Los poemas de «Aquí habita la calma», de Claudia Magliano: La historia se vuelve fábula

El regreso de la multidisciplinaria escritora argentina y armenia a las páginas del Diario «Cine y Literatura»: su prólogo al volumen que acaba de ser presentado en Uruguay, y cuyos versos su misma autora (montevideana de origen) estuvo leyendo de paso -y con gran éxito- en el reciente Festival Internacional de Poesía, de la Feria del Libro de Buenos Aires.

Por Ana Arzoumanian

Publicado el 5.5.2019

“No teníamos gas para cámaras de gas”, escribe Alexandr Solzhenitsyn respecto del asesinato de masas durante la construcción del Canal del Ártico. La lucha de los cuerpos se complementa con el uso de instrumentos técnicos y al exterminio militar le precedió la producción industrial masiva. Pero en nuestro sur, en nuestras tierras herederas del virreinato, lo que hay es un río.

En agosto del año 1776, Carlos III de Borbón, rey de España, creó el Virreinato del Río de la Plata. El virreinato comprendía los territorios que hoy ocupan la República Oriental del Uruguay, la República del Paraguay, la República de Bolivia, la República Argentina y el Estado de Río Grande, que pertenece actualmente a la República de Brasil. El Río de la Plata fue llamado así porque conducía a la Sierra de la Plata, en lo que sería luego el Alto Perú.

La Sierra de la Plata es un lugar que es una leyenda. La búsqueda de la Sierra de la Plata atravesaba el Gran Chaco con el fin de llegar finalmente a la región del Altiplano, en los dominios del llamado Rey Blanco cuyo trono, decían, estaba completamente ornamentado en plata. Es una leyenda la que impulsó la colonización de la cuenca del Río de la Plata, que se supone era la entrada natural a esos tesoros. Sin embargo, todas las expediciones ingresadas por esta vía concluyeron en fracasos continuos.

El veneciano Caboto avanzó hacia el Río de la Plata en la búsqueda de ese territorio mítico, así fundó el primer asentamiento en la cuenca del plata. Luego de diezmar a toda una población indígena, la expedición avanzó por el río Paraguay, desembarcando en el río Pilcomayo. Cuando Caboto se dirigía hacia la conquista definitiva de la Sierra de la Plata, los indígenas rodearon el asentamiento de Sancti Spiritu arrasando el fuerte español. Fue en el año 1534 que el rey de España autoriza a Pedro de Mendoza a: “conquistar y poblar las tierras y provincias que hay entre el río Solís que algunos llaman de la Plata.”

No teníamos gas pero teníamos un río.

Claudia Magliano escribe un libro como formas de levantar otro dique contra los leones. Por eso ella escribe: «Me hice poeta porque nunca pude espantar a los leones». Pero, ¿por qué un dique?

Un dique es una construcción para evitar el paso de agua, para encajonar el flujo de los ríos a fin de darles un flujo más rápido, o para evitar y prevenir inundaciones. Sin embargo un león no nada, no vive en el agua; esa especie de pantera es un mamífero carnívoro cuya alimentación depende de la caza que realizan las hembras.

«Nada hay más terrible que haber nacido en otro cuerpo», así nombra la poeta ese desquicio de depredadores mamíferos nadando río arriba. Entonces la voz cuenta lo que sí tiene: miedo y memoria. «Lo que tengo es miedo», escribe, mientras se pregunta: «¿O el recuerdo tiene que ver con las formas?». El objeto desaparecido pasa a ser un objeto de la memoria, se lo recuerda en diversas actitudes, lugares, momentos. El objeto está no vivo, no está escondido, no está exiliado, no está preso, no está en la lista de detenidos, no está en la lista de traslados. Es el momento de la “puesta en escena”, esa posibilidad de despliegue de una dramática de objetos, vínculos y sentimientos.

Si el río se propuso matar la muerte, la poeta escribe para secar el agua, hacer del continente acuático un pedazo de tierra.

«No le cuentes/ a nadie, decían mis padres, ni a la maestra ni a los niños/ ni siquiera se lo cuentes a Dios porque mirá que vienen a/ buscarnos con una ballena inmensa que nos va a tragar a todos».

«Entonces empecé a escribir».

“Hablar, dice Pual Celan, para orientarme y aprender dónde me encontraba y dónde tuve que quedarme para que algunas realidades se esbocen para mí. Era, lo vemos, acontecimiento, movimiento, camino, era un ensayo para ganar una dirección”.

El libro como acontecimiento, el poema que se escribe no para encontrar una dirección, ni siquiera buscarla, sino para ganarla. El poema- labor, el poema- trabajo que pide ganar terreno.

Donde alguna vez hubo agua, la herida busca saber. Según el derecho, ausente es la persona de quien se ignora si está viva o muerta. «A mi padre el cuerpo se le hizo inútil. No pudo salir del/ océano, creo que se lo tragó una ballena y durante tres días/ no supe hacia dónde mirar». El vacío que ocupa el lugar de la ausencia es poblado por fantasmas, por demonios: «La normalidad era un caballo mordiendo el brazo de mi/ madre».

Los verdugos, para la sociedad, son seres a los que hay que ocultar, disfrazar, engañar. Son seres que hay que alejar del dominio público. Para ello se crean banderas, juramentos militares, fábulas patrióticas. «Como la bandera de la patria flameando en la memoria/ quedan los crímenes suspendidos en el aire/ mientras alguien siga bebiendo de las aguas del Leteo». Claudia Magliano distingue la fábula de la canción: «Hay que aprender bien las canciones porque si no la historia/ se vuelve fábula….Mi madre me enseño a escuchar las letras».

Escucha la canción que escribe en el poema devenido canto. Un ritmo que no es un dicho, sino un hacer. Al decir de Henri Meschonnic: “sólo se es una escritura si se es la invención de la propia oralidad”. Y allí va la poeta, ganando una dirección que es una dicción. No inventa otro río, sino que transforma la relación que el lector tiene con él. La poeta sabe que el “sêma” es signo y cadáver, ella sabe que:

No teníamos gas pero teníamos un río.

Por eso ella canta: «¿Qué es ese viento que hace mover las cosas si aquí habita la /calma?». No es que haya clama, ese nombre que alude a la ausencia de agitación, esa tranquilidad. En griego, calma, refiere al intenso calor de verano o de sol, cuando hace “calma” no hay viento ni olas en el mar. Así tenemos serenidad. Etimológicamante el vocablo calma se relaciona con otras palabras como cáustico, cauterizar, holocausto.

No teníamos gas pero teníamos un río.

Un adagio romano rezaba: “Sabed que el cuerpo de un enemigo muerto no huele nunca mal”. «Papá llegaba a casa con los bolsillos repletos de eucaliptos./ Dicen que ese fruto es una cápsula aromática y globular./ Los poníamos sobre la estufa y la casa se transformaba en/ un bosque, el mismo en donde las aguas se tragaron a mi/ madre». El deudo, ese parentesco, esa consanguinidad cumple con la deuda alrededor de un duelo que se desarrolla a partir de un saber facilitado por la ritualización social. La desaparición, desde ese saber distorsionado, es velada bajo la crueldad de lo imposible.

«La patria empezaba a metérsenos adentro». La patria se edifica a partir de una genealogía embanderada, pero el horror destruye la filiación. Rotos los vínculos internos que sostienen el hilo de la historia no les queda otro sitio a los niños que ofrecerse ellos mismos como tumbas. El sacrificio. «Estoy de pie, derecha la columna vertebral, esperando el/ disparo de mi padre. Matame de una vez, papá, le digo, y nos/ reímos como caballos».

La voz poética toma el habla de una niña, un habla del desamparo y de la indefensión, pero por infantil, no ingenua. Una cosa es clara, según Walter Benjamin: la violencia no se practica ni se tolera ingenuamente. La niña se apropia del dolor. El golpe arrastra y se mete en los ojos, enceguce, casi: «…entonces me llora la vista, siempre me llora la vista…». Aquello que Ana Berezin llamó: la oscuridad en los ojos y es espanto en el que cae el sujeto cuando corre un peligro tal que ya no tiene la posibilidad de elaborar alguna defensa; entonces adviene el miedo, el pavor.

Teníamos un río.

Claudia Magliano no es Antígona buscando enterrar a un muerto, la poeta es una voz en los ojos que busca ver más allá del río. El Río de la Plata, y más allá, esa banda occidental. «Como a vos que no te tragaron porque ese día el río sí estaba/ manso, mansito para que pudieras irte….Dios, hacé que el río se quede sin agua para que mi tía me/ vea».

El dolor y la tristeza en los ojos. Ceguera hacia adentro, hacia el fondo del cuerpo y del alma. Ceguera hacia afuera. Esos territorios sin retorno de su infancia. «Ay, Dios, hacé que / el río se quede sin agua para que papá me vea».

Los uruguayos y los argentinos tenemos un río. Si escribimos, el agua se hace tinta y pronuncia palabras que nos dejan ver. El agua convertida en tinta responde las preguntas de la niña poeta. Dice dónde, escribe hasta dónde, lee en lugar de ahogarse, porque no es agua la página; no es agua, ni gas.

 

Si quieres escuchar los poemas de Claudia Magliano, declamados bellamente por Ana Arzoumanian, ingresa aquí.

 

Ana Arzoumanian nació en Buenos Aires, Argentina, en 1962.

De formación abogada, ha publicado los siguientes libros de poesía: Labios, Debajo de la piedra, El ahogadero, Cuando todo acabe todo acabará y Káukasos; la novela La mujer de ellos; los relatos de La granada, Mía, Juana I; y el ensayo El depósito humano: una geografía de la desaparición.

Tradujo desde el francés el libro Sade y la escritura de la orgía, de Lucienne Frappier-Mazur, y desde el inglés, Lo largo y lo corto del verso en el Holocausto, de Susan Gubar. Fue becada por la Escuela Internacional para el estudio del Holocausto Yad Vashem con el propósito de realizar el seminario Memoria de la Shoá y los dilemas de su transmisión, en Jerusalén, el año 2008.

Rodó en Armenia y en Argentina el documental A, bajo el subsidio del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales de la República trasandina, un largometraje en torno al genocidio armenio y a los desaparecidos en la dictadura militar vivida al otro lado de la Cordillera (1976 – 1983), y que contó con la dirección del realizador Ignacio Dimattia (2010). Es miembra de la International Association of Genocide Scholars. El año 2012, en tanto, lanzó en Chile su novela Mar negro, por el sello Ceibo Ediciones.

El artículo que aquí presentamos fue redactado especialmente por su autora para ser publicado por el Diario Cine y Literatura.

 

Claudia Magliano nació en Montevideo en el año 1974. Magliano es profesora de literatura egresada del Instituto de Profesores Artigas (IPA). Escribió su primer libro Nada, (2005) que fue premiado en el concurso de Poesía de la Asociación de Bancarios (AEBU) y la Casa de los Escritores del Uruguay, en 2005. Su segundo libro Res ha sido publicado por Ático Ediciones en diciembre de 2010 y obtuvo el Primer Premio de Poesía Édita del Ministerio de Educación y Cultura del Uruguay (MEC), edición 2012.

En 2016 obtuvo una mención en poesía inédita en los Premios anuales de literatura del Ministerio de Educación y Cultura de Uruguay (MEC) por el libro El corazón de las ciruelas (2017), coeditado por Ático y Civiles iletrados en 2017.

 

«Aquí habita la calma», de Claudia Magliano (La Coqueta Editora, Montevideo, 2019)

 

 

Claudia Magliano

 

 

Ana Arzoumanian

 

 

Crédito de las fotografías utilizadas: Iván Castro.