El estreno en 1950 de la obra del director español, supuso una revolución audiovisual en el cine latinoamericano de la época, y el advenimiento de una estética (a medio camino entre la exhibición de una pobreza al desnudo del neorrealismo italiano y el singular surrealismo del artista hispano), y la cual inspiraría a toda una generación de realizadores, a nivel mundial.
Por Pascual Matus Santa Cruz
Publicado el 6.6.2020
Es 9 de noviembre de 1950 en ciudad de México, día del estreno de Los olvidados piedra angular en la fulminante filmografía de Luis Buñuel y una sucia joya en la historia del cine latinoamericano, extraída de un corazón marginado en las periferias de la capital mexicana, escondido entre escombros y muchedumbres. Un relato pesimista, según el propio autor, que recorre un fragmento en la vida de Pedro, un hijo de la calle que a pesar de tener familia se dedica a vivir con una pandilla de niños y realizar pequeños robos y aprovechamientos a sujetos más débiles que ellos.
Galardonada y reconocida ampliamente, un éxito en los teatros mexicanos e internacionales, le valió el premio de mejor director a Luis Buñuel en el Festival de Cannes (1951) y nombrada como memoria mundial por la UNESCO en 2003. Los olvidados llevó al cine mexicano, y, al mismo tiempo, latinoamericano, a los escenarios más prestigiosos del séptimo arte y más importante aún, configura una identidad fílmica «hispana». Quizás el más antiguo ejemplo de cine autoral en América Latina, en contraste con el resto de las potentes industrias en México, Argentina y Brasil, Los olvidados opta por romper con los códigos y cánones del momento.
El cine mexicano se encontraba en plena época dorada, una frenética bonanza industrial y cultural en la cual destacaban nombres como Pedro Armendáris, Jorge Negrete o Mario Moreno Reyes, mejor conocido como Cantinflas. Sin embargo, la gran mayoría de las producciones se limitaban a imitar el modelo hollywoodense y adaptarlo a una estética local, obteniendo grandiosos resultados sin mayor originalidad formal. Fiel a su estilo, Luis Buñuel busco sacudir esa estabilidad y mostrar al público la cara más lamentable, la pobreza y el subdesarrollo, de ciudad de México. Los olvidados es la antítesis de la cómica y feliz pobreza de Cantinflas, es la inocencia y la niñez arrojadas a un mundo violento y hostil. Es aquí que encontramos la génesis de la mitología del subdesarrollo, y su más terrible y, paradójicamente, célebre tragedia: la vulneración de la infancia.
Pixote: La ley del más fuerte (1981), Ciudad de Dios (2002) o Machuca (2004) son algunos ejemplos del mito del subdesarrollo, películas que comparten una esencia latinoamericana inconfundible. Son niños los protagonistas que observan y que a través de sus ojos nos muestran una realidad injusta, desamparada y que los obliga a ser supervivientes en una selva adversa. Los niños y niñas de América Latina son convertidos en los héroes y heroínas de una tragedia de la cual no pueden escapar, es el duro pero necesario mensaje que entrega Los olvidados a la historia fílmica del continente. Parece irónico que el reclamo de Buñuel con esta cinta se haya convertido en memoria de la humanidad, y que sin embargo las manifestaciones del mito del subdesarrollo continúen proliferando a cada año, cual población callampa, favela o villa miseria.
¿Es Pedro, nuestro pequeño protagonista, la personificación de una historia común, una cultura dejada de lado, olvidada, americana y latina? Las similitudes pueden ser producto de la mera coincidencia, pero así funciona el surrealismo de Buñuel, a veces las asociaciones azarosas nos llevan a significados que muestran una verdad oculta. El nacimiento de la cultura latinoamericana tiene su origen en la violenta conquista y colonización de la región, y, sobre todo, en el sincretismo, el mestizaje y la opresión de la naciente cultura por parte de las clases aristocráticas y posteriormente oligárquicas.
Pedro, por su lado, es el fruto de la violación ejercida por su padre sobre su madre, detalle sutilmente evidenciado en la narración y por el cual su madre manifiesta una inclemente aversión hacia él. De la misma forma, las manifestaciones culturales propias han sido desmerecidas en favor de una hipnótica atracción hacia culturas ajenas, gringas y europeas. Hemos desechado, desde el nacimiento, a nuestros propios hijos por recordarnos el doloroso trauma de una violencia, todavía latente, en la historia de nuestra sangre.
Un patrón común se repite incansablemente, el intervencionismo de las potencias externas y la amenaza de la represalia han conducido la dirección política de los países de nuestro continente, desde el primer momento en que se introdujeron en la historia de América Latina. El Jaibo, es ya un adolescente, de figura alta, esbelta y rostro cincelado, con ojos que describen una personalidad despiadada y que reflejan un camino sin retorno hacia la crueldad y miseria que lo han criado. Este personaje significa para Pedro un futuro premonitorio, aunque todavía eludible, y una influencia que a través del miedo y la amenaza empuja a Pedro a su funesto destino. Tal es la intrusión de El Jaibo en la vida de Pedro, que logra estropear sus intentos por corregir su existencia, tomar posesión del sexo de su madre y hasta adueñarse de sus propios sueños.
Es una crítica aguda, indignante, pero reveladora y su impacto fue precisamente más que un simple escándalo, desde ese momento la autocomplacencia frente al espejo dejó de ser la norma y la cosecha de un nuevo cine latinoamericano comenzó a germinar. Es difícil expresar todo lo que llega a producir esta película, no todo es lamento, el lejano porvenir de un oasis a ratos se observa más cercano de lo habitual, la libertad aparente se presenta bajo su velo como la prisión más difícil de fugar y el encierro que protege del exterior parece ser el cobijo más liberador y calmo.
El amor por tanto tiempo anhelado aflora en el momento más inoportuno y el destino de nuestro protagonista se va escribiendo a mano, con cincel y combo en el mármol del tiempo. La mitología del subdesarrollo se refleja en los atormentados ojos de Pedro y con su muerte nace la leyenda del héroe.
También puedes leer:
—Mi último suspiro, las memorias de Luis Buñuel: El escándalo ya no existe.
***
Pascual Matus Santa Cruz es estudiante de Cine en la Universidad Mayor y egresado de la Scuola Italiana Vittorio Montiglio.
Tráiler:
Imagen destacada: El actor Roberto Cobo en un fotograma de Los olvidados (1950).