«Los hijos del ocaso», de Felipe Banderas: Hasta el diablo más oscuro tiene un crucifijo

«En estos poemas transita un alma que se fragmenta, porque es un espíritu que nace del vacío, una palabra, una imagen provista de porosidad, un acantilado que suena y por eso angustia», confiesa al Diario «Cine y Literatura» -en un arrebato de sinceridad- el autor de este singular volumen lírico, lanzado hace apenas unas semanas.

Por Nicolás Poblete Pardo

Publicado el 3.12.2018

Los hijos del ocaso (Cuarto Propio, 2018), es el primer volumen de poemas de Felipe Banderas Grandela (Santiago, 1976), autor de dos novelas previas: El éxodo de Mariana y La voluntad de los muertos. En esta cuidada edición (complementada con bellas, abstractas imágenes en blanco y negro de la artista visual Teresa Larraguibel), Banderas gesta un universo enigmático, palpitante y al mismo tiempo desgarrador, a partir de tres figuras arquetípicas: madre, padre e hijo.

La preocupación que ronda en estos poemas se relaciona con la exploración del ciclo vital que nos destina a todos a un desarraigo de proporciones metafísicas (“Somos las fotos de un niño por nacer”, “Al nacer somos muerte que despierta”). Esto es hecho tanto con el lenguaje hiper destilado que Banderas maneja, como con las imágenes que nos llevan al concreto habitar material de los cuerpos insertos en lo más doméstico de sus hábitats. Acá tenemos, por ejemplo, el deterioro del cuerpo en su más gráfica expresión: “Imaginar el cuerpo descompuesto/ es principio de locura”. Participamos del murmullo urbano (“Escucha a la ciudad de Santiago hablar”), de su impasibilidad frente a los residuos que genera la ferocidad maquinal citadina: “Observé un viejo/ mendigando colillas/ una tras otra”.

 

-Has publicado previamente dos novelas. ¿Cómo experimentas(te) la transición entre narrativa y poesía?

-Es una pregunta interesante, pues posee al menos dos niveles. Mis novelas El éxodo de Mariana (2008) y La voluntad de los muertos (2016) necesitaban de mi acto creativo amplios períodos de calma, mañanas o tardes enteras para entrar y salir de los personajes. En cambio la poesía, que es lo primero que surgió de mí como palabra (antes que los intentos de novela) la considero como el agua entre los senderos de lo cotidiano. De lo poético no es necesario entrar y salir, se vive en lo ordinario, entre los sucesos del día. Soy partidario de romper con la concepción clásica del poeta “alejado”. Pero en otro nivel, el poemario Los hijos del ocaso, que trata sobre el simbolismo de la Trinidad Inferior, es decir, cómo soportar los embates emocionales de la muerte y lo muerto, es la tercera luz de una obra conjunta que quedó de esa forma sin que yo lo pretendiese. El éxodo de Mariana sería la muerte, La voluntad de los muertos el diablo, y este poemario, si bien los reúne, es un canto a la diosa oscura. Obviamente son figuras que no deben considerarse humanizadas, sino como la palabra de lo inerte.

 

-En los poemas de «Los hijos del ocaso» se reiteran nociones como la soledad, el acto de dar a luz, la muerte y una idea de ciclo. También el concepto de alma, que se fragmenta en diversos depósitos naturales. Háblanos de esta idea del eterno retorno.

-Nietzsche, según mi observación poética, invita a lidiar con el eterno retorno de lo mismo a través del amor fatti, el amor a nuestro destino (amar ahí donde vive nuestro dolor y sin sentido). Vivir como si nuestros actos fuesen a repetirse hasta el infinito. Se habla demasiado de la muerte de dios, pero no se recuerda que es un dios que retorna, que renace; así lo era Dionisio. A mí me habla la imagen del alma del mundo enlutándose, muriendo, descansando en lo profundo, volviendo de lo ctónico, una figura que en su ascenso no esclarece en el centro del sol. Un tatuaje negro amarillo. Por otra parte, como bien dices, en los poemas transita un alma que se fragmenta, porque es un alma que nace del vacío, una palabra, una imagen provista de porosidad, un acantilado que suena y por eso angustia. Sin embargo, es un alma que asciende, y por tanto, hay motivo para júbilo sin promesa confiable. Quizá, por eso el poemario recoge la imagen del mar negro, donde sólo sobreviven peces que esperan el retorno. Quizá lo más importante es la invitación a retomar el sentido difícil de la muerte, sacarla del tabú de la positividad, intentar su re-comunión con la negatividad que brilla.

 

-Aunque el volumen destaca por su mirada hacia las profundidades de las emociones y del ser despojado en su predicamento existencial, tenemos, por otra parte, intromisiones de la realidad más mundana, hasta superficial: la televisión es un animal carroñero; el cartonero callejero esquiva ratones frente a un semáforo; la ciudad de Santiago aparece con su cordillera; un hombre llora en el baño de un mall…

-Imagino que esa realidad es la batuta del director que coordina y temporaliza a la orquesta colectiva inconsciente. Probablemente es aquí donde se me aparece con más fuerza la mirada atenta a lo psíquico, que concibe a la tv, al cartonero y a la cordillera, como provistos, digamos, de alma (dada evidentemente por quien mira poéticamente). Ahí entonces la distinción entre lo invisible y lo concreto se rompen, se pierde su, hasta entonces, aparente línea divisoria. En realidad es el lugar de la grieta, donde se nos alojan los dolores tempranos, esos que no nos olvidan aunque nos alejemos. De cierta contradictoria forma, el canto de esa alma fragmentada sería así como el silencio producido por esa realidad mundana.

 

-El estado de ánimo que permea estos poemas es el de una tristeza dulce, el de una vida como sueño. Esto se contrasta con cierta domesticidad, como en el poema «De profesión psicólogo». ¿Cómo concibes la yuxtaposición de ambos registros?

-Creo que tiene que ver con lo anterior y también con lo del comienzo, en el sentido de percibir que la poesía convive bien con lo cotidiano, fluye por sus grietas y mutuamente se alimentan.

Para mí es en las noches, en mis sueños, donde se forma ese lugar donde coinciden los distintos mundos. Por ejemplo, en las últimas semanas soñé con un poema que cuando despierto no puedo recordar. La verdad, dentro del sueño al principio tampoco puedo recordarlo, luego sí, luego despierto, y nuevamente no lo recuerdo, y en el día se evapora (como el azul del negro) y luego ir trabajar a la consulta, y un paciente te dice algo que te suena demasiado familiar… y así…

 

-Hay muchas citas de autores (europeos), como María Zambrano, Kafka, George Steiner, Martin Amis, Thomas Bernhard. ¿Cómo actúan estos referentes?

-Seguro hay un mensaje en esa elección. Creo que hay muchas generaciones formadas, en lo inconsciente, por algo “extranjero”, pero que se me entienda bien, nada tiene que ver con el contenido (en algún momento elijo dejar sin epígrafe a Lihn, Arteche, Casanova) para priorizar un mensaje que tiene que ver con una forma. Mis novelas están pensadas para un sujeto influenciado y creado por imágenes, y que por tanto, lee en imágenes. El poemario Los hijos del ocaso también hace un intento en aquello. Si tú observas el índice, hay una historia, un recorrido, una invitación a un camino (aunque igualmente puedes leerlo en desorden). Seis capítulos: La Papisa (la amante y madre), La muerte (el hijo de ambos), el diablo (amante y padre), lo que pasa cuando están separados en ti (locura y mal), la trinidad inferior (el coro que se armoniza) y finalmente su mensaje.

Un camino que más que sendero o viaje es una implosión, dada por imágenes que se asemejan en tonalidad.

 

Nicolás Poblete Pardo es escritor, periodista y PhD en literatura hispanoamericana por la Washington University in St. Louis, Estados Unidos. En la actualidad ejerce como profesor titular de la Universidad Chileno-Británica de Cultura, y su última novela publicada es Concepciones (Editorial Furtiva, Santiago, 2017). Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

El psicólogo y escritor chileno Felipe Banderas Grandela (1976)

 

 

El poemario «Los hijos del ocaso» (Cuarto Propio, 2018)

 

 

Nicolás Poblete Pardo (Santiago, 1971)

 

 

Crédito de las fotografías utilizadas: Editorial Cuarto Propio.