnológicas difusivas.
El modelo renancentista del saber está muerto, a éste le ha seguido el modelo fordista de la transmisión académica y de la lengua entendido como una cadena de producción de bienes académicos de masas. La pretensión de continuar en esta modalidad es sólo nostálgica. El colegio y la universidad ya no son el pilar de la identidad nacional, ni el instrumento ideológico del Estado nación y de sus aparatos. No sólo porque la educación en ellos ha caído en una instancia crítica, sino porque el Estado Nación es un concepto que se ha vaciado de sentido.
La educación ha sido instrumento del saber del capital, y ese capital está edificado sobre diferenciales de datos informativos. Enfrentarse con la historiciad significa desplazar la reflexión asumiendo las relaciones de poder que definen nuestro tiempo. Una posición no unitaria y relacional de pensar la lengua en su multiversidad.
De tal manera que este tiempo no daría cuenta de una cultura única que se re-encontraría en estas dos voces, sino que se ubica en una consideración “trans”. Prefijo de origen latino que significa detrás de, al otro lado de. Al otro lado de la lengua consiste en no buscar la coincidencia ni la apropiación, significa deslegitimar la posesión de una tradición única y un canon patrio.
[1] Mandelstam, Osip. Op. cit.
Ana Arzoumanian nació en Buenos Aires, Argentina, en 1962.
De formación abogada, ha publicado los siguientes libros de poesía: Labios, Debajo de la piedra, El ahogadero, Cuando todo acabe todo acabará y Káukasos; la novela La mujer de ellos; los relatos de La granada, Mía, Juana I; y el ensayo El depósito humano: una geografía de la desaparición.
Tradujo desde el francés el libro Sade y la escritura de la orgía, de Lucienne Frappier-Mazur, y desde el inglés, Lo largo y lo corto del verso en el Holocausto, de Susan Gubar. Fue becada por la Escuela Internacional para el estudio del Holocausto Yad Vashem con el propósito de realizar el seminario Memoria de la Shoá y los dilemas de su transmisión, en Jerusalén, el año 2008.
Rodó en Armenia y en Argentina el documental A, bajo el subsidio del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales de la República trasandina, un largometraje en torno al genocidio armenio y a los desaparecidos en la dictadura militar vivida al otro lado de la Cordillera (1976 – 1983), y que contó con la dirección del realizador Ignacio Dimattia (2010). Es miembra de la International Association of Genocide Scholars. El año 2012, en tanto, lanzó en Chile su novela Mar negro, por el sello Ceibo Ediciones.
El artículo que aquí presentamos fue redactado especialmente por su autora para ser publicado por el Diario Cine y Literatura.
Imagen destacada: Fotografía del artista checheno Aslán Gaisumov, de su serie War.