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«Milkman», de Anna Burns: Un análisis a la novela ganadora del Man Booker Prize 2018

Hay pocas posibilidades de respirar al leer esta novela, y las referencias, al ser tan vagas e innombrables, resultan difíciles de apreciar: es una narración que prospera en la ambigüedad, y esto es producto del miedo que se vive en una comunidad (una ciudad sin nombre, en la Irlanda del Norte de la década de 1970) y donde el riesgo de «decir» es alto.

Por Nicolás Poblete Pardo

Publicado el 12.12.2018

Milkman, de Anna Burns (1962, Belfast, Irlanda del Norte), ganadora del Man Booker Prize 2018, es una peculiar narración que opta por un flujo de conciencia, semejante al cultivado por Virginia Woolf en novelas como Jacob’s room o Miss Dalloway. En el caso de Burns, nacida en Belfast, Irlanda del Norte, la “trama” (mínima) se sitúa en una ciudad sin nombre, hacia finales de la década de los ’70.

Milkman es una narración que prospera en la ambigüedad, y esto es producto del miedo que se vive en esta comunidad donde el riesgo de nombrar es alto. Hay peligro y es por eso que los nombres son anulados: la ciudad no tiene nombre, los personajes son designados de modo vago (“hermana del medio”, “alguien”, “quizá”, etcétera). Milkman es el lechero, un personaje cuarentón al que se le adjudica un romance con la protagonista, una chica de 18 años. Pero tal romance no existe, es pura fábula y copucha. Este es el gran tema de Milkman: la distorsión de las percepciones y de las historias en un entorno hostil.

Los rumores son clave en Milkman: “En esos días, en ese lugar, la violencia era la forma que todos tenían de calibrar a quienes los rodeaban, y pude ver al instante que él no la tenía, que él no venía de esa perspectiva”, nos comenta la protagonista. Y agrega: “… ¿cómo podías ser atacada por algo que no estaba ahí? A mis dieciocho años no tenía el entendimiento adecuado de las formas en las que se constituía la invasión”. Estas son algunas de las observaciones que nos comparte ella, siempre con la idea, repetida innumerables veces, de que la amenaza permanece ahí, omnipresente, ineludible.

Hay pocas posibilidades de respirar al leer esta novela, y las referencias, al ser tan vagas e innombrables, resultan difíciles de apreciar. En uno que otro momento recordamos que sí hay un contexto: los últimos años de la década de los ’70, y sí accedemos a unas pocas referencias culturales más concretas que nos permiten cierto asidero. La mención de nombres como Barbra Streisand, Kate Bush o Freddy Mercury nos da algunas luces para entender dónde estamos parados. Pero la insistencia en este “quizá”, en esta ambigüedad, en esta incertidumbre y constante duda; el reiterado énfasis en las contradicciones, versiones erróneas, en la (in)comunicación, en la represión, los estigmas sociales (que van desde la enfermedad mental hasta nociones de masculinidad) resultan agotadores. A veces, pensaba que la novela se podía alargar 100 páginas más, o podría haber sido recortada 100 páginas y no habría diferencia.

Una escena notable, sin embargo, es el entierro de la cabeza de un gato, donde los detalles gore le dan un poco más de aproximación a lo que en general es una narración muy aérea. La cabeza mutilada del gato, como simbólica representación del rito fúnebre, permite ver la impotencia humana desplazada hacia el reino animal, pues en ese dominio sí se puede nombrar con más claridad, ya que la opresión está siempre ahí, en una comunidad caracterizada por el control, la observación y la vigilancia que producen distorsiones de la realidad y de las relaciones afectivas. En esta ciudad, donde gobiernan la duda, la desconfianza, el miedo a los autos bombas, hay poco a lo que anclarse. Como leemos: “En un distrito que prosperaba en la sospecha, la suposición y la imprecisión, donde todo era tan de atrás hacia adelante, era imposible contar una historia apropiadamente, o no contarla, sino permanecer callados…”.

Y una de las introspecciones hacia el final del texto también nos sirve como resumen de la tesis de Milkman: “De pie en nuestra cocina… pude entender cuánto había sido clausurada, cuánto había sido frustrada y transformada en una nada cuidadosamente construida por ese hombre. También por la comunidad, por la misma atmósfera mental, todas las minucias de la invasión”.

 

Nicolás Poblete Pardo es escritor, periodista y PhD en literatura hispanoamericana por la Washington University in St. Louis, Estados Unidos. En la actualidad ejerce como profesor titular de la Universidad Chileno-Británica de Cultura, y su última novela publicada es Concepciones (Editorial Furtiva, Santiago, 2017). Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

 

Anna Burns ganó el Premio Man Booker de Ficción de 2018: es la primera vez que un escritor de Irlanda del Norte recibe el galardón

 

 

El escritor y crítico chileno, Nicolás Poblete Pardo

 

 

Crédito de la imagen destacada: NI Connections (https://www.niconnections.com/).

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