En esta novela hay crítica social, por cierto, pero no directa ni panfletaria. A través de descripciones, diálogos y pensamientos, se teje una narración dinámica acerca de personajes deslucidos, solitarios, ensimismados, o simplemente superados por una realidad macabra pero del todo verosímil.
Por Francisco Marín-Naritelli
Publicado el 30.3.2019
“El mundo no perece por los bandidos y los incendios, sino por el odio, la hostilidad, y todas estas pequeñas rencillas”.
Antón Chéjov
Un policía que investiga un crimen sórdido en una habitación de hotel barato, esforzándose por mantener la tranquilidad en medio de la angustia, el asco, el caos y la descomposición; un empleado migrante de un locutorio que observa las vidas miserables de hombres, mujeres y también compatriotas; una mujer que busca trabajo y que escribe correos electrónicos a su pareja, llenos de temores, desesperanzas e ilusiones por una vida mejor; y finalmente un narcotraficante que busca eludir los yerros y sus propias pesadillas. Estas son las piezas que componen la novela Desierto de Daniel Plaza (Santiago, 1968), publicado en 2018 por Narrativa Punto Aparte y que se caracteriza por una escritura sólida que prescinde de obviedades, lleno de fragmentos, filamentos, como si todo fuera parte de un cuidado rompecabezas, que el lector puede ir componiendo.
Circularidad. Hay en estas páginas una interconexión, un circuito interno, que no hace más que diluir y recusar las fronteras que comúnmente distinguen los géneros literarios. ¿Cuentos o novela? Nina Suárez es la clave, el nexo, el cuerpo castigado, que estructura, que da sentido. Aquí el autor, sin aspavientos ni algarabías estilísticas, nos relata lo que bien podría ser una novela separada en capítulos, lo que en un principio constituían textos autónomos.
Destaca el terreno diegético en el cual se desenvuelven estas prosas. En este sentido, si pudiéramos hablar de texturas, sabores y olores en el volumen de Plaza, hablaríamos de una textura gris, o bien ocre, porosa; de sabores agrios y penetrantes, y de un olor pútrido, nauseabundo. Un resumidero de: “tabaco, alcohol, excremento, alcantarilla, sexo, humedad, vejez, oscuridad”.
“Sangre. No sé por qué pensé en la sangre. No debí haber pensado en sangre. Repasé todas las veces que había visto llegar al cuartel los autos provenientes del Preludio, escenas siempre escandalosas, con gritos, manotazos y acusaciones causadas por los parroquianos que lo frecuentaban: prostitutas, travestis, pasajeros anónimos y delincuentes. Imaginé el número de clientes que había rozado ese pedazo de plástico, recordé cada una de las ocasiones en que debí tocar a los detenidos y sentí que el rechazo acumulado de esos tiempos me caía encima” (“El policía”, pág. 24).
“No te imaginas, Manuel, lo que es esto. Vivir acorralado por las circunstancias, saber que al día siguiente puedes terminar en una caja o en una bolsa, hace que la vida en este país sea aterradora (…). Lo que nos toca vivir nos convierte en monstruos. No reconocemos nuestro rostro o el lugar del que provenimos. El que nos cruce la misma situación nos resulta indiferente; que nos traten como animales y nos comportemos como tal a nadie le interesa. Aquí sólo preocupa la supervivencia, tener que pagar las cuentas, comer, ahorrar unos billetes mugrosos y enviarlos a nuestra gente allá lejos, que también sobrevive. Éste se ha convertido en el objetivo. La supervivencia es la razón de nuestra existencia” (“El hombre del locutorio”, pág. 31-33).
“(…) Si te hablo de extrañeza, es porque quiero que comprendas que me siento sola, desconocida en esta tierra que no me gusta. Hago mención al hecho solo para recordarte que salí del país por el bien de todos. Las cosas venían cuesta abajo, recuérdalo. Sabes que debí salir porque fue lo que acordamos” (“La mujer de los mensajes”, pág. 66).
“¿No te gusta eso de la carnicería, dices que no te da buena impresión? ¿Pero qué puedo hacer? Tengo que trabajar. La gente esa no quiso pagarme los días que me debía. El último envío que te hice fue una parte de los ahorros que había reunido para comprarle un camioncito a nuestro niño (“La mujer de los mensajes”, pág. 72).
“Debo decir dos cosas. Primero, que los pueblos aquí no se llaman pueblos, sino ciudades; pero aunque los llamen como los llamen, la verdad es que apenas parecen campamentos. Son lugares desolados, conjuntos de casitas levantadas en base a materiales ligeros y con techo de zinc, enfilados todos en un conjunto de cuadras que van armando líneas rectas, las que a su vez van cobijando más casas y más calles, dependiendo de las necesidades laborales que genere el yacimiento. Las calles se ven abatidas por el calor, la población vive como si siempre estuviera de paso y concentrando sus días en el trabajo. Lo segundo es que siempre he visto droga. Desde que entré al país siempre la he hallado en todos lados. A pesar de que en la televisión digan que el territorio nacional está libre del tráfico, la verdad es que la droga se encuentra en todos lados” (“El narcotraficante”, pág. 80).
Hay crítica social, por cierto, pero no directa ni panfletaria. A través de descripciones, diálogos y pensamientos, se teje una narración dinámica acerca de personajes deslucidos, solitarios, ensimismados, o simplemente superados por una realidad macabra pero del todo verosímil. Marginalidad, exclusión, desigualdad, carencia de empatía, la sospecha permanente, trabajos extenuantes y precarios. Basura por montones. Sobrevivencia. Mucha sobrevivencia en la ciudad, porque en este libro transpira la ciudad en su miseria. El Dársena, el hotel Preludio, el bar El Faro, un locutorio cercano al centro, una topografía urbana que devela más fantasmas que certezas. Juego de espejos: lo que se dice de Chile y lo que realmente es. La brutalidad y la modernidad, como caras de una misma medalla y que Plaza, certera y secamente, nos va introduciendo en cada página de un libro que no supera las cien.
Hay en Desierto, desentrañando el título, una erosión de los vínculos, las intimidades y las esperanzas, un descampado ominoso donde no es posible salvación, un atisbo siquiera de resistencia.
Francisco Marín-Naritelli (Talca, Chile, 1986), además de periodista y de magíster en comunicación política -titulado doblemente en la Universidad de Chile- las ejerce como profesor universitario y un prolífico escritor nacional, cuya última publicación es el libro de cuentos Interior con ceniza (Ceibo Ediciones, 2018). También es el director titular del Diario Cine y Literatura.
Crédito de la imagen destacada: Fotomontaje de El Desconcierto (https://www.eldesconcierto.cl/).