El siguiente texto es el fragmento de un poema polifónico (todavía en creación) sobre Milena Jesenská, periodista, traductora del inmortal escritor al checo, una mujer perseguida por su condición de comunista y por su solidaridad con sus amigos judíos, asesinada en el campo de concentración de Ravensbrück. La narración se inicia con la escena en que su compañera de cautiverio, Margarete Buber- Neumann le trae a Jana Cerná (hija de Milena) los restos de los dientes, como prueba de la muerte de su madre.
Por Ana Arzoumanian
Publicado el 19.2.2018
Esto es lo que queda de Milena. Eso me dijo tu amiga de campo. Y yo pensaba en gramáticas, en verbos transtivos. Desollar. Quitar la piel, cuerear, despellejar. Los asirios clavaban la piel desollada en el muro de su ciudad. Fragmentos de piel humana unida a una puerta de la iglesia de Essex. Generalmente se intentaba mantener intacta la porción de piel arrancada.
El golpe nace de la muerte del movimiento.
El buey desollado de Rembrandt, la representación de un final. Una mujer que atisba el interior, al fondo del cuadro. Un interior, un sótano, una mujer con cofia. La mujer del carnicero y en primer plano: el buey colgado de una barra de madera.
Sacar la piel desde las patas traseras hacia delante estirándolo en una sola pieza. Retirar el pelaje en dirección a los hombros. El pelaje es un poco más tenso. Cortar por debajo, en las membranas.
Durante el despellejamiento y estiramiento los genitales estarán todavía unidos al pelaje.
Desollo despacio al llegar a los antebrazos. Es una zona muy grasosa. Uso los dedos y voy despacio. Retiro el pelaje por encima de los hombros hasta llegar cerca de los codos. Hago un pequeño corte.
Observo la cara. Con el cuchillo corto alrededor de los ojos y los oídos. Sigo retirando el pelaje hasta que sale casi por completo.
Un raspador de carne es una cuchilla pequeña y afilada que se usa para retirar la carne que se encuentra en el pelaje.
Me repito a mí misma: tener cuidado de no cortarme.
Dejo el pelaje colgado de un lugar fresco y oscuro, un día o una semana.
Esto es lo que queda de Milena, me dice tu compañera de campo.
Una amiga, un regalo, un diente. Primera prueba irrefutable de que estabas muerta.
En este amor vos sos un cuchillo con el cual yo me exploro, te escribía Franz en una carta de septiembre de 1920.
No pensé en vos cuando tocaron la puerta, mamá.
Un murciélago, un cuerpo vivíparo que es un mamífero y no un pájaro. Es el néctar lo que brilla, no el vuelo. Ausente de su madre, esa gota de leche. No tiene nombre lo que se ahueca, es puro ruido. Me acerco. Turbio el olor enjabonado de vísceras. Es ahí, ahí, donde pienso que le arrancaré un pedazo por recordarme el hueco maloliente. No pensé en vos cuando tocaron la puerta, mamá.
Una amiga, un regalo, un diente. Primera prueba irrefutable de tu muerte.
No pensé en vos cuando tocaron la puerta.
Su lengua en los bordes de la oreja busca mojar lo que escucho. Le hablo de su saliva, del vértigo. Me abre la boca, escupe. Hace presión sobre la espalda. Entonces sucede un disparo directo a su cabeza. Él cae. No se desangra. El agua viscosa, no la sangre, y su cabeza disparada cayendo. Nuestros huesos vacíos de carne en la caída. No destrozos, un roce a huesos cayéndose. No es amor esto, le digo, es adorar. Hembra, dice.
Esto es todo lo que queda de Milena, aquí te lo traje.
Del cielo o del espacio en donde están los astros. La mecánica celeste, ese estudio del movimiento de los cuerpos en virtud de los efectos gravitatorios que ejercen sobre él otros cuerpos masivos.
¿Ves cuánto tiempo me tuviste en la boca? pregunta con un gesto casi tierno.
Esa mujer, esa amiga me trajo la primera prueba irrefutable de tu muerte. No se puede vivir con el fragmento de un cuerpo irreversiblemente muerto.
Esa cosa cerca de mí.
No tuve el coraje de tirar la reliquia. Cambié de sitio el paquetito, y nunca más lo encontré.
¿Por qué no hay una incandescencia gris, o una opacidad blanca? Narcótico tus colores, reflejo de la luz que el cuerpo rechaza, la luz que no absorbe.
No un mapa plano. Un globo representación del universo que no distorsiona las masas de tierra o las extensiones de agua. Cuarenta millones de metros. Paralelas. Meridianos. Una topografía de la superficie. Un diagrama llamado analema que muestra la proyección del movimiento aparente del sol en el cielo durante un año. El primer globo terráqueo que mostraba el Nuevo Mundo tenía la frase Hic Sunt Dracones: aquí hay dragones; hecho a partir de dos mitades de huevo de avestruz, montado sobre una peana que sostenía un eje.
Nada afuera; eso es todo.
Todo en mí. Cuarenta millones de manos sobre cuarenta millones de metros, extendida, sumergida; acabándonos.
Mi abuelo Jan Jesensky, el médico. Mi madre, la enferma, no la sumisa, escribía Já te miluju (te amo). Miluju, escribía, y no miluji, la forma de la lengua escrita. Escribía mientras se guardaba la harina entre sus faldas. Te guardabas harina y jabón.
El despotismo paterno consideraba a todo alemán como enemigo. Pero Ernst Polak era de origen judío, de nacionalidad checa y de expresión alemana. Y te embarazás de Ernst, el judío. Y abortás de la mano del padre, mi abuelo.
Morfina, dice el padre, mi abuelo. Y te calmás.
No escucho que llaman a la puerta, en el momento en que todo mi cuerpo está preguntando ¿hasta dónde querés que sea tuya?
Le miro el hombro. Insistentemente, el hombro. El hueso que apenas sobresale de su hombro. Cristo. Le pregunto si es real. Pienso en astillas. El hombro, la estatua de Cristo en madera y yo rezándole de pequeña. Yo elevando la mirada hacia esos brazos que caían vigorosos. Entonces veo sus pestañas, no madera a la luz de sus ojos. ¿Sos real?, le pregunto. Siento gusto a astillas en la boca.
Cristo en madera no está en la iglesia Keiser Wilhelm. La iglesia del recuerdo, erigida allí y la bomba de 1943. No en memoria al emperador Guillermo; el evocar de la destrucción. El interior de su nave de ocho esquinas, los ladrillos de luz azul intensa cuando me levanto de la cama y quedan sólo esquirlas en la lengua, no palabras. En mi boca, la nave central y los mosaicos que no están. En la boca, los vestigios. El diente hueco. Todo lo arrasado y el volver a ver desde estos vidrios rotos, adentro.
Se mueve debajo de mí. Levanta apenas el torso. Mira el costado de mi pierna. Mira el costado de mi pierna como si hubiese otra pierna husmeando, como si su mirada excavase de todo erecta ese vacío de no pierna en el aire.
No escuché que llamaban a la puerta, que traían algo tuyo, mamá. ¿Cómo se trae algo de la locura? Vos prisionera, no loca.
Vivías en la casa Hradcanska, cerca del puente Petrin. Partiste con él hacia Viena. Allí estaba tu amigo Franz. No el abogado, el empleado de la empresa de seguros. Werfel, tu amigo. Con el otro Franz te comunicabas por carta. Ninguna confrontación con la realidad, ninguna erosión de lo cotidiano.
Sos mi mujer, me dice.
Y yo, nunca tan rendida. Entrá. Buscá las armas allí. Entrá quieto, detenido. Entrá sin ejércitos, descalzo. Le entrego las banderas y los himnos y los palacios y sus escudos. En las puertas de la ciudad el aire mece los cuerpos sin vida de los traidores. Entrá despacio. Acá he perdido todo. No es el asedio, no las estrategias del cerco. No hay capitulación. Su lengua llega y yo la mancho con las palabras que todavía no puedo nombrar porque perdí mi idioma. Mi lenguaje es el de los trapos desaparecidos, de las fortificaciones vacías que hacen lo posible para extender su avance. Los manuscritos de lo que aquí fue se leerán en su lengua.
Yo soy una ventrílocua, mamá. La que habla con el vientre.
Ana Arzoumanian nació en Buenos Aires, Argentina. De formación abogada, ha publicado los siguientes libros de poesía: “Labios”, “Debajo de la piedra”, “El ahogadero”, “Cuando todo acabe todo acabará” y “Káukasos”; la novela “La mujer de ellos”; los relatos de “La granada”, “Mía”, “Juana I”; y el ensayo “El depósito humano: una geografía de la desaparición”. Tradujo desde el francés el libro «Sade y la escritura de la orgía», de Lucienne Frappier-Mazur, y desde el inglés, “Lo largo y lo corto del verso en el Holocausto”, de Susan Gubar. Fue becada por la Escuela Internacional para el estudio del Holocausto Yad Vashem para realizar el seminario «Memoria de la Shoá y los dilemas de su transmisión», en Jerusalén, el año 2008. Rodó en Armenia y en Argentina el documental “A”, bajo el subsidio del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales de la República trasandina, un largometraje en torno al genocidio armenio y a los desaparecidos en la dictadura militar vivida al otro lado de la Cordillera, y que contó con la dirección del realizador Ignacio Dimattia (2010). Es miembra de la International Association of Genocide Scholars. El año 2012, en tanto, lanzó en Chile su novela “Mar negro”, por el sello Ceibo Ediciones.
Imagen destacada: Una fotografía de Franz Kafka y de Milena Jesenska juntos
Crédito de la fotografía: Diario El Mundo, de España