Este libro es un trabajo de dos décadas y en donde su autora —una licenciada en filosofía e investigadora independiente— compila, fragua una genealogía (y una arqueología) de sus indagatorias estéticas, personales e íntimas, las cuales ha expuesto en reuniones científicas, ponencias públicas y las que ha publicado en diferentes plataformas, que van desde revistas académicas hasta periódicos y tribunas culturales masivas.
Por Nicolás López-Pérez
Publicado el 17.5.2020
Al aproximarse a un túnel, lo primero que se vislumbra es el final. Desde algún punto de vista óptico, su final es inicio también. La ilusión a los ojos es profundidad. Entrar a un túnel es una decisión. Detrás de esa última palabra, una vieja nueva conocida: crisis. Este ruido deriva del griego krísis, del verbo kríno, que es decidir, separar, juzgar. La historia y su propia decadencia, cíclica, en distintos momentos (¿qué sería de la historia o de una disciplina que presume describir, evaluar o explicar sin la imaginación de su fin?), nos arroja a la crisis.
De la enseñanza del economista Milton Friedman, un secreto a voces: para imponer un cambio, desatar una crisis y tener los medios para disolverla. Con buena y mala probabilidad, estamos temprano y tarde en lo que a crisis se refiere. Pensemos en una crisis espiritual como fuente del envilecimiento que proponen las fases o evoluciones del capitalismo en la historia occidental. Una crisis que sea un rizoma de crisis. La crisis deviene modo de gestión, modo de gobierno, como válvula de escape e incluso como botón de reinicio. La crisis transitoria para evitar una crisis permanente. Este es un texto que habla de un futuro que se parece a un presente perpetuo: el de una crisis espiritual que se replica en forma de clips. Y clips como experiencias psíquicas que van causando resonancias en los nuevos textos, en las nuevas lecturas, en los nuevos contenidos multimedia. Clips como generadores de símbolos que nos permiten ir más allá de la memoria hasta tocar el inicio y el fin de la conciencia y encontrarnos con el mal como una forma de desconocimiento.
La estética de Lucy Oporto (Viña del Mar, 1966), a lo largo de sus libros, me parece interesante de subrayar. Pienso en un libro de su autoría (2012) sobre la obra de C. G. Jung dividida en tres ejes: ciencia, metafísica y religión. Las tentaciones de San Antonio (¿1501?), de El Bosco, oficia de frontis de ese monumental trabajo. En la pintura se ve a un ermitaño frente a las posibilidades de corrupción. Buena parte de los mensajes, en esa pintura y en varias otras que llaman la atención en el arte renacentista, están cifrados a partir de símbolos e íconos, que puedan ser identificados desde cualquier lugar o tiempo. Hay escenas bíblicas que se sugieren en el despliegue del lienzo en los frisos derruidos, como la del becerro de oro y la tierra prometida. Esto como si fuera una escritura alegórica que reconduce la experiencia del conocimiento a hitos, a conceptos que se arraigan a algo más que los significados. Tal vez hay demasiadas flechas apuntando al cuerpo del mal en tanto construcción contra–soteriológica ya ritual.
En La inteligencia se acrecienta en la nada (Inubicalistas, 2016) la portada es ocupada por un grabado que integra la serie Desastres de la guerra (1810-1815) del pintor Francisco de Goya y Lucientes. Como una forma de documentar el oprobio y la ignominia originada por el envilecimiento humano, Goya reconstruye una fisura causada por la delgada línea entre la fragilidad humana y la posibilidad de la violencia. A la postre, el mal como energía cinética. O como en Goya, después del anegamiento iluminista: “el sueño de la razón produce monstruos” (1799).
Los perros andan sueltos. Imágenes del postfascismo presenta en la portada a Satanás, una figura indefectiblemente asociada con el mal. La imagen corresponde a un grabado de Gustave Doré para el Canto XXXIV de la Divina comedia. Se ve al Diablo, de alas abiertas, en un infierno demasiado silencioso, contemplando la criogenia que alcanza hasta a sus propias lágrimas. No hay futuro, puede interpretarse. La agonía es inminente. El Diablo como una autoconsciencia del mal, como un símbolo inequívoco para saber de qué estamos hablando. Adopta la forma de mancha, de corrupción, por ejemplo en el caso del becerro de oro, incluso sin decirse. En el Éxodo (32: 7-35) se presenta el envilecimiento de un pueblo ante la adoración de una figura profana, una deidad que no era tal. En el relato que acompaña la gestación del Codex Gigas se tiene a Germán el Recluso manchado por la presencia del Diablo en una de sus páginas. La escritura del libro está maldita. Fue malhechora, concebida con ayuda del mal.
Si bien se torna insuficiente el espacio para tratar el tema de una investigación filosófica de largo aliento, me interesa comentar cinco clips poéticos de un afuera que deslizan y sugieren entre líneas el envilecimiento y lo siniestro de lo humano que deviene inhumano, materias que bien trata el texto de Los perros… que ha sido liberado en formato digital por la editorial Universidad de Santiago de Chile en la web.
Primer clip: No eran perros
“Anoche al acostarme / escuché ladridos / en algún lugar del Campamento / Y NO ERAN PERROS”, vive, describe, siente, padece, escribe Aristóteles España (1955-2011) en su horroroso paso por la Isla Dawson en 1973.
Cuando el dolor es físico trasciende a lo mental. El cuidado de una herida psíquica es mayor. La secuela y el postrauma como una cicatriz que pica. Nunca se sabe ni cuándo ni a qué horas ni cómo. Solo pica y pica fuerte. Escribe Lucy Oporto al inicio, un ejercicio de concentración, extraigo: “Sólo la luz que presencia la agonía. Sólo la luz de la agonía. Allí donde los castos son degradados hasta el devoramiento de su noche intacta. Allí donde el aullido es la voz de la verdad.”
El poeta Aristóteles España —antes citado— presenta una imagen que sugiere un mal eventual e inminente, un mal que se torna inexplicable porque va más allá de las fronteras posibles del decir. El sonido de un hueso fracturándose, de un cuerpo convirtiéndose en cadáver por la tortura o el asesinato le dicen al lenguaje que no alcanza. Ya no es posible decir el dolor. Y es posible decirlo. Aunque los intentos serán infructuosos. Una luz, un destello hasta donde el lenguaje llega. Una luz que presencia la agonía. El aullido que no era de los perros, sino la voz de la verdad. La voz ritual, ¿la muerte? Comienza un mar de dolor, los prisioneros de la Isla Dawson no tienen idea de lo que ocurre. Incomunicados. Probablemente, conducidos, a punta de bayonetazos e insultos. Maniatados sin posibilidad de maniobra alguna. El escape cuesta la vida. El horror.
Imaginemos una escena del peor cine: de noche, un lugar que no se conoce y en el que no se sabe dónde se está, no se puede dormir, afuera hay gritos, y tres imágenes de Oporto: “la luz y la noche mancillada. La intolerada marca de la lucha” (cursivas de la cita). Una oscuridad que emerge, arrastrando. Como un abismo que está mirando dentro de la vida y metiéndose con voracidad. El mal es lo que aflora, desflorando; lo que aparece, desapareciendo. El mal como una experiencia donde la voz de la verdad es la que se extingue. “(…) y de la mano del ángel de las tinieblas, está todo el imperio de los hijos de la perversión y por los caminos de oscuridad ellos caminan”, del original en francés (p. 13), por André Dupont-Sommer, se lee para iniciar el recorrido por este libro. Caminar por la oscuridad, en el mayor desconcierto, susceptible al mal. En efecto, en la escena de este clip es posible pensar e imaginar una secuencia que, como se sabe de otros testimonios, vino precedida de torturas.
Segundo clip: ¿La muerte es una maestra?
“Grita tocad más dulce a la muerte, la muerte es una maestra que viene de Alemania”, suspira una de las partes de Todesfuge de Paul Celan.
La cita en standby. Este libro es un trabajo de dos décadas. Lucy Oporto compila, fragua una genealogía —y una arqueología— de sus investigaciones filosóficas independientes, personales e íntimas que ha expuesto en reuniones científicas, ponencias públicas y que ha publicado en diferentes medios que van desde revistas académicas hasta periódicos y revistas culturales. En ese trayecto, consciente e inconscientemente realiza una labor colosal. Una fenomenología del postfascismo, este último ruido que entronca con lo desarrollado por Armando Uribe Arce en Carta abierta a Patricio Aylwin (1999) a propósito del postfascismo y una especie de transición cuya cara está cambiando.
Desde ahí, dos campos de indagación ubérrimos para la escritura y persecución del mal: una «fenomenología del mal y una fenomenología de la extinción del espíritu». Así como en la arqueología que hizo de la obra jungiana en ciencia, metafísica y religión, inconsciente, mitología y símbolos. O en la similitud con lo que desliza Lacan y que luego trabaja Kristeva a propósito del amor en la literatura: lo real, lo imaginario y lo simbólico. El fascismo histórico pervive, se observa en la evolución del ser y de su consciencia. La tesis inicial de Lucy Oporto. Y desde ahí, una encarnación histórico–política que se aproxima desde una raigambre germánica —en la República de Weimar y Alemania nazi— a la dictadura militar+civil liderada por Augusto Pinochet.
En este último lugar, como un semillero legitimado por el aparato jurídico–político que escribe negro sobre blanco en un país golpeado por la normalidad del acontecer y por una fisura espiritual de la cual —vemos— no se ha podido recuperar. Crímenes de lesa humanidad inexpiados, a ellos se les suma la impunidad que se proyecta en la postdictadura. Algunos ejemplos banales para dar relieve y actualidad: el nombramiento de la ministra de la mujer Macarena Santelices, el eventual indulto a los presos de Punta Peuco en el marco del Coronavirus y las apologías a la brutalidad policíaca amplificada desde el pasado octubre.
Un viaje a la contratapa, en ella se expresa que en este libro se tratan: “imágenes y conceptos extraídos tanto de la poesía, la filosofía y el cine, como de la experiencia y el acontecer en su cercanía —a modo de crónica de una decadencia— desde una relación de correspondencia y comunicación entre dichos ámbitos. Esta obra registra facetas de la ruina moral de Chile”.
Las investigaciones de Lucy Oporto son más bien conceptuales y desde ahí se van recomponiendo los mundos posibles hasta dónde llegan, desde dónde vienen y qué es lo que pretenden. El libro se divide en tres partes. La primera se llama “Imágenes alemanas”. A partir de trozos del Nuevo Cine Alemán (Hitler, una película de Alemania, de 1977, por Hans Jürgen Syberberg; Anarquía en Baviera, de 1969, por Rainer Werner Fassbinder) se establece un aparato teórico que genera una escatología yendo más allá del más allá de la religión, de la política, del carisma, de la dominación y de los símbolos.
El aparato teórico se compone de nuevos conceptos, de relevancia filosófica, como «escatología degenerada, soteriología degenerada y teleología de la putrefacción», amplificando la persistencia del fascismo como una sombra de lo siniestro, como rostro de normalidad. O en lo que podría aislarse al mundo exterior, a partir de estructuras jurídicas, económicas y sociales, microfascismos que aspiran a lo homogéneo, a lo uniforme. En palabras de Lucy Oporto, un trasfondo “en que la conciencia y la vida devienen incompatibles” (p. 23). La maestra no es la muerte —como plantea Celan— sino su custodia, como una muerte y resurrección impostadas por el milagro en el cuerpo equivocado. Luego, la disolución de lo originario en una explicación que oculta el mal.
Tercer clip: Aullando los perros
“Lloré así y canté. Aullando los perros perseguían a los muchachos y los guardias sitiaban. Lloré y más fuerte mientras los cuerpos caían. Blanco y negro lloré el canto (…) Los países están muertos”, Raúl Zurita en “Canto a su amor desaparecido”.
Una imagen, chilena. “Imágenes chilenas” es la segunda parte del libro en comento. Oporto pone de relieve una distinción que resignifica Uribe Arce entre «régimen fascista y espíritu fascista» para argumentar el brote de un protofascismo en un período —que en alguna tesis histórico y política no acaba— postdictatorial cuya historiografía continúa creciendo y generando pormenores. Ad portas de un horroroso paisaje donde el fascismo no amaina, sino se eleva a través de elucubraciones, con sorpresa, menos complejas, pero igual de funcionales o, quizás, más eficaces.
El ensayo “La maduración de la serpiente” contiene un glosario importante para indagar en las condiciones actuales de lo que huele como fascismo, aunque que ya lo ha superado, al menos procedimental y metodológicamente hablando. Oporto emplea una metáfora que se remite a El séptimo sello (1957) de Ingmar Bergman para hablar de un huevo de serpiente que incuba el fascismo como destrucción humana, en cuanto a destino social e histórico. El fascismo permite autolegitimar uno o varios discursos para la aniquilación mutua, la guerra fratricida, la ampliación de la consciencia de guerra fría, el “enemigo interno” y la fase superior del liberalismo triunfante en 1989, el neoliberalismo en cuotas.
Aullando los perros perseguían, dice Zurita. Los perros andan sueltos… trabaja con archivo y documentos de la iniquidad. En el ensayo “La mezquindad organizada”, Oporto profundiza el tópico del mismo nombre, abordado en el texto precedente a ese, a propósito de la quema del archivo fílmico del Colectivo Cine Fórum, de Valparaíso, en el verano de 2012. El fuego como una forma de expurgar el mal con el mal. Más adelante, más perros sueltos: la impunidad, los crímenes inexpiados, «la impunidad como eje del mal y la metástasis espiritual, psicológica y social». Detrás de esos conceptos de relevancia filosófica, Oporto se introduce en la figura del chivo expiatorio trabajada por el antropólogo René Girard. El bien y el mal, al emprenderse en una forma de trascender lo ético y lo político, contraponen las formas de vida, en las voces griegas zoe y bios que van y vienen. Lo político, en la idea de Giorgio Agamben, no ha logrado soldar la fractura entre los dos ruidos que implican vida. O en esa línea, que por separado son voz y lenguaje respectivamente (véase Homo Sacer, 2006, edición de Pre-textos, p. 21).
El lenguaje del mal y los países están muertos. Tal vez Chile muere cuando Chile mata. Y ha muerto en innumerables ocasiones en la historia. Una especie de tanatorio fascista, una teratocracia de «potencial filosófico» que podría bien o no ser redimida o calar en el hundimiento, en el fondo de la espesura o en lo insondable a quien ya no pueda resistírsele, habiendo —alguna vez— opuesto resistencia.
Cuarto clip: Tanatismo fascista
“Chilenos de allanamiento, robados / y golpeados por el tanatismo fascista; / indefensa carne desnuda, hasta ayer no más / vísteis al soldado con seriedad y respeto; / tu vecino fue…”, escribe Juan de Quintil —seudónimo— en Inxilio, una de las obras que refiere Oporto en un ensayo posterior que integra ya la tercera parte del libro, titulado “Imágenes de crímenes imperceptibles”.
En su voz, el apartado de ensayos presenta: “variantes de la destrucción y la autodestrucción, en cuanto fenómenos vivos, significativos y encarnados afectivamente, desde el punto de vista del sobreviviente o testigo” (p. 28). Los perros andan sueltos… en su calidad de ser una suma de dos décadas de trabajo, está pensado como un libro que se va reconstruyendo a medida que avanza de lo general a lo específico. Lo imperceptible que resulta el fascismo en la experiencia enervante contra las figuras del testigo y el sobreviviente. O como en la pregunta que se hace W.G. Sebald ante la literatura alemana de posguerra, ¿qué significa sobrevivir a la catástrofe? “El destino de los Vencidos”, “coronación post-mortem” son títulos de ensayos que van moldeando una fuga a la pregunta. Misma cosa en los testimonios oblicuos, desde la documentación y los vestigios escriturales, de José Saavedra, Sergio Salinas Roco y Ximena Rivera.
De estos crímenes imperceptibles, o lo que en la escritura de Antonin Artaud se llamaría “suicidados por la sociedad”, una trayectoria del debilitamiento espiritual de una presencia, de un cuerpo. De lo irresistible y agotador que es el mal, la pérdida de fe en la humanidad, en la creencia y en las viejas nuevas posibilidades que encarna la iniquidad.
El ejercicio de estas páginas no va a cambiar lo que ya va creciendo en lo colectivo, a la sombra, la desconfianza existente entre lo institucional–marcial y su relación con los espacios y recovecos por donde aflora la asociación con lo siniestro. A la postre, la intención de Oporto es, en sus palabras, contribuir a la: “construcción de una memoria marcada por el fascismo y el postfascismo desde dentro, contra el desprecio y los intentos de hacer desaparecer a las generaciones formadas bajo la dictadura y la postdictadura” (p. 35), ¿qué pensamos cuando vemos un militar en las calles o en algún formato multimedia?
Quinto clip: La bandera de Chile es usada
“La bandera de Chile es usada de mordaza / y por eso seguramente por eso / nadie dice nada”, escribe Elvira Hernández. Al revés y al derecho, mostrar los símbolos. Vuelvo al ensayo de título similar, página 320, una cita prestada, de El libro rojo de C. G. Jung, que hizo Lucy Oporto: “Todo lo futuro estaba ya en la imagen: para encontrar su alma, los antiguos iban al desierto. Esto es una imagen. Los antiguos vivían sus símbolos, pues el mundo aún no se les había vuelto real”.
¿Hasta dónde hemos vivido (en) la bandera de Chile? Quiero utilizarla como un ejemplo para ir cerrando algo que puede estar anclado o no a la composición de la psique como chileno o chilena. A cada tragedia, izar la bandera o impostar la unión a partir del símbolo. Parte de una pinochetización de las costumbres. Una relación de poder inconsciente que, al final, pone a buena parte de la población chilena frente a, según cierra el libro: “los privilegios, las ventajas y la conveniencia tanto de adherir a la sociedad de consumo como de legitimar la voluntad de envilecimiento, la crueldad, la traición, la mentira, el odio a la conciencia y el alma, la muerte de los sentimientos, la maldad, la devoción por el poder y el culto a los vencedores” (p. 603).
Los perros siguen ahí
El esfuerzo intelectual de Oporto apunta a una inmersión en elementos que subyacen a la cultura occidental más allá de la ética y la estética, tal vez a la altura de la religión, la psique humana —y su historia— la semiótica y, en el horizonte, la simbología. Estudios como el de John Kekes en The Roots of Evil (2005) y el Hannah Arendt en Eichmann in Jerusalem (1963) permanecen en el plano de causas y consecuencias de carácter ético. Kekes, por ejemplo, establece dos niveles de explicaciones del mal. Uno entre elementos pasivos y activos. Y el otro entre razones externas e internas (p. 136, edición de Cornell University Press. La traducción de la tabla es mía):
Elementos pasivos | Elementos activos | |
Razones externas | Las causas de las acciones “malas” están fuera de las influencias que hacen al mal intrínseco al esquema de las cosas. | Las causas de las acciones “malas” están fuera de las influencias que corrompen a los malhechores y les sugieren que realicen acciones “malas”. |
Razones internas | Las causas de las acciones “malas” son procesos psicológicos que disfuncionan y no alertan a los malhechores de ver que sus acciones son maldad. | Las causas de las acciones “malas” son procesos psicológicos que sugieren a los malhechores realizar acciones “malas”. |
Con todo, el mal no es una sugerencia. El mal se ve como lo efectivo, como lo que se visibiliza con un objeto. Lo que está en movimiento, lo que se pone en operación. Esto no implica que el mal no pueda ser energía potencial, el signo y el símbolo así pueden disponerlo. Sin embargo, al traducirse a lenguaje, el mal ya existe aunque no esté causando un daño o un cambio efectivo, sino por el solo hecho de dislocar una estructura sintáctica susceptible de evaluación moral y psicológica. El mal como un ejercicio de concentración. Y el fascismo como un vehículo que desconcentra los elementos en su interior como una bomba de racimo.
Imágenes chilenas, alemanas, paganas, que incrementan las formas de re–sentir, un fascismo renovado que se erige como sentido común o como un efecto dominó asociado a patrones de odio de una estructura a sí misma. Imágenes que se banalizan y que demuestran a los “agentes del fascismo”, los promotores de la «mezquindad organizada» como catalizadores de procesos que se parecen a un perro bravío mordiendo una mano que ya sangra.
Los perros andan sueltos… desoculta una marca histórica, interior y exterior, en una sutil frontera que podría trazarse entre vida y obra, entre emoción y ensayo. Nos devuelve, con el ánimo de una investigación personal, a la energía del debilitamiento, de un libro que va escribiendo a su autora, desapareciendo para aparecer y desembocar en un grito que no se ahogó por el envilecimiento, por lo siniestro, con palabras que articulan la sospecha como condición de posibilidad de un habla cuyo sonido brota desde las mazmorras.
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Nicolás López-Pérez (Rancagua, 1990) es poeta y abogado de la Universidad de Chile. Codirige la microeditorial & revista Litost, administra la mediateca de poesía “La comparecencia infinita” y sus últimas publicaciones son Coca-Cola Blues (Ciudad de México: Vuelva Pronto Ediciones, 2019) y Escombrario (Santiago: Contraeditorial Astronómica, 2019).
Imagen destacada: Ilustración de Gustav Doré para el Infierno, Canto XXXIV, de la Divina Comedia.