La película del realizador alemán Roland Emmerich (el director de «El día de la independencia») narra audiovisualmente lo que pasó en cuatro días de junio de 1942, en el contexto de la Segunda Guerra Mundial: el registro de una batalla que contuvo a uno de los más nocivos imperialismos en la historia (el japonés de la primera mitad del siglo XX), y que es narrada aquí con tensión y veracidad.
Por Cristián Garay Vera
Publicado el 16.12.2019
Algunas veces las películas deben ser valoradas por más de una forma. Una tendencia es mirar el cine bélico a través de sus efectos especiales o como se hacía antes del gigantismo de miles de extras y mega producciones en Ben Hur o Lawrence de Arabia. La expansión del Japón y su ideario de la “Co Esfera de la Prosperidad”, una de las formas mas violentas de imperialismo en la historia comparable al Imperio Asirio, ha sido tratada ampliamente: Yamato (Junya , 2005) hasta Rengo Kantai (Shue Matsubasashi, 1981), desde el punto de vista japonés; Ciudad de vida y muerte (Lu Chuan, 2009) sobre la masacre de Nanking, desde los chinos; y ciertamente los estadounidenses: Tora, Tora, Tora (Richard Fleische, 1970), cuyo penúltima obra ha sido Pearl Harbor (Michael Bay, 2002), más pegajosa, sentimental, pero no exenta de ritmo.
Esta versión, a ojos de historiador, es solvente y no solo entretenida. No solo traza una línea genética entre la rivalidad japonesa-estadounidense desde antes (reflejada en el apoyo estadounidense a Chan Kai Sek, personificada en Los Tigres Voladores), sino que la narración se puede refrendar en libros de historiadores militares como Mark Healy, a quien volví a releer, en Decisión en el Pacífico. Midway de la prestigiosa editora militar Osprey (2011). Mérito, en suma, del guionista, Wes Tooke.
Es cine bélico del puro, colectivo, poco romance, y las figuras de las mujeres esperando a sus aviadores son la única nota femenina de la película. Es una película tan masculina como Capitán de mar y tierra, para recordarnos que, pese a las ideas modernas, las guerras son asuntos de hombre como dice Héctor a su mujer en La Ilíada hace miles de años atrás. La película está apoyada con una barroca fotografía (especialmente las escenas iniciales) que apoya los efectos especiales, a que no, para reproducir la confrontación clave en el Pacífico tras los espectaculares avances japoneses que llevaron a la Rengo Kantai -la fuerza embarcada- a aplastar a británicos, holandeses y estadounidenses en el mar las primera jornadas de 1941. Aunque la flota del Pacífico era minoritaria, se les dio la orden de contener y proteger a Australia, a un tris de caer tras la rendición de Filipinas, y se designó al almirante Chester Nimitz (Woody Harrelson) para dirigir las operaciones. Midway iba a ser a la antesala de la invasión de Australia en la Bei go Shaden Sakusen. La inferioridad técnica de su fuerza aeronaval y la inferioridad de los buques de superficies estadounidenses no permitían una batalla en igualdad con los entrenados japoneses.
En 1941, Estados Unidos pudo haber sido alejado del teatro del Pacífico sí el almirante Nagumo (Jon Kunimura), hubiese insistido en volar los depósitos de combustibles de Pearl Harbor o buscar y hundir la flota de portaviones. En ese instante se trataba de una fuerza mal entrenada, con aviones inferiores al de Japón, y con serias dudas de liderazgo militar. Otra cosa es que, al despertar al “gigante dormido” (Yamato) se pusiera en marcha la máquina militar y desde entonces Estados Unidos fabricó 18 portaviones de línea y 99 de escolta, mientras en el mismo periodo Japón solo pudo construir 12. Los japoneses apostaban a una guerra corta (como ante los rusos en 1905), cuando los estadounidenses confiaban en el tiempo para vengar Pearl Harbor.
El mando naval japonés busca tomar Midway y buscar la Kantai Kessen o victoria decisiva, sin saber que Nimitz ha decidido atraer a una emboscada para liquidar la fuerza principal de portaaviones japonesa, apoyado en dos Fuerzas de Tareas, y luego rehuir el combate frontal con las naves de superficie, mucho más poderosas de los japoneses. Es un plan arriesgado, que tiene como base la reconstitución de la maltrecha inteligencia naval, que se ha reconstruido y logra descifrar el código japonés. Parte de ese papel es narrado en base a los recuerdos y al papel de Edwin Layton (Patrick Wilson). La película narra lo que pasó en cuatro días de junio de 1942.
Todo ello no impide, desde un comienzo, que en las maniobras de posicionar la flota estadounidense se puedan apreciar las fallas profundas de la fuerza aeronaval, que pierde en forma desesperante efectivos en accidentes y errores. Frente a ello los japoneses actúan con una soberbia extrema que, les impide ver que sus adversarios podían amenazar al Imperio, tal como lo prueba la operación suicida ordenada contra Tokio por el Presidente F. D. Roosevelt a Doolite.
De hecho, la película narra con desesperante veracidad como el 4 de junio en pocas horas, 131 aparatos estadounidense atacaron al grupo de portaaviones sin causar ningún daño ajeno y daños considerables a su propia fuerza. En ese instante la perseverancia de dos comandantes aéreos, C. W. Mc Clusky (Luke Evans) y Leslie (Ed Skrein), logró enderezar las cosas. Aquí, el retrato de cada uno -que cruzan la historia mas bien de forma coral que personal-, sus frustraciones están bien representados, igual que las tribulaciones del almirante Hasley, a quien alejan del mando por enfermedad nerviosa. La ignorancia de que había un grupo de portaaviones estadounidenses, y no uno, pesó en la confianza de los japoneses, que vieron de pronto como tres de sus mejores naves, el Akagi, el Soryu y el Hiryu volaron en pedazos por este grupo de aficionados e incompetentes según ellos. Nunca tanto como el almirante Nagumo, que tuvo a sus naves abarrotadas de bombas y torpedos sin decidirse qué poner ni a qué atacar (torpedos para buques, bombas para objetivos terrestres) cuando los sorprendió un ataque aéreo. En las explosiones (todos los aviones estaban aglomerados) la élite de los pilotos japoneses fue carbonizada y no se pudo reponer nunca más.
Aunque el Yorktwon fue hundido por los japoneses y el Kaga fue alcanzado por los estadounidenses, los japoneses no pudieron proseguir el avance y de la “batalla decisiva” pasaron a la estrategia defensiva. Todo ello nos sirve para puntualizar algunas cosas. Aunque los “pecados” de Roland Emmerich hayan sido El día de la independencia y Godzilla, éste no ha hecho una película de video juegos, ni ha reemplazado alienígenas por japoneses. Se trata de historia, donde el punto de comparación debe ser la realidad y no la ficción de lo “políticamente correcto” como en la históricamente falsa Bastardos sin gloria (Tarantino, 2009). Se trata de una batalla que contuvo a uno de los más nocivos imperialismos en la historia, y que es narrada con tensión y veracidad. El anti americanismo no es un medida suficiente para juzgar “buenamente” este episodio. Algunos han criticado que parezca un juego de video, pero lo cierto es que la guerra aeronaval es una juego de ajedrez y cuyos desastres individuales no son tan visibles como las acciones terrestres. Pero, valga decir que la tasa de muertos en las fuerzas aéreas estadounidenses y británicas de la época superan con largueza las cifras de aniquilación de una fuerza. Un película que hay que ver.
Midway: Batalla en el Pacífico. Director: Roland Emmerich. Guión: Wes Tooke. Fotografía: Robby Baugmgartner. Música: Harald Kloser y Thomas Wanker. Elenco: Ed Skrein, Patrick Wilson, Woody Harrelson, Luke Evans, Mandy Moore, Jon Kunimura. Estados Unidos, 2019, 138 minutos.
Cristián Garay Vera es el director del magíster en Política Exterior que imparte el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile, casa de estudios de la cual además es profesor titular.
Asimismo es asesor editorial del Diario Cine y Literatura.
Tráiler:
Imagen destacada: Un fotograma de Midway: Batalla en el Pacífico (2019), del realizador alemán Roland Emmerich