¿Mi problema?: El hombre masa no entiende a los millenials. No comprenden que esto de la realidad virtual es como un tren que va avanzando y del cual nadie se puede bajar y que se abalanza sobre la Cuarta Revolución Industrial, una era de inteligencia artificial que no sólo crece a pasos agigantados, sino que además está interconectada a la nanotecnología, al internet de las cosas, a la robótica, el comercio y todas las disciplinas: el futuro es cibernético.
Por Jasmín Valdés Rastello
Publicado el 23.6.2018
Soy una Millenial entrando a pasar de moda y experimento lo característico de esta generación de personas de 18 a 35 años, que es la de habitar en la propia y personal burbuja virtual. La generación anterior vivió en la Era Biológica, donde todo había que tocarlo, manipularlo, rozarse con lo físico y obedecer a un orden constitucional, institucional y leyes civiles, religiosas y militares. Pero nosotros, los millennials vivimos ahora en la Era Mental, donde nace el individuo, único, propio, genial, aislado, en búsqueda de su propia identidad. Donde esta burbuja virtual, saturada de información, películas, música y redes sociales es una especie de escafandra de protección psíquica para nosotros.
En vez de estar viendo rostros muertos en el Metro de gente fracasada, me zambullo en mi mundo propio, mi celular. Aquí lo tengo todo. Amigos aparentes, lluvia de noticias, avisos de marchas, sexo y diversión que es lo mismo. Mi celular, mi dedo y mi yo son mi mundo íntimo; nada lo puede reemplazar.
El mundo material, físico y biológico es duro, violento y feo. Implica esfuerzo y roce con lo hediondo. En general no me gusta la gente real, ellos son grotescos, ladrones, lentos y aburridos, salvo un par de excepciones.
Los políticos corruptos, los curas pedófilos, la familia dispersa, la naturaleza destruida me acorralan en mi cárcel virtual.
No es un vicio, es más, es mucho más, es una necesidad extrema, es una obsesión. Al punto que los jóvenes japoneses se encierran de por vida en su pieza. Al punto que en China ya hay cientos de escuelas para sacarles el internet a los chicos de la cabeza. Hay registros de esto en Youtube.
¿Crisis de identidad? ¿Y qué? ¿A quién tengo que ponerle caritas? Mientras mi móvil esté conectado y me quede algo de mi droga feliz, todo está en marcha. Con mis audífonos, salgo indiferente a la calle. Un capuchón que me cubre me basta para quitarme de encima a la canalla horda humana que me inunda y enruida mi existencia. Cuando cortan la luz en mi casa, no sé qué hacer. Se apaga mi mundo y me mandan a la realidad. Ahí hay que hacer cosas, tocarlas, moverlas. Una lata.
Hoy, con lavadora, hervidor, estufa eléctrica y sopas Maruchan me sobra el tiempo, el internet lo llena. ¿Qué mejor que salirse de lo “real” y escabullirse en la realidad que más aún, ha sido inventada por uno? Un proceso imparable e irreversible, una tsunami mental que borra las señales humanas y que para tener algún registro de identidad propia, he de grabar en mi cuerpo manchas irreconocibles, teñirme el pelo, ponerme ropa rara, ajustar mi mente a alguna creencia grupal o ser diferente, en lo posible.
Los padres obligan a los niños a despegarse de la pantalla, cuando en realidad no tienen nada más que ofrecerles a cambio, afuera hay muy pocas cosas sean lo suficientemente excitantes como el mundo virtual. Estos niños heredaron una civilización que se desmorona y que no tiene ningún sentido para ellos. Es común encontrarse en internet con frases o memes que dicen: “si no te mojaste en el verano con la manguera, no tuviste infancia”, o “si no jugaste a las bolitas en la escuela, no tuviste infancia”. También es común encontrarse con críticas, como: “nosotros somos la generación de los lentos, de los que escribían las cartas de amor a mano y luego le quemábamos los bordes al papel con un fósforo para que quedara más romántica”. Lamento decirles a los que se sientan identificados con esa melancólica generación, que sus hábitos y pasatiempos de antes no van a regresar, nunca.
La resistencia de los padres hacia estos cambios generacionales que se producen en sus hijos es histórica, pero les informo que aunque se resistan, la mentalidad humana dio un volantazo y esta vez es más rupturista que nunca.
Es muy probable que en unos treinta años más, nosotros los millenials estemos persiguiendo a nuestros hijos para que se busquen una novia real y no un robot. Así como los padres de hoy tratan de quitarnos la pantalla a nosotros. Porque lo que se viene ahora es la era de la robótica, se viene sí o sí, porque los millenials necesitamos reducir los quehaceres biológicos lo antes posible y necesitamos que la tecnología apunte para allá, para hacer nuestra vida aún más simple. Es muy probable que nuestras frases melancólicas del futuro sean algo así como: “En mis tiempos yo tenía que apretar CTRL + ALT + Q si quería hacer el @, no como ahora que no mueven ni los dedos, porque todo lo controlan con la mente”.
¿Y cómo son los millenials, entonces?
Le explico, no somos todos exactamente iguales, hay algunos más retraídos que otros, otros más activos en el mundo real y otros que definitivamente se esconden para siempre tras la pantalla, pero es algo así: Nuestro lenguaje ahora se llama WhatsApp, rápido, simple y gratis. Nuestro arte ya no es el óleo ni la acuarela, ahora se llama Memes y Gifs, que son públicos y de uso universal, material artístico digital que podemos manipular a nuestro antojo para describir nuestras emociones y viralizarlas. Nuestra música es el Reggaetón y el Pop, porque es básico, no necesitamos digerirlo, es simple y nos sirve para tener encuentros sexuales mucho más rápidos y sin trámites en las discotecas. ¿Nuestro Dios? Internet, obvio, si nos dieran a elegir, preferimos desafiliarnos de cualquier institución religiosa a cambio de que no nos quiten el Internet. Nuestra comida es la comida envasada, porque cocinar nos quita tiempo, tiempo sagrado que necesitamos para hacer nuestros quehaceres millenials, este es un problema que la industria alimenticia aún no ha resuelto para nosotros, porque necesitamos comida que no produzca cáncer, que no engorde tanto, que tenga todas las vitaminas, que sea rica, rápida y que venga cocinada, no podemos vivir de pizza y Maruchan para siempre. ¿Nuestra moral o valores?: Ninguna en particular, aún quedan algunos vestigios de las generaciones pasadas, como no robar, pero que igual violamos todos los días al descargar películas de Piratebay, lo cual no nos genera ningún tipo de cargo de conciencia. ¿El sexo? No tenemos paciencia para eso, así que si no encontramos una pareja que sea ideal, no hay problema, tenemos aplicaciones para conocer gente, como Tinder, donde podemos chatear con cientos de miles de personas que quieren hablar con nosotros y que no nos van a exigir bombones ni flores para San Valentín, además de miles de páginas de porno para satisfacer hasta los gustos más excéntricos. Incluso tenemos porno con realidad virtual, donde te pones lentes y ves tus fantasías en 3D. ¿La familia? Se desarmó, preferimos vivir solos o con alguien que no nos interrumpa en nuestro quehacer, no queremos tener hijos y nos preocupamos de este tema recién pasando los 35 años. El millenial es un personaje que apunta hacia la inmediatez, todo lo que es rápido y fácil nos sirve para poder resolver nuestra existencia.
Y nada de lo que nos puedan decir respecto a nuestra actitud nos preocupa, porque sabemos que la realidad de afuera no es menos ilusoria de la que vivimos en el mundo virtual, de hecho con nuestros sentidos no alcanzamos a percibir si quiera el 1% de lo que ocurre a nuestro alrededor. La gente dice que hay que tener los pies puestos en la tierra, pero resulta que la tierra está en el aire. No hay referencias, no hay verdad.
Sé que esto de ser millenial pareciera ser una especie de “Apología al individualismo”, como si fuéramos personajes que criticamos al mundo completo escondidos detrás de nuestros computadores, que nos creemos especiales y ajenos a todo lo que acontece. Pero no es completamente así, somos seres sensibles, generalmente con altísimas capacidades intelectuales, pero que no sabemos cómo enfrentar un mundo que se cae a pedazos desde el día en que nacimos. Por eso creamos nuestra burbuja, para proteger nuestras delicadas mentes de la brutalidad del ser humano. El capitalismo quebró nuestro mundo, el planeta es nuestro hogar, pero ya no existe la comunidad, vivimos en un sistema que ya no sirve, que vive y se sostiene de la guerra. Por eso necesitamos alcoholizarnos y drogarnos para poder salir a la realidad de afuera.
Hoy me pasó lo peor que le puede pasar a un millenial: quedarme sin comida. Voy a tener que verme en la obligación de salir de mi íntima zona de confort, pisar la asquerosa cuneta de la calle y encaminarme cual Nosferatu de día rumbo al almacén, donde para poder comprar pan debo dirigirme a una señora latera y lenta. Sobajear las sucias monedas que han tocado miles de personas antes que yo y dar las gracias al retirarme, una pesadilla.
En mi pantalla puedo crear mi propio mundo, que además se adapta a mi gusto, porque gracias al Big Data y sus algoritmos, internet me conoce y sabe qué ofrecerme a cambio de mi aburrimiento y mi depresión crónica. Facebook sabe mejor que yo quien soy, sabe con un 80% de exactitud dónde voy a estar el próximo año a esta hora.
¿Mi problema?: El hombre masa no entiende a los millenials. No comprenden que esto de la realidad virtual es como un tren que va avanzando y del cual nadie se puede bajar y que se abalanza sobre la Cuarta Revolución Industrial, una era de inteligencia artificial que no sólo avanza a pasos agigantados, sino que además está interconectada a la nanotecnología, al internet de las cosas, la robótica, el comercio y todas las disciplinas. El futuro es virtual, porque este planeta ya fue destruido, la sal del mar viene con partículas de plástico, los ríos contienen arsénico y el aire está saturado con suficientes tóxicos como para emborrachar mis neuronas. En menos de cincuenta años estos seres humanos de la “realidad de allá afuera” ya se encargaron de destruir el 90% de los bosques del Paraguay y de devastar el 75% de la tierra del mundo. Todo esto nos afecta de sobremanera y aun así nos critican por querer escondernos en nuestra íntima, propia e intransferible realidad.
La razón de habitar mi burbuja es simple, puedo adoptar el personaje que yo quiera en el mundo virtual, que es como un juego donde puedo tener un trabajo de computín, puedo estudiar lo que yo quiera: idiomas, programación, historia, actualidad, canto y baile. Puedo apoyar causas ecológicas donando plata o haciendo propaganda. Poseo un banco de datos con todas las enciclopedias del mundo, prensa, guías telefónicas, resultado de campeonatos, consumo de azúcar por región, promedio de edad, gustos, deudas, espiritualidad, historia, sexualidad, criptomonedas y todo lo demás. Esta información se guarda en el big data. Este es un banco muy grande que se archiva en el block chain, una cadena de bloques compuesta por ciento de miles de computadores, algunos tan grandes como un edificio. Si imprimiéramos en papel toda esta información, la columna de libros llegaría hasta el sol, pero 18 mil veces y se duplica cada dos años.
Para mí no hay problema porque me monto en los algoritmos. Unas arañitas que hurguetean por todos lados a la velocidad de la luz. Los algoritmos sacan su nombre de su inventor Al-Juarismi, un viejo matemático persa. Estas son fórmulas para llegar a un resultado. Son como recetas de cocina que me indican el procedimiento.
Las últimas generaciones de superordenadores avanzan hacia el futuro. Planean por espacios que van a ocurrir, escenarios como qué pasaría si fuésemos unos 8 mil millones de habitantes, cosa que está a la vuelta de la esquina. Investigan respecto al consumo de energía y recursos biofísicos, las variables políticas y económicas, el comportamiento psicológico de la próxima generación, la acidez del océano, el tráfico y todo lo demás. Con lo cual, lo planifican todo, incluyendo errores y desvíos. Están programados para aprender, vivimos en un estado de tensión activa, como el “dymón” de los filósofos griegos al referirse a la dinámica de la conciencia. La conciencia tiene una intención y los computadores también tienen ese dymón.
Epílogo: No te borres nunca pantallita mía para no tener que estrellarme con la estúpida realidad. Esa que está controlada por sus dueños, esa que destruye a los seres humanos y a la naturaleza, esa que nos esclaviza de por vida, esa que me enreda con la bestialidad.
No te borres, porque si te borras, seremos millones los que vamos a quedar sin mundo propio. Los seres humanos somos revolucionarios por naturaleza y sé que si nos quitan la pantalla, vamos a ser tantos los inconformistas con el mundo que se generaría la revolución más gigantesca de la historia de la humanidad.
No sé quiénes son mis enemigos, no sé dónde están, no sé cómo atacarlos. Nadie lo sabe a mí alrededor, apenas el internet crítico los apunta detrás de los gobiernos. Pero lo que sé es que pronto lo sabremos, el millenial tiene que evolucionar y lo va a hacer porque no existe otro camino que el despertar.
Sé que algo se mueve, que la gente está despertando, que podría pasar algo interesante aunque sofoquen las marchas con pacos cada vez más bestiales, con un gobierno ajeno a la realidad y todo lo demás. Y que sin embargo, sé que algo se mueve.
Jasmín Valdés Rastello (1988) es montajista y postproductora, licenciada en cine, con especialidad en montaje de la Universidad de Artes y Ciencias Sociales ARCIS, en Chile, y diplomada en ciencia y técnica del color y after effects, en el CFP del Sica, Buenos Aires, Argentina.
Imagen destacada: Los actores Mathieu Amalric y Anne Consigny en «Le scaphandre et le papillon» (2007), del realizador norteamericano Julian Schnabel