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Lucía Guerra: Las confesiones de una mujer diciéndose a sí misma

La connotada académica y escritora chilena describe y evoca en este texto dedicado al Diario «Cine y Literatura» su exitosa trayectoria narrativa -la cual ha sido llevada a cabo desde una peculiar mirada estética y creativa, la feminista-, en una colaboración donde recorre las motivaciones y los tópicos argumentales del total de su obra, a raíz de su penúltimo volumen de ficción publicado: los cuentos de «Las pistas de Lucifer».

Por Lucía Guerra

Publicado el 22.3.2018

Me inicié como escritora con la novela Más allá de las máscaras. De tanto estudiar y traducir los textos de María Luisa Bombal, su estilo me perseguía como un fantasma. Sin embargo, muy diferente era lo que yo necesitaba contar desde una ideología consciente de las asimetrías de género. Mercedes Valdivieso, en su novela La brecha, fue el modelo de mi voz narrativa por su fuerza y desenfado para denunciar a una sociedad chilena regida por una estructura patriarcal.

Como integrante de una generación de escritoras latinoamericanas durante la década de los ochenta, me propuse escribir a la Mujer Diciéndose a Sí misma y no a esa otra Mujer Dicha por tantos escritores, sacerdotes y líderes de la Patria. Mi novela traza la trayectoria de una protagonista que rechaza la identidad adscrita al descubrir el carácter sexista del orden social y del lenguaje mismo. Como contrafigura de Ana Karenina y tantas otras adúlteras castigadas en nuestra literatura, el adulterio y la sexualidad resultan ser la iniciación del despojo de las máscaras de la femineidad fabricada por una hegemonía masculina que ha utilizado el eufemismo de la virtud para definir a la mujer como un ser de esencia pasiva, sumisa y abnegada.

Mi segunda novela Muñeca brava gira también en el ámbito de lo testimonial y político, ahora centrado en los excesos de la dictadura militar en Chile y Las noches de Carmen Miranda se estructura en el contrapunto del talento artístico de la cantante brasileña y el fetiche comercializado de “lo exótico” en los Estados Unidos.

Pero nuestra realidad es muchísimo más que la realidad histórica y testimonial. Siempre está transcurriendo en contigüidades extrañas, ambiguas y heterogéneas. Es inexplicable a partir de la razón pura. Los cuentos incluidos en Frutos extraños (título de una canción de Billie Holiday) se escriben dentro de una intertextualidad que tiene como antecedentes: La mujer desnuda, de Armonía Somers y Papeles de Pandora, de Rosario Ferré. Lo fantástico, tan proclive a girar en torno a un concepto filosófico y diversas nociones de “lo real”, se gesta en Frutos extraños a partir de un cuerpo de mujer como matriz de “lo inquietante”.

En este flujo de identidades que configuran mi Yo, no obstante sigo elaborando elementos fantásticos en Las pistas de Lucifer (2014), ha surgido también un interés por escribir a los hombres, por inventarlos y apropiarme de ellos aunque sin poseerlos, como lo hizo Gustav Flaubert al afirmar: “Madame Bovary soy yo”.

En el entrecruce de mi ficción y mi discurso teórico, concibo la masculinidad como un guión performativo que exige el vigor, la entereza y la valentía a un sujeto lleno de fisuras y contradicciones. Tras la armadura y arrogancia del conquistador español en “Brujas y mártires”, fermenta la ternura por la indígena Niniloj que hace de él, según Beatriz, “un palomo azucarado” mientras en “Emboscadas de la memoria”, el conscripto que ha participado virilmente en las matanzas de la dictadura militar, se ve acosado por la culpa y el remordimiento.  En el revés del tejido de la masculinidad prescriptiva, veo seres humanos que merecen redimirse aunque sólo sea a través de la quimera del hombre mutilado en el cuento “Limpio de culpa”. Por otra parte, en la elaboración de mis personajes femeninos, perdura la intención de inscribir dentro de la cultura androcéntrica, un discurso y un imaginario que, en la literatura de los hombres, y por razones obvias, constituye una página en blanco.

En Las pistas de Lucifer, hombres y mujeres están atrapados en un régimen de la verdad que reprime y sofoca a través de ritos y mitologías que silencian todo espacio alternativo. La noción de la sagrada familia inaugurada por la Virgen María fuerza a que todos sus miembros estén siempre unidos. En el cuento “Secreto de familia”, todos aparentan una armonía perfecta en el ritual que celebra el cumpleaños de la abuela mientras se desliza la memoria del incesto. El fanatismo católico de la protagonista del cuento “Las pistas de Lucifer” la motiva a ser la espía de Dios que inicia una investigación alucinada del pecado mientras Beatriz—beata con aspiraciones de mártir y santa—quema en la hoguera a la verdadera mártir indígena. En ambos cuentos, es el Bien de la verdad irrefutable el que engendra el Mal del mismo modo como el lema dictatorial de salvar a la Patria de los comunistas produjo persecuciones y crímenes horrendos. Orden fascista que forzó al exilio en dos de mis cuentos y significó entrar al ámbito enajenante y subalterno de Estados Unidos o al espacio del Mal simbolizado por Jack el Destripador.

En el andamio de la verdad planteada por estos regímenes, se entreteje la ficción como parte integral de nuestra realidad. El enano de la novela La balada del Café triste de Carson McCullers se convierte en carne y hueso en el cuento “Del amor y otras historias” mientras el guión cinematográfico en “Región esquiva” invade la realidad y le tiende una trampa fatal al protagonista en busca de la fama.

Si bien en “Hora de morir” se elabora el leit-motiv del Doble en una forma ya tradicional del cuento fantástico, creo que mis cuentos arrancan, más bien, de la ambigüedad de la alucinación que deja en entredicho a la locura, en una suspensión que contradice las categorizaciones de un sistema racional. Los rituales del vudú caribeño que podrían considerarse primitivos, irracionales y paganos en “Conjuraciones del Bien y del Mal” responden a un impulso espiritual en la confrontación de dos fuerzas oponentes, ya arquetípicas en la historia de la Humanidad. Por otra parte, la aparición de los muertos en la figura del abuelo de Vincent adquiere el espesor de la culpa en “Emboscadas de la memoria” mientras en “Travesías de una forastera” simboliza la prolongación del amor más allá de la muerte y el retorno al paraíso natal suplantado por una realidad neoyorkina discriminatoria.

Tanto el Bien como el Mal han sido siempre esquivos a nuestra comprensión. Palabras, imágenes, conceptos y alusiones tangenciales son sólo intentos de un abordaje condenado a la derrota. En el epígrafe de este libro, me limito a decir que el Mal es más inesperado que la muerte. Surge de repente y sin razón alguna para convertirse en una huella, en una pista que es también espacio para el baile y la diversión.

En Las pistas de Lucifer irrumpe e inesperadamente da un giro infundiendo la ambigüedad en esa distinción que nos han hecho creer tan nítida entre el Bien y el Mal.

 

Los relatos de «Las pistas de Lucifer» (2014), por Ceibo Ediciones, en su Colección Narrativa

 

La escritora y académica chilena Lucía Guerra (Santiago, 1943), quien actualmente vive en Los Ángeles, Estados Unidos

 

Lucía Guerra (Santiago, 1943) es una escritora y crítica chilena, que ha obtenido, entre otros reconocimientos, el Premio Casa de las Américas en la categoría de ensayos (doblemente en 1994, por “La mujer fragmentada: Historias de un signo”, y luego, en 2013, por “La ciudad ajena: Subjetividades de origen mapuche en el espacio urbano”), el Premio Gabriela Mistral por la novela “Más allá de las máscaras” (1992); y el Premio Letras de Oro, de 1991, en los Estados Unidos, y el Premio Municipal en Chile, al año siguiente (1992), ambos, por los cuentos de “Frutos extraños”. Sus títulos han sido traducidos al inglés, al alemán, al italiano, al portugués y al sueco. También es profesora de la Escuela de Humanidades de la Universidad de California (EE.UU.), y una de las mayores estudiosas de la obra de María Luisa Bombal.

 

Crédito de la imagen destacada: Ceibo Ediciones

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