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«Los dos Papas», de Fernando Meirelles: La Iglesia caduca

El filme del realizador brasileño -el cual puede visionarse a través de la plataforma Netflix- destaca por la densidad dramática de su guion, la factura técnica (impecable) de su fotografía, y la calidad artística de los roles protagónicos interpretados por los actores Anthony Hopkins y Jonathan Pryce.

Por Alberto Cecereu

Publicado el 7.1.2020

Imagina una película de un poco más de dos horas, con planos sencillos, con diálogos entre dos personajes como el eje del guión y que trate sobre una de las instituciones más desacreditadas de la actualidad. Sí. Existe. Es Los dos papas (2019). Buena, pero no imperdible.

Fernando Meirelles, decide dirigir esta cinta basado en los hechos reales y supuestos que pueden haber existido en la trastienda del poder y la sucesión de Benedicto XVI y Francisco. Todo, a partir de la obra de teatro de un ya probado en la escena internacional: Anthony McCarten. Y Meirelles, sobrelleva bien la tarea. Se nota que lleva una receta. Tiende al suspenso en los diálogos. Al misterio. El director y el guionista saben que nosotros sabemos absolutamente nada. Que todo es especulación. Puede ser mentira. Suposición. O tal vez. Toda verdad.

La película se sostiene por dos factores: la fuerza de un guion veloz cuando pudo ser todo lo contrario y por una dirección de fotografía fenomenal. De primera, podemos apreciar que nos sumergiremos en la vida de dos líderes controversiales por la sola razón de ser Sumos Pontífices, y trata, a su manera, de adentrarse en la figura humana por sobre lo que ellos dicen representar. Nos obliga en ese juego, a ser voyeristas. Algo que nos encanta. ¿Qué hacen dos hombres solos que dicen ser los representantes de Dios en la tierra? ¿De qué hablan? ¿Cómo hablan? En esta historia, pareciera que de Dios hablan poco. Más de sus miedos. De sus historias. Del terror de perder legitimidad y credibilidad. Y ese diálogo íntimo, del cual somos mirones profesionales, es engalanado por la belleza de los jardines imperiales, los majestuosos cuadros y palacios, y los autos que parecen cuarzos negros en la ciudad. La cinematografía de la película retrata aquello, y transforma la escenografía en un personaje más, de la mano del arte y la producción de Cinecittá.

Anthony Hopkins y Jonathan Pryce son excepcionales. Capaces de sumergirse en su caracteres, llegan a lograr lo más preciado: olvidar que estamos frente a dos intérpretes. Hopkins, se transforma: logra la posición postural de Ratzinger, la frialdad alemana y sus muecas inexpresivas. Pryce hace lo mismo, con una semblanza argentina inconfundible, pareciera que viene directo del Río de la Plata.

Sin embargo, la película carece de algo. Y no es pequeño. Es un abismo: la crisis profunda de la Iglesia Católica Romana. La cinta, sólo va de paso por los temas críticos. Mira de reojo los documentos filtrados que constituyeron de hecho la corrupción velada que esconde el Vaticano. Ni siquiera se acerca a los escándalos económicos y de tráfico de influencias que sumergen en el peor de los mundos a la curia. ¿Y los abusos sexuales? Bueno, sí. Algo se habla. Pero de pasada. No se toma en serio el drama que significan los abusos y la destrucción de miles de hombres y mujeres alrededor de todo el planeta. En vez de eso, prefiere mostrarnos, dos hombres que se meten en el conflicto si son virtuosos en recibir el mandato del obispado de Roma. En eso, ensalzan a Ratzinger como un filósofo y teólogo que, obsesionado por la razón, esquematiza desde las relaciones de poder hasta las afectividades personales. Por el contrario, muestran a Bergoglio, atrapado en sus conflictos morales, marcado por su ambigüedad durante la dictadura argentina, y su zigzagueante actitud ante las cuestiones valóricas. Nos desvela así, la confrontación entre un racional y un relativista, siendo el primero muy superior al argentino.

Quizás, Meirelles lo hace a propósito. De manera velada quiere mostrarnos la frivolidad de poseer el poder de la monarquía electiva más antigua del mundo. Explícitamente, nos deleita con el arte de la imagen, sobre todo ahí en esa escena, donde mientras estos dos viejos están confesando sus pecados, hay una avalancha de turistas que pretenden tocar a Dios. Y Ratzinger sale. Y Hopkins es tocado como fue tocado Jesús en el ingreso a Jerusalén. Y esa escena parece como un escándalo de circo. Extraño. Gerontocrático. Caduco.

 

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Alberto Cecereu es poeta y escritor, licenciado en historia y licenciado en educación, además de redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

Jonathan Pryce en «Los dos Papas» (2019)

 

 

 

 

Tráiler:

 

 

Imagen destacada: Un fotograma de Los dos papas (2019), de Fernando Meirelles.

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