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«Mujer saliendo del mar»: Amores invertidos

El director Pablo Rojas Marchini muestra con una cámara sensible la intimidad de un mundo femenino que sigue insensibilizando a muchos. Y logra una poética visual a través de un estilo clásico, de época, que si en un principio puede parecer anacrónico, no hace más que acentuar, en tonos bajos y delicados, que todo tiempo pasado para nada fue mejor, y sí acaso, tan cruel y poco empático como el actual.

Por Alejandra M. Boero Serra

Publicado el 6.3.2019

 

«Hay que cuidar esto, Doris, es cosa delicada el amor».
Gabriela Mistral

«La inclinación homosexual es objetivamente un desorden».
Papa Francisco

Mujer saliendo del mar, escrita y dirigida por Pablo Rojas Marchini (Santiago, Chile, 1971), protagonizada por Elisa Traverso (Lucy Cominetti) y Rebeca Subercaseaux (Antonella Orsini), es una película que pone en foco la dominación masculina sobre la mujer en un mundo heteronormativo y la homosexualidad femenina como punto de clivaje para mostrar el sino de todo deseo: insumiso, no domesticable. Y por si faltara algún ingrediente las incipientes luchas feministas. Pierre Bordieu decía que esta dominación era una labor perpetuada y reproducida históricamente «gracias» a la intervención del Estado, la familia, las religiones, la educación, las tradiciones y las creencias acendradas. Así nuestra protagonista va a dar cuenta de lo que ellos hacen en su cuerpo y su alma: la devastación física, psicológica y moral.

La ópera prima de Marchini tiene muchos puntos fuertes: su temática, que aún hoy sigue poniendo el dedo en la llaga y lo formal, desde la primera escena. Es muy común que se ingrese a un filme por su final y mediante flashback se vaya desenvolviendo la trama. Aquí se parte desde la gran escena, significativa como pocas, en donde Elisa puede salir de la gran trampa/jaula, sola o solamente con la ayuda del mar, pura agua: lo femenino defendiendo la vida, lo natural equilibrando la balanza ante una cultura que estigmatiza y violenta. Una naturaleza que acogerá, también, la única y verdadera escena en donde el amor y el sexo se viven en plenitud. Refugio y llave para la libertad. Después, de principio a fin, una historia que desgarra.

Valparaíso, 1933. Un internado de monjas. Una sociedad cerrada. Otra gran apuesta del director: contar desde un pasado lo no resuelto y urticante de nuestro presente. Una mujer sensible y diferente: Elisa, la rara, la marimacho, la cellista que devendrá en pianista. El cello no es femenino, invita a abrir, demasiado, las piernas. Y Rebeca, asimilada a las niñas obedientes que toma, por un instante, las riendas de su deseo y aborda a su compañera para hacerle saber que no es la única, que no está tan sola. Pero las convenciones pueden más y la traición acontece. Traición que querrá ser restañada años después. Un amor que no pudo ser y que no dejarán que sea…

El colegio regido por pías mujeres hará su trabajo: sacar la manzana podrida para seguir sembrando y cultivando frutitas sanas y comestibles. La familia, representada en la figura del padre -no es casual que la madre sea la loca-, buscará en la ciencia un aliado para revertir el problema de la hija. La ciencia y futuro consorte, harán todo lo posible para curar esta desviación.

«Bella, recatada y doméstica» (Constanza Michelson, dixit): así debe ser la mujer que cumpla con la idealización masculina. El precio de la transgresión, de la insubordinación acarrea la violencia y la desvalorización: electroshock, manipulación psicológica, reeducación… No quiero spoilear, la película se estrena este jueves 7 de marzo, y allí podrán ver, en detalles, la tragedia.

Pablo Rojas Marchini muestra con una cámara sensible la intimidad de un mundo femenino que sigue insensibilizando a muchos. Y logra una poética visual a través de un estilo clásico, de época, que si en un principio puede parecer anacrónico, no hace más que acentuar, en tonos bajos y delicados, que todo tiempo pasado no fue mejor, sí acaso, tan cruel y poco empático como el actual.

Las actuaciones de Cominetti y Orsini van en todos los registros dibujando la fragilidad de una femeneidad en choque. Si hasta parecen impostadas. Pero no es impostura, es dejar en evidencia que sólo en las apariencias se puede estar a salvo, el ser sólo trae la autodestrucción. Si el ser no es el ser que cierra a la sociedad, abrirse al parecer es la única salida probable. El elenco que componen Álvaro Espinoza, Sergio Hernández, Luz Croxatto, Matías Stevens y Claudia Vergara se luce en su tono medido, ajustado a las implicancias del guión. Y la música resalta la melancolía, el abandono y la tragedia en la que se ven envueltas nuestras protagonistas.

Una película para seguir dando batallas y carcomiendo un sistema que hiede pero que se sostiene, aún, en la carcoma.

 

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Alejandra M. Boero Serra (1968). De Rafaela, Provincia de Santa Fe, Argentina, por causalidad. Peregrina y extranjera, por opción. Lectora hedónica por pasión y reflexión. De profesión comerciante, por mandato y comodidad. Profesora de lengua y de literatura por tozudez y masoquismo. Escribidora, de a ratos, por diversión (también por esa inimputabilidad en la que los argentinos nos posicionamos, tan infantiles a veces, tan y sin tanto, siempre).

 

Antonella Orsini y Lucy Cominetti en «Mujer saliendo del mar» (2018), de Pablo Rojas Marchini

 

 

 

 

 

Alejandra M. Boero Serra

 

 

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