Actualmente afincado en la medieval ciudad de Toledo -donde prepara su tesis doctoral sobre Enrique Lihn, para la Universidad Complutense de Madrid- el escritor chileno nos envía (seleccionados por él mismo), sus versos de temática cinematográfica, extraídos de sus libros «Extrañeza» (2017) y «Hotel Sitges» (2018).
Por Rodrigo Arriagada-Zubieta
Publicado el 4.1.2020
POESÍA Y CINE
El cine y la vida
Las películas no son como la vida:
estas emociones pueden diferir del tiempo de los hechos
deslumbrar sí a media luz, pero desalojadas unos momentos
de la letanía del reloj
apenas montadas en la ilusoria cercanía del espectáculo de uno mismo
En la memoria todo es un cuarto oscuro
que retiene el aire frío de lo ausente,
actores cuyas imágenes no tuvieron por sí mismas un final
y dejaron de envejecer
conservando una feble transparencia
capaz de romper la quietud de noches tan silentes que irritan
En ellas sólo basta con cerrar los ojos para mirarme en ti
dejarme atar a estas impresiones inestables
que desnuda ostentas como única eternidad aparente
belleza que duele entre un desplazamiento y otro
de Isabella Rosellini a través de la pantalla
fatalidad de mujer
trágicamente adherida por la memoria a tus gestos
Lo que me ata a ti son estos no lugares
donde para siempre ocurre un desencuentro o una espera
de la pareja en otro tiempo ideal
el desconsuelo sin imagen
de un final feliz, en nuestro caso, imposible
que me priva decir más
– corten-.
CINEMA
Esta noche vimos en el cine una película italiana
de la que habrías querido mayor realidad
y eso ocurre, querida, minutos después
en la habitación a solas
cuando ya no hay la vida de otros en la pantalla
Nos quedamos de silencio en silencio
desvelados por nuestra propia historia
como en una imagen de cine mudo
donde escribir la palabra tedio
y llenar el encuadre vacío que son estos cuerpos
divididos por una última escena
con los ojos dolorosamente encandilados
del exceso torrencial de episodios sobrantes
que un guionista bien hubiese podido acotar
Nos hemos dormido en nuestra función interminable
y ya no basta cerrar la puerta con llaves
ni inducir al sexo con la puntualidad de Cenicienta
haciendo uso de una antigua magia
cuando solitarios espectadores abandonamos la sala
nauseabundos de adivinar un final tan predecible
En este punto ya hemos quemado nuestra propia cinta
y el teatro se derrumba como en Cinema Paradiso
con nuestros nombres difusos en el neón
arrasados por el tiempo que los borra
Derrama ahora una lágrima conmovedora
por este fin
insoportablemente real.
ERASER HEAD, 1977
Él quiere ser otra fuga de sí mismo
como un baile de los astros dispersos
un túnel sin ventanas
donde asomar hacia lo más hondo del frío
una noche de insomnio en la cabeza.
Quizás él duerme a medias su vacío
se cansa de ayunar
en un mundo tan fácilmente repleto
lo perturba el ruido del metal,
el aroma a cámaras cerradas
y cada día esplende inconmovible
la ciudad de la que se oye hablar,
que se presiente a lo lejos
donde nunca habita el hombre.
La terrible criatura es él
como un día sin frutos y sin espigas
y sin preguntar por la cosecha;
aplasta con el pie los espermios
que no deben volver a florecer
como sangre en los jardines.
Finalmente, el gran arquitecto de los sueños
le regala ese abrazo de la Mujer del Radiador:
una fracción de segundos
para que entre algo de luz
y arda
se consuma
se ciegue
sediento de tragar su ser baldío
por arte de una boca lejana.
No es verdad – como quisiera el autor-
que el espíritu lo alcance.
El deseo hecho irrealidad
corta la escena sin llegar a iluminar lo oscuro,
un cierre de plano que tributa al instante
que sin memoria lo humilla
y el amor se aleja.
LA MUERTE EN TV: DAVID LYNCH, 2017
Suplantar a una persona por ella misma
fue lo que hizo Lynch – su obra maestra-
el abrazo al fin de la fuente con Narciso,
efímera limpieza del agua en el rostro del Agente Cooper,
devolviéndole la propiedad de ser
veinticinco años antes
como si se pudiera visitar el vacío
de unos minutos en que el tiempo se ensancha
en el espejo oscuro que lo refleja.
El actor fluyó por un instante un río más allá
que las estrellas de Televisión
acostumbradas a morir patéticamente
de tanto retocar un hiriente maquillaje
como Aschenbach en Venecia:
la pose de un cuerpo que se suele citar a sí mismo
en el lugar de siempre
para terminar de quebrar el reloj a deshora
con la puntualidad del desencuentro,
música de Mahler como telón de peste
y un descenso temprano a los infiernos
del invisible ciudadano
que desaparece en el celuloide
dejándose velar
por la semejanza de sus antepasados instantáneos.
Figuras que muestran en vida
la existencia como hecha de algo
que apenas se le parece.
Rodrigo Arriagada-Zubieta (Viña del Mar, Chile, 1982) es un poeta, crítico literario y académico chileno. Ha cursado estudios de letras en las universidades Adolfo Ibáñez (Chile), Del Desarrollo (Chile), De Barcelona (España) y Complutense (España). Su actividad artística se centra en temáticas propias de la modernidad estética: la ciudad, el paseante, la mirada, la memoria, el extrañamiento y la crisis de la experiencia. Es miembro del comité editorial de la revista y editorial Buenos Aires Poetry(ARG) donde ejerce crítica literaria. Como poeta ha publicado Extrañeza (Buenos Aires Poetry, ARG, 2017), Hotel Sitges (Buenos Aires Poetry, ARG, 2018), Zubieta (Buenos Aires Poetry, ARG, 2019) y Una temporada en la cabeza (Santiago Inédito, Chile, 2019). Sus poemas han sido traducidos al italiano y al inglés, y publicados en medios de Chile, Argentina, Venezuela, Colombia, Perú, México, Estados Unidos, Italia y España.
Crédito de la imagen destacada: La actriz Isabella Rossellini en el filme Terciopelo azul (1986), de David Lynch.