«Moral cívica y ética empresarial»: El neoliberalismo enfrenta al Covid-19

La rebeldía y la indignación ciudadanas están, por ahora, en “benéfica” cuarentena. ¿Hasta cuándo? Nadie tiene la fecha, ni siquiera aproximada, del término de este azote, ni siquiera los iluminados Piñera, Bolsonaro y Trump lo intuyen.

Por Edmundo Moure Rojas

Publicado el 26.3.2020

“Tienes, Laurencia, razón, que, en dejando de querer, más ingratos suelen ser que al villano el gorrïón. En el invierno, que el frío tiene los campos helados, descienden de los tejados, diciéndole «tío, tío», hasta llegar a comer las migajas de la mesa; mas luego que el frío cesa, y el campo ven florecer, no bajan diciendo «tío», del beneficio olvidados, mas saltando en los tejado dicen: «judío, judío». Pues tales los hombres son: cuando nos han menester, somos su vida, su ser, su alma, su corazón; pero pasadas las ascuas, las tías somos judías, y en vez de llamarnos tías, anda el nombre de las Pascuas… No fïarse de ninguno”.
Lope de Vega, en Fuenteovejuna

El gobierno de Irlanda —que no es socialista ni comunista— ha decretado la intervención de todos los hospitales y clínicas privadas, para ponerlos al servicio de sus ciudadanos, como corresponde a la moral cívica de naciones civilizadas. En Chile, por el contrario, la “ética empresarial” dicta las normas y el gobierno de turno —en este caso, del ultra derechista Sebastián Piñera— prefiere echar mano de los recursos fiscales, en primer lugar, para acudir en ayuda de los empresarios. Enseguida, ofrecer un miserable bono de cincuenta mil pesos a los menesterosos de este lindo país con vista al mar, extraídos del Estado, ente abominable en los tiempos de vacas gordas, pero tío bueno y generoso cuando dan al traste las sagradas leyes del mercado.

Como no tenemos suficientes hospitales públicos y los servicios de salubridad son deficientes, Piñera y Cía. “alquilan” locales, casonas y espacios privados, a elevado precio, para habilitar recintos que no contarán con dotación adecuada, ni de insumos médicos ni de implementos técnicos suficientes para enfrentar la peste que ya nos muerde, porque no se trata de ordenar una ringlera de camas en un enorme salón para que éste asuma el carácter de centro hospitalario.

Esto se difunde en nuestras amarillas redes a cargo del periodismo mercenario, destacándolo como un conjunto de atinadas medidas de emergencia. El virtual escándalo del contrato de alquiler con Espacio Riesco y su palacete herrumbroso, en beneficio de un consanguíneo del sátrapa, no ha pasado de una simpática anécdota, minimizada por la desinformación con que a diario nos bombardean desde la “caja de los idiotas”. La polémica se ha centrado —en el living de la quinta de recreo del periodismo criollo— en el monto del cuantioso arrendamiento, como si millones más o millones menos hicieran la diferencia entre una acción loable y una felonía perpetrada a vista y paciencia de los confundidos ciudadanos del Último Reino.

El gremio mayor del empresariado anunció el aporte de cincuenta mil millones de pesos chilenos (59 millones de dólares) para la adquisición de insumos e implementos médicos. Los dueños del capital, pues, contribuyen, no solo con su habitual beneficencia de “dar trabajo”, sino con dinero contante y sonante para ayudar a sus compatriotas “menos afortunados». Y ni hablar de sus donaciones a la Teletón, que este año será virtual, merced a los potentes oficios de Mario Kretzberger, Don Francisco, uno de nuestros turbios poderes fácticos en dos pies.

Cumpliendo un viejo y feroz aserto del patriarca del clan Matte: “no hay que preocuparse tanto, lo que gastemos volverá a nosotros, tarde o temprano”. Pues así funciona el mercado y sus leyes inamovibles. Si alguien cuestiona estos procedimientos, será tildado de “comunista” o, un poco más ofensivo, “resentido social”. En un plano más íntimo, no faltará el sagaz que califique al impugnador de “desagradecido”, aunque nunca haya leído Fuenteovejuna, obra que lleva más de cuatro siglos conteniendo macizas verdades colectivas a punto de estallar.

La epidemia del Coronavirus continúa su marcha progresiva. Las autoridades políticas y sanitarias llaman a la calma, toman medidas titubeantes, se contradicen, disputan con los alcaldes más eficaces, que no se tragan la inoperancia de estos “ejecutivos” que no van más allá de su estricta formación empresarial —incluso ediles militantes de las colectividades derechistas—. Que no cunda el pánico y que la masa trabajadora siga concurriendo a sus lugares de labor, porque sería mucho peor una catástrofe económica y financiera que la muerte de tantos adultos mayores que constituyen el peso muerto de la sociedad.

Por otra parte, la pandemia ha venido como anillo al dedo al gobierno, en un momento crítico, luego de cuatro meses de manifestaciones, protestas y barricadas, cuando Piñera contaba con menos de un cinco por ciento de aprobación y andaba más recluido que anciano en cuarentena… Se decretó un nuevo estado de emergencia, con riguroso toque de queda, mientras la peste conjuraba, subrepticia y letal, las convocatorias multitudinarias. Militares en las calles. ¡Qué alivio!

Como tercer elemento insustituible del miedo con que se termina aherrojando a los trabajadores, crece el fantasma del desempleo y la amenaza concreta de disminución paulatina de ingresos y, en muchos casos, la pérdida completa de esos modestos recursos pecuniarios.

Como paliativo de emergencia, el gobierno recurrirá al posible retiro, por parte del proletariado, de los fondos de cesantía acumulados merced al obligado descuento de sus salarios y al aporte que pagan los empresarios, en una proporción de 20 y 80 por ciento, respectivamente. Pero esto tiene un tope y significa un ingreso mucho menor al salario regular, que ya es bajísimo en Chile, el país más caro de Latinoamérica, gracias a su neoliberalismo extremo.

La rebeldía y la indignación ciudadanas están, por ahora, en “benéfica” cuarentena. ¿Hasta cuándo? Nadie tiene la fecha, ni siquiera aproximada, del término de este azote, ni siquiera los iluminados Bolsonaro y Trump lo intuyen… Pero nosotros quisiéramos, luego de levantarnos de las sábanas sudorosas o de las cenizas purificadas, clamar a los cuatro vientos, respecto al oprobioso sistema que nos ahoga:

“¡La ética ciudadana lo mató!”. Porque la justicia colectiva existe, aunque no se manifieste con la premura que la requerimos. Lope de Vega nos lo recuerda, en la siniestra quietud de estos días de la peste, cuando los libros abren su abanico de esperanzas:

—Si hay vino pregunta. Sí hay, bebe a tu placer, que quien niega ha de beber. ¿Qué tiene? Una cierta punta. Vamos, que me arromadizo. Que le acuestes es mejor. ¿Quién mató al Comendador? Fuenteovejunica lo hizo. Justo es que honores le den. Pero decidme, mi amor, ¿quién mató al Comendador. Fuenteovejuna, mi bien. ¿Quién le mató? Dasme espanto. Pues Fuenteovejuna fue.

¡Salud, ciudadanos, salud!

 

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Edmundo Rafael Moure Rojas nació en Santiago de Chile, en febrero de 1941. Hijo de padre gallego y de madre chilena, conoció a temprana edad el sabor de los libros, y se familiarizó con la poesía española y la literatura celta en la lengua campesina y marinera de Galicia, en la cual su abuela Elena le narraba viejas historias de la aldea remota. Fue presidente de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) en 1989, y director cultural de Lar Gallego en 1994.

Contador de profesión y escritor de oficio y de vida fue también el gestor y fundador del Centro de Estudios Gallegos en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile (Usach), Casa de Estudios superiores donde ejerció durante once años la cátedra de «Lingua e Cultura Galegas».

Ha publicado veinticuatro libros, dieciocho en Chile y seis en Europa. En 1997 obtuvo en España un primer premio por su ensayo Chiloé y Galicia, confines mágicos. Su último título puesto en circulación es el volumen de crónicas Memorias transeúntes (Editorial Etnika, 2017).

Asimismo, es redactor estable del Diario Cine y Literatura.

 

Edmundo Moure Rojas

 

 

Crédito de la imagen destacada: Agencia Uno.